Es curioso y posiblemente hasta incomprensible que, observando las fotografías de los distintos periódicos sobre la manifestación de Podemos celebrada el pasado domingo en Madrid, prácticamente, las únicas banderas españolas que aparecen son las colocadas por la Comunidad alrededor la fuente de La Cibeles, proliferando en mayor cuantía la tricolor republicana. Todo lo contrario de lo que ocurre en el resto de los países como está sucediendo por ejemplo en Grecia, donde los manifestantes portan orgullosamente su estandarte blanco y azul.
La asistencia, para no variar, con las diferencias de siempre, 100.000 personas según las estimaciones de la policía y 300.000 para los organizadores.
Entrando en materia, llamó la atención citar en la pancarta de cabecera «Por el cambio», lema utilizado en una etapa ya cerrada de la historia española. Tal alusión cabe ser interpretada de diversas formas. Mientras algunos alegan falta de ingenio y concreción por parte de los promotores, para otros, lo que realmente les ocupa y preocupa es la ausencia de un programa, con objetivos perfectamente estructurados, reales, alcanzables y lo suficientemente ilusionantes para captar el voto que sitúe a su líder en La Moncloa al final del 2015, como clamaban en la abarrotada Puerta del Sol.
El gran problema de la nueva formación política, transcurrido un año y ejerciendo como otro partido político más, es el continuar instalada en la “indefinición programática”, con las consiguientes rectificaciones efectuadas en relación con sus primeros y utópicos postulados.
Con respecto a las intervenciones de sus notables, hueras de contenido y plagadas de lugares comunes, al margen de las consabidas descalificaciones, resultaron un “más de lo mismo”. Si se preguntase a los manifestantes al regresar a sus múltiples lugares de origen sobre qué destacarían de los distintos parlamentos, lo pasarían mal y sin saber que decir.
La perorata de Monedero, obviando sus gritos y desagradable braceo, resultó de lo más chabacano. Pablo Iglesias, en su línea, utilizó el argumento de “acabar con la austeridad” muy empleado por Alexis Tsipras (Syriza), aludió a Don Quijote y otra serie de arengas cuyo contenido es de todos conocido.
Básicamente el problema de estos acontecimientos es que los ciudadanos ya se están hartando de escuchar promesas que no se cumplen, que el puesto de trabajo no aparece y el vacío de la gélida nevera aterra; con el agravante de que mañana y pasado mañana la historia volverá a repetirse.
La mayoría sensata de españoles, que son millones, cambiarían voces, concentraciones y manifestaciones por soluciones, que les permitan alimentar a los suyos y proporcionarles un futuro a tenor de la dignidad que como seres humanos merecen.