Sociopolítica

Político profesional vs. político-ciudadano

Me es complicado concebir del todo el sistema político con sus entresijos para configurarlo de manera que la conveniencia de los políticos sean equivalentes a las del pueblo al que representan, que se supone, es la idea de las democracias. Por eso, pienso ir poco a poco recabando datos y sugiriendo ideas al respecto de los conflictos existentes entre los intereses de ambos: pueblo que vota en las elecciones y la configuración de la cámara del ejecutivo. Por poner un ejemplo rápido, la financiación de los partidos es uno de los medios de desviación de los intereses de los políticos hacia otros no ligados al pueblo, los acercan a los financiadores. Pero aun con esa, no es tan simple y la historia en eso enseña mucho por las distintas variables situacionales de las sociedades con el transcurso del tiempo dadas. De tal variabilidad se extraen impresiones acerca de cómo las diferentes configuraciones en distintos contextos han podido conseguir o no los objetivos que aquí resalto: la representación del pueblo o de los intereses de los electores de los gobiernos (en los ejemplos de los sistemas censitarios -primeras democracias- u otros tipos de gobierno como los aristocráticos, etc., la cuestión es si representan los políticos a sus electores o no, y por qué no lo hacen en caso negativo).

Si bien nos hemos quedado con el factor «financiación de los partidos» como distorsionador de los intereses, otros factores a tener en cuenta son, los que van a ocupar en especial este pequeño «estudio», los salarios que convierten a los políticos de ciudadanos electos para la representación de los mismos ciudadanos en políticos profesionales aunando ambas condiciones: ciudadanos electos en pos de la representación de los electores y profesionales de la política. Estas dos facetas a menudo se encuentran en conflicto pero, como es lógico, nadie querría ser político si no obtiene beneficio por el esfuerzo de someterse a la opinión pública, cargar con la responsabilidad de todo un país y con todo el trabajo que conlleva a tiempo completo. Entonces se hace ineludible el salario y el político profesional en las democracias bajo este argumento, bastante lógico. De aquí nos surge si el sistema de representación no es el idóneo y quizás la democracia representativa con elecciones cada 4 años no es un garante de estabilidad sino, al contrario, un promotor de la desviación de las señas de identidad en la que los electores confiaron en la elección.

Es cierto, en este caso, que algunos economistas destacados han resaltado la incoherencia temporal como es el brillante trabajo de los premios Nobel de economía Kydland y Prescott (1977) y mencionado con acierto en «Nada es gratis», Jorge Juan (2010). La incoherencia temporal se define como el conflicto que existe entre los incentivos de «aprovechar el tiempo de la legislatura» para ganar utilidades en ese ínterin o hacer lo mejor para el futuro del país aun cuando las medidas tomarán efecto tiempo lejos de la duración de la legislatura. Ilustrando la cuestión un gobierno con superávit podrá ahorrar ese dinero para cuestiones futuras que lo requieran -como una crisis- o podrá invertirlo en la sociedad mejorando los servicios, ganándose a la gente y la popularidad. Este conflicto de intereses mediados por el tiempo se unen a los mediados por la economía propiamente dicha desviando más los intereses de unos y otros.

¿Pero qué pasa si los cargos públicos son breves y son rotativos? Supongamos que nosotros, efectivamente, elegimos a los partidos para representarnos y de los partidos rotan los diputados y hasta el presidente en intervalos de tiempo cortos donde a los políticos, aun cuando están en funciones como tales cobren su salario, no puedan dedicarse a la política porque el estar en un cargo público sería una contingencia con una duración prevista y con un salario previsto, después de la misma tendrían que volver a la actividad anterior (su trabajo anterior) y a la actividad del partido sin salario o con un salario mínimo (del cual no se pueda vivir e impida ser «profesional»). Lógicamente, para que los cambios de la formación de gobierno no afecten la información de todos los aspirantes a políticos ha de ser equivalente para cuando tomen posesión del cargo continúen con el trabajo anterior sin interferencia. El tiempo de la contingencia en cargo público podría ser de un año prefijado e inamovible para eliminar intereses por continuar en el puesto y irrepetible de forma consecutiva para el mismo ciudadano.

Estudiando las consecuencias se desvela que las ideas políticas se colectivizan o despersonalizan en los partidos políticos. Los incentivos por la incoherencia temporal podrían sufrir el riesgo de resentirse, sin embargo, no pasaría si la despersonalización de la política es efectiva bajo el manto del partido: hacerlo mal es culpa del partido y no de la persona en el cargo (al menos de cara al público). Entonces, la incoherencia temporal al saber el político que tendrá su puesto y haga lo que haga expirará su tiempo en lo prefijado podrá planear políticas a largo plazo pues el crédito o descrédito de sus acciones no influirán en su continuidad en el puesto, si bien, como señalaba antes, afectarán al partido porque éste si tendrá continuidad. Los políticos como ciudadanos tendrán su recompensa en forma de buenos sueldos en tanto ocupen los cargos pero no les compensará para dedicarse a la política pues el rango máximo de ocupación de puestos público sería de año sí, año no, algo insostenible pues en este modelo no hay paro para los políticos (no son considerados como profesión). Atención aparte requiere el hecho de que la recompensa inmaterial de los políticos (satisfacción de servir al país y parecidos) además de la material con el salario de político es suficiente aliciente como para acceder a cargos públicos cuando la responsabilidad, manteniéndose alta, no es tanto ya que se disipa en el partido que es el que, realmente, gestiona las ideas políticas. La despersonalización, por ende, reduce la responsabilidad del político y con ello sus expectativas de recompensa -menos carga sobre él contribuyen a que la persona no necesite de «tanto» para compensar el desgaste de ocupar un puesto público- al tiempo que el trabajo coordinado en los partidos se incrementa en eficiencia y la responsabilidad de los partidos es acatada en las elecciones donde el electorado decidirá como siempre si ha sido buena o no la gestión.

Un último apunte merece la desaparición de la imagen como atractivo al voto, donde el personalismo, el carisma del candidato es más importante que sus ideas y ética. Con este sistema propuesto, no hay candidato, es el partido aunque sí se conoce quienes los componen, se vota a un grupo de verdad con representación de grupo de cara a la galería y no, como ahora, se vota a un grupo con representación de cada al público en una personalidad. La imagen, en consecuencia de las personas concretas pierde peso y ganan los contenidos del programa de verdad de los partidos.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.