No ha mucho, sindicalistas y políticos de diferente pelaje dejaban perlas verbales que saturan, por méritos propios, los anales de la estupidez más conspicua; lacra sabida de quien utiliza el parloteo como “modus vivendi” casi exclusivo. Se esfuerzan en batir récords históricos, ya bastante eximios. Toxo, consumiendo quizás arrebatos que la cercana primavera trasmite al hombre, se dejó decir: “Los sindicatos son el dedo democrático y constitucional que señala los gravísimos problemas que supone la reforma laboral”. Semejante alegato, entre presuntuoso e incierto, surgió a raíz de la primera huelga que hicieron los sindicatos a Rajoy, todavía barbilampiño presidente. Era una frase hueca, artera; un adorno cínico al objeto de justificar la movilización pregonada y que ofrecía no pocas contradicciones.
El PSOE lanza una ofensiva multitudinaria y ciega. Pretende dañar el crédito del rival (raído de por sí) sin observar que la incoherencia actúa cual boomerang arrojadizo. Rubalcaba en Asturias indicaba: “Con austeridad y ahorro también se puede gobernar”. ¿Qué…? Elena Valenciano, empapada de paroxismo: “Las mujeres van a sufrir en España y Andalucía si gana el PP”. La coletilla, dicha en el fragor de la campaña andaluza, refleja al menos dos yerros o vicios. Por un lado, exhala un tufo feminista innecesario y nocivo desde el punto de vista electoral. Por otro, impulsa una divergencia inexistente al diferenciar España y Andalucía. Cierra Chaves esta burda colección de gansadas: “La democracia perderá calidad si gana el PP”. Salvo rostro pétreo, es inconcebible que miembros destacados de un gobierno nefasto divulguen estos mensajes. Parecen inocentes vestales del templo democrático. Obscena mezcla de abuso y desvergÁ¼enza.
Nacionalistas vascos y catalanes, sobre todo los últimos, restringen sus declaraciones al hecho soberanista. Casi toda su artillería dialéctica converge y se sintetiza en la frase: “España nos roba”. Consideran que tiene más fuerza argumental lo crematístico y abandonan por estrategia, asimismo indigencia, lo doctrinal. Arrinconan afectos y emociones cuando sólo la codicia desencadena pulsiones nacionales. En el mapa político mundial, no tiene cabida ninguna nación cuyo principio vertebrador tenga carácter contingente. Sin embargo, yo aconsejaría a los catalanes que indagasen con cuidado quien les roba ahora y las expectativas de futuro, hoscas e inciertas.
Menciono, finalmente, la aviesa incoherencia del PP. Tiempo atrás, un opositor Rajoy aseveraba: “La subida del IVA es el sablazo que el mal gobernante le pega a todos sus compatriotas que ya están muy castigados por la crisis”. Cospedal, Esperanza Aguirre y un sinfín de voceros, actuaban de eco perfecto. Luego, en el gobierno, sabemos qué hizo nuestro presidente. Aquella explicación del déficit oculto, teniendo en cuenta el traspaso ejemplar de poderes (según responsables peperos intervinientes) y que gran parte de las autonomías estaban controladas por el partido, supone una excusa torpe o, peor aún, que don Mariano, en aquel momento cuanto menos, no se enteraba de nada.
Preguntará el amable lector por qué evoco frases antiguas si hoy disponemos de un selecto ramillete. La razón es sencilla. El periodo electoral enmascara una orgía retórica y, por ello, se constituye en cénit del disparate. Tal escenario nos permite comprobar la flaqueza, inclusive hipocresía, del conjunto. Sin duda, aquí muestran obscenos numerosos vicios, su rapacidad y el desdén por el ciudadano; ahora mero contribuyente.
Políticamente IU, UPyD o partidos de menor poderío, carecen de posibilidades para fiscalizar al gobierno central. De cara a futuras confrontaciones electorales lucen notables perspectivas, pero mientras desarrollan un ínfimo papel en este pintoresco arreglo patrio. Día a día, medios afines y adversos expresan noticias cada vez más chocantes e increíbles. El señor Lara, don Cayo, y la señora Díaz procuran a menudo acaparar un protagonismo que les viene holgado desde un punto de vista democrático. Si bien es cierto que doña Rosa mantiene la fuerza moral incólume, le falta peso específico dentro del arco parlamentario. Don Cayo, aunque parezca chocante, se encamina hacia la virtud al abarcar tales magnitudes en un término medio.
Firme en estas lucubraciones partidarias, cotejando la mediocridad de cualquier sigla gobernante, me pilla tranquilo (no exento de preocupación) la noticia de que el Parlamento Catalán ha aprobado su soberanía nacional frente a la de toda España. Menos sosiego me produjo la reacción del Rey y de un ejecutivo timorato. Veinticuatro horas después, el gobierno no sabe qué hacer. Fuera, de viaje, el presidente encarga a la abogacía del Estado un informe jurídico sobre el pulso de Mas. Rajoy no quiere reconocer los incumplimientos asiduos de la Constitución; le aterra tomar medidas definitivas que el pueblo pide expresamente. ¿Para esto quería gobernar? Cuando la gangrena se extiende, exige tratamiento drástico sobre el miembro enfermo. Nos estamos metiendo de lleno en un avispero. Suspender dádivas y peculios ajenos a los acuerdos del Consejo de Política Fiscal y Financiera podría ser una solución sabia, ponderada.
Gobierno y oposición hacen imposible el pacto por estrategia electoral. Recrean, como consecuencia, un tancredismo arriesgado, desesperante; son campeones de una política nefasta, tornadiza, penosa. Así, España y los españoles acabaremos sumergidos en la desdicha.