No puedo creer de quienes disfrutaron tarjetas de consumo lujoso, supongamos que hablamos de los agraciados de Bankia, llevaran una dieta o ética franciscana. Su oficio era ser y aparentar lujosos personajes y así en su defensa lo expresó su mismísimo abogado defensor. No creerían que sus sueldos eran apropiados a una dieta de abstinencia, ni en comida, bebida, vestimenta y carruajes. Ellos habían sido nombrados para ser unos señores. No como otros, digo yo, por ejemplo los citados en este affaire por un dignísimo representante del banco de alimentos de mi pueblo. Hola, me saludó. Usted me entenderá. Cuando nos dé algo y sé que lo hará, mejor tarros de alubias, garbanzos, lentejas, verduras precocinadas. Ya sabe usted, que de esto entiende: las familias pobres, que son las destinatarias de su caridad, apenas tienen posibles para encender sus cocinas: ni gas, ni butano, ni leña: que no pueden guisar, que se lo digo yo, aunque usted bien que lo sabe. Por eso, todo precocinado para comer en frío o en crudo. Era la misma hora. Antes había bajado por el periódico y el pan, cuando el voluntario voluntarioso me advirtió de la pobreza de sus pupilas familias y en una diferencia de 15 minutos, no más, al subir a casa y oír lo transmitido por el televisor, créanme, me quedé de piedra. ¡¿Cómo podría pensarse, aseveraba un orondo abogado defensor de los de la tarjeta Black, cómo podría difundirse la populista aseveración de la dieta franciscana de los agraciados dirigentes de la banca Bankia, habiendo sido compañeros de colegio de presidentes de gobierno, ocupado asientos en consejos de gobierno, o haber merecido el nombramiento de gobiernos para endosarse dietas a su medida?! Y yo, que pensaba en las lentejas precocinadas que dejé al voluntario del banco de alimentos, me vine abajo: ¡Que les paguen un viaje de placer en hoteles de lujo, que para vivir en una vivienda sin gas ya hay tiempo! O mejor pensado: que les garanticen suficiencia energética.
Manuel Pérez Castell