Violencia, saqueos, incendios… Lo de los barrios pobres de Londres y otras ciudades inglesas fue pura criminalidad de rufianes, matones y gentuza. Esa es la versión de David Cameron, primer ministro del Reino Unido. Un problema de orden público. Más policías, más tanques de agua, más bombas lacrimógenas, más balas de goma y asunto resuelto. Pero más allá de que en las revueltas inglesas hubiera bandas de jóvenes que hicieron de su capa un sayo (que las hubo), ver esas algaradas violentas como un mero problema de orden público es un caso gravísimo de ceguera política.
¿De verdad cree Cameron que lo sucedido no tiene que ver ni de lejos con los feroces recortes de subsidios y programas sociales que decidió apenas empezó a gobernar? Como botón de muestra cabe citar que en Tottenham (donde estalló el primer motín) se recortaron un 75% los presupuestos de programas cívicos de clubes y actividades para apartar a los jóvenes de las bandas de la calle. Y además en Tottenham solo hay un empleo por cada 50 jóvenes que lo necesitan. ¿Nada que ver?
Naomi Klein ha rechazado la explicación cerebralmente plana con la que el gobierno británico explica lo ocurrido en Londres y otras ciudades. La cuestión no es que jóvenes fuera de la ley se hayan apropiado de lo que no es suyo. Esa es una cuestión menor. Sobre todo porque el pillaje protagonizado por los alborotadores de Londres no tiene punto de comparación con el saqueo que han significado los rescates de bancos irresponsables y especuladores británicos desde 2008 con dinero público; seguido por el indecente cobro de bonos obscenos por los mismos responsables de la catástrofe financiera. “Este es el Saqueo mundial, el tiempo de los grandes robos, alimentado por un sentimiento patológico de poseer; un saqueo perpetrado con luces encendidas, como si no hubiera nada que ocultar”, denuncia Klein, quien explica que los disturbios de Londres no eran una protesta política, por supuesto, “pero la gente que comete un robo nocturno sabe con plena seguridad que sus élites han estado robando durante el día y los saqueos son contagiosos”.
Según David Harvey, sociólogo e historiador social británico, los hechos acaecidos en Inglaterra se han de situar en el contexto de una economía política depredadora, que, coincide con Naomi Klein, “ha llegado hasta el robo a plena luz particularmente de los más pobres, de la gente común y de los mas desprotegidos legalmente”. Porque no cabe duda: cuando se violan por sistema derechos sociales de la ciudadanía en beneficio de la minoría financiera, se priva a los ciudadanos de lo que es suyo por derecho y, por tanto, se les está robando. Y eso en otro contexto omnipresente, el de la gente que sabe que algunos consiguen grandes beneficios de modo fácil e impune.
No hay duda de que la violencia callejera de Inglaterra está relacionada con la marginación y la pobreza, pero sobre todo con la desigualdad rampante y el sentimiento de humillación y abandono que sufren los cada vez más abundantes expulsados de ese mundo en el que, hasta hace un tiempo, la gente común podía sobrevivir con un mínimo de dignidad. Quizás alguien replique que tal análisis no es cierto, porque en las noticias de televisión se pudo ver como la gente robaba zapatillas de marca, videojuegos, televisiones de plasma… Cierto, pero esa es la segunda parte de la ecuación.
Durante un cuarto de siglo se ha remachado que la propiedad de las cosas es lo más importante, que el beneficio económico pasa por encima de todo (incluso de la “salud” de la Tierra), que ser rico es el objetivo, que estar a la última da la felicidad, que el lujo es lo mejor, que hay que crecer sin parar, y que es mejor poseer que ser… Son los más disolventes principios y contravalores del capitalismo neoliberal. Hegemónicos hoy y además el caldo de cultivo que permite y propicia situaciones como la de las revueltas violentas de Inglaterra. Y es que tenemos un problema importante: estamos perdiendo la batalla de las ideas, de los principios y de los valores propios de la democracia real. Y de aquellos polvos llegaron estos lodos. Por eso nos hemos de aprestar a ganar la batalla de las ideas, de los principios y de los valores y dejar la piel en ello.
por Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor