Curiosamente, hoy recurro a Martín Heidegger -un filósofo que reniega de la metafísica y con adhesiones nazis, al parecer- para relegar lo ontológico a través de la semiótica. Quienes hacen del concepto (políticos y comunicadores) un confuso entramado, buscan la manera de cultivar espacios cerrados al común. Solo así, los primeros se permiten revestir ad hoc cualquier realidad y los segundos administrar en exclusiva la exégesis posterior. Ambos se constituyen en piezas necesarias a esta sociedad modelada arteramente para tan suculento fin. Intervienen también a la hora de configurar este proceso individuos que, sin ningún crédito moral ni intelectual, progre o solidario, son ídolos fabricados preservando la equidistancia entre supersticiones y complejos. Aquí ha encontrado el terreno idóneo Podemos, grupo de arquitectura nazi-totalitaria, para cimentar su caladero de votos. Me gustaría conocer qué genios contribuyeron a sustituir la honda reflexión por la caricatura sensible. Parecida comparsa debe asumir el ascenso de estas doctrinas nada tranquilizadoras en los países mediterráneos, al menos. ¡Ay! la educación, el sistema.
Vivimos en la cuerda floja
Urge recurrir al sentido común, calibrar con rigor el riesgo que nos acecha, destilar adrenalina para estar alerta. Asimismo, nuestro instinto -limpio de dogmas y pautas maniqueas- debiera sugerir que solo podremos encontrar la victoria uniendo esfuerzos. Evitaríamos, como mínimo, una derrota definitiva e inexplicable. Sé que cuatro siglas, cuatro jinetes del apocalipsis, sueltan las bridas de sendos corceles que hollarán la reseca piel de toro si lo permitimos. Siendo todos terroríficos, uno conlleva el hambre y la esclavitud, auténticas alimañas de cuerpo y alma. Excuso, pues pecaría de altanero, orientar el voto de mis amables lectores. Además, ignoro la certidumbre y no me arrastra prurito alguno. Me sentiré satisfecho si acierto a crear cierto entusiasmo por realizar un ejercicio sosegado de lucubración electoral ante el impacto causado por la devoción a la reseña, al márquetin, a lo cómodo aunque sea indigesto.
Decía que, aprovechando cualquier estrado, los líderes intentar cambiar el sentido de las encuestas. Algunos comunicadores, objetivos o genuflexos, dan cumplida cuenta de manera diligente (quizás entonando panegíricos) que a veces vician con malévolas comparaciones. Jornadas atrás, casi a la misma hora, Pablo Iglesias intervino en el hotel Ritz y Albert Rivera en “El ágora de El Economista.es”. Diferentes informaciones indicaban que el primero había confeccionado un discurso estructurado y de gran contenido político, dejando caer su condición de politólogo. Entre tanto, el segundo había urdido un parlamento pragmático, fresco y racional. Quedaba difuminada una preferencia sutil hacia el primero. Puede que, sin proponérselo, el susodicho comunicador le adosara un pesado lastre, de acuerdo con el tópico, aunque ligero de materia.
Hasta donde yo sé, todas las ideologías -desde un punto de vista teórico- son excelentes, beneficiosas para el individuo. Se desnaturalizan, e incluso prostituyen, cuando el político hace de ellas su instrumento preferido para alcanzar el poder. A bote pronto, no recuerdo ningún sociólogo o politólogo eximio que utilice sus conocimientos para posibilitar cualquier dominio sobre los demás. Marxismo, socialdemocracia y liberalismo son doctrinas cuyo fin último es conseguir el bienestar, la igualdad y la libertad del hombre; sobre todo la libertad. Considero inverosímil que quien coloca alas a la mente propusiera encadenar formas. Procedería contra la esencia del pensador; un vicio censurado, rechazable. Ni Marx aprobaría coartar el fundamento del racionalismo. Dejaría de ser Marx para convertirse en tirano infame. Por este motivo, el dogmático es cautivo de su propia irracionalidad. Obtusos, los españoles premian al político preso de sus palabras, jamás de su creencia ni de sus acciones.
Los cuatro vocablos del epígrafe son signos de un mismo concepto -farsa- cuando el teórico baja a la arena y compite con los demás para alcanzar un poder que le niega la naturaleza. Ese escenario es, por tanto, consecuencia infortunada del engaño y la vileza. Semejante actitud lleva a los mayores tics de corrupción personal e intelectiva. Empecemos por Pablo Iglesias cuando afirmaba rotundo que Marx y Engels eran socialdemócratas. No niego especulaciones viables de tal hipótesis en su base doctrinal, pero la praxis histórica del comunismo y la sentimental de Podemos hace inútil identificar, aun conciliar, ambos (comunismo y Podemos) con la socialdemocracia. Iglesias lanza el anzuelo, hipócrita, para ver si pesca en río revuelto; única forma de lograrlo los partidos que se extreman hacia un lado u otro.
De PP y PSOE poco puedo añadir que suponga alguna novedad, salvo ese merengue que modula la campaña en el primero y la afirmación gratuita de que no habrá nuevas elecciones en el segundo. Escasos, pueriles, estímulos para el votante potencial. Con su pobre horizonte han potenciado un futuro sombrío, alarmante. Gestaron una sociedad dividida que remató forjando este país heterogéneo, divergente, belicoso. Desidia e incompetencia consiguieron, para bien o para mal, la actual Cataluña, perdida irremisiblemente. Tal ceguera política y ética produjo unos partidos que, dependiendo de su proceder, pueden traernos claridad o tinieblas.
No se vislumbra un paisaje impoluto ni esperanzador. Ciudadanos presenta, pese a injustas invectivas, el mayor atractivo de salida. Veremos si se conforma como partido bisagra para no caer en nacionalismos o partidos de “progreso y cambio”. Yo, fiel a mis principios, sometido a lo inteligible y desdeñando otras conjeturas palpables, hago mío el pensamiento de Erich Fromm.