Sociopolítica

Perú: policías que no son… el CSI

Atraso menstrual a trazos

Foto: James Byrum

Foto: James Byrum

Siempre he compartido, muy a mi pesar, la idea del público peruano respecto a la pobre operatividad y dudosa honestidad de su policía. Sin embargo, en el fondo del conchito de ingenuidad que sobrevive en mi subconsciente, todavía creo que la policía peruana espera en sus oficinas para ayudar a quien sea verdaderamente víctima de las monstruosidades de la vida. Dos casos personales lo grafican: el primero sucedió hace un lustro, cuando entraron por la noche al departamento en el que vivía solo y me recuperaba de una operación quirúrgica. Por la mañana, aún con la bruma del sueño inusual en el cerebro, noté que me habían robado el CPU de mi computadora nueva, mi celular y un calentador de agua. Dejaron detrás televisor, equipo de sonido y otros trastes por el estilo, pero lo más revelador fue encontrar una tijera de mango naranja utilizada por el ladrón para cortar los cables de la computadora y que había quedado olvidada en el piso. Llevé, muy emocionado y con aires de investigador, la prueba fehaciente del crimen a la comisaría distrital sugiriendo se tomaran las huellas digitales impresas para obtener la identidad del maleante. Después de reírse de muy buena gana, algo así como quince minutos sin parar, el policía a cargo de la «investigación» me informó, seriamente al fin, que ellos no trabajaban con huellas dactilares, ni que estuvieran en una película. Mi CPU nuevo, mi celular, mi calentador de agua, y la tijera de mango naranja obsequiada por el ladrón forman parte de mi pasado, de mis anécdotas interesantes.

El segundo caso aconteció hace algún tiempo. Recorría la corta distancia que separa mi casa del centro del pueblo donde vivo y noté que los postes centrales de la autopista estaban cubiertos de pequeños carteles impresos en computadoras personales que decían secamente «ATRASO MENSTRUAL» y dos números telefónicos. De regreso a casa, indagué en internet el significado de la frase y me dí con muchos más avisos consignando teléfonos y tarifas, algunos de ellos direcciones. La solución ofrecida por esos anuncios virtuales a cualquier desorden menstrual es «inmediata y definitiva», ergo, abortos ilegales. No soy un fanático anti-aborto o pro-aborto, ni importa mi posición, lo real es que el aborto en el Perú es ilegal y aquellos «médicos» que lo practican en jovencitas angustiadas lo hacen sin ninguna garantía ni seguridad, con un porcentaje de mortandad francamente escalofriante.

Habiendo olvidado mi experiencia policial del robo a domicilio, ingenuo de mí, acudí presto a denunciar el hecho a la comisaría del pueblo, especialmente por ser la publicidad abortiva tan abiertamente obvia a los ojos de quienes velan por la ley. No se rieron de mí esta vez, pero sí me preguntaron si, por ventura, era yo una víctima. Al ser un ciudadano varón empezando los cincuenta, encontré altamente difícil ser visto como víctima de una clínica ilegal de abortos. Fue entonces mi turno de reír, sólo quince segundos, y de curiosear vanamente por posibles investigaciones en curso sobre esas clínicas de muerte. Como para deshacerse de mí, prometieron conseguirme una cita con el comisario, no sin antes insistir en la inutilidad de mi denuncia sin una víctima desangrada en brazos. Ya les contaré lo que pase en ese coloquio amical, que más allá no creo que vaya el asunto en la comisaría del pueblo.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.