Y alas, en ellos, para sobrevolar el mundo y aterrizar en cualquier sitio de éste que no sea España. Se acabó. No la soporto. Sopórtenla quienes la han convertido en un infierno de chabacanería, agresividad, basura, estupidez y pestilencia.
Llegué anteayer de las Azores. Salgo mañana hacia Abu Dhabi y Dubai. Hablaré allí del Islam gracias a los buenos oficios, la generosidad, la inteligencia y la altura de miras del embajador, y viejo amigo mío desde que él era cónsul en Nador y yo profesor de literatura en Fez, Manolo Piñeiro. Es un gallego ejemplar, y misterioso, como todos los gallegos, y un español insólito. Si mis compatriotas fueran como él, no tendría yo que huir una vez, y otra, y otras mil más, de este país que ya no siento como mío.
España peregrina, España del exilio, España del destierro.
El otro día cobré brusca conciencia de que prefiero, incluso, el vino italiano, el australiano, el sudafricano y, por supuesto, el francés, al español. Es el colmo. Ya no sé qué pinto aquí.
Repaso la agenda de los últimos meses. En marzo dejé Diario de la Noche y tardé menos de un día en poner tierra y mar por medio. Me fui a Senegal y a Mali. Pasé después unos días en Sevilla y me largué a California, a Nevada, a Utah, a Arizona, a Nuevo México… Desde entonces he estado en muchos sitios, que no es cosa de detallar.
Las últimas etapas de esa fuga incesante han sido Thailandia y Camboya. ¡Pues ea! Me vuelvo allí. Lo haré en los primeros días de marzo y no regresaré hasta el 30 de mayo, cuando aquí se hayan quitado ya el sayo. Pasaré también «•ya veremos. Hago camino al andar»• por Indonesia, por Laos, por Vietnam, por Birmania, por lo que se tercie y por donde sea. ¡Ah! Y bajaré en una lancha prehistórica por el Mekong.
No sean españoles, no me tengan envidia, no incurran en el pecado capital que ha destruido mi país. Cuando viajo, apenco tanto o más que aquí. Escribo ocho o diez horas al día. Interrumpiré, forzosamente, ese ritmo sólo cuando descienda por el río que desemboca en Saigón.
Saigón, digo. Jamás lo llamaré Ho Chi Minh. Tampoco llamaré Myanmar a Birmania ni Sri Lanka a Ceilán. Los topónimos de mi imaginario son los que aprendí en las novelas leídas en la infancia. Los políticos no saben poner nombre a las cosas. Los escritores, sí. En eso consiste su vocación, su profesión y su oficio.
Tiempo de crisis económica, tiempo de emprender viajes. Todo está más barato y los países que me gustan lo son de por sí. Disfruto y, encima, ahorro. Dos personas, dos mil euros al mes, tirando por lo alto.
Estas líneas son un desahogo. Otro más. Zapatero, Rajoy, Ibarretxe, Carod Rovira, las elecciones gallegas, las del País Vasco, las europeas, las catalanas, el espionaje, los premios Goya, los malos tratos, la Educación para la Ciudadanía, el BarÁ§a, el Real Madrid… ¡Dios mío!
Adiós, España. Que ustedes lo pasen bien.