“La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No había entre ellos ningún necesitado…” (He 4, 32-37)
La primera comunidad cristiana tenía un proyecto común: anunciar y vivir conforme con el evangelio de Cristo. No pensaban en sus intereses personales y por tanto, se interesaban en los demás. Que nadie pasara hambre. Esa comunidad cristiana es la que se constituye después de Cristo y ha servido y sirve de base, de fortaleza a la Iglesia, principalmente, en sus momentos de crisis.
Presumo que sus miembros estaban conscientes de que mientras haya alguien que tenga necesidad y sufra, no tenían porque sentirse bien.
La enseñanza que nos legaron a los cristianos y personas de buena voluntad de hoy, es la de ser solidarios. Quizás nos quisieron inculcar que no puede haber comunidad sin amor. Y créanme que desearía ver una civilización fundada en el amor.
Recordemos siempre que Jesús vino a amar y a dejar sentado por siempre que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado (Mt 12, 12). Entre la contradicción de la ley y del amor, que reine este.
La máxima permanente, el único mandamiento: ámense los unos a los otros como yo les he amado (Jn 15, 12). Amar a Dios, por encima de todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Por aquí, por aquí, por aquí anda la solución de los problemas de la humanidad actual.
Ya se asoman voces que expresan angustia ante un mundo sin amor, sin ética, sin moral… y ya hay quien afirma que, el amor nos lo van a arrebatar en nombre de la libertad: catástrofe total.
No podemos permitirlo. No podemos dejar de expresar nuestra fe en Dios que es amor. El único capaz de darnos la libertad verdadera siempre y cuando impere el en nuestra alma y cuerpo.
No podemos ser ciegos y sordos ante el sufrimiento de los demás, que son millones y a veces no tienen como elevar al mundo sus miserias, dolores, angustias e incertidumbres.
Ya se ha sostenido, dramáticamente, que, muchas protestas y manifestaciones de la actualidad, no son por no contar con empleos o el derecho a estos, dignos y estables, sino – y he aquí lo dramático – por el “derecho de ser explotables” ante la ausencia de trabajo y de un futuro sombrío.
¿Que aspira todo ser humano? un trabajo, digno, estable, con buen salario, prestaciones, que le permita acceder a una seguridad social que culmine, en el momento del retiro, con una jubilación o pensión digna de vejez. No es indecoroso el luchar por estas cosas como dio a entrever uno de esos analistas que nada dejan y que yo quisiera saber donde obtienen esa profesión – la de analistas como la de expertos – como la de los ex…
La libertad, la imperfecta y siempre perfectible democracia, son necesarias. Sin libertad impera la tiranía y regimenes totalitarios y la suerte de los que sufren – la de los pobres – se hace peor. Pierden el derecho de protestar y de hacer que impere un mundo de fraternidad, de amor, de justicia, libertad y solidaridad.
Yo abogo con todas mis fuerzas por un mundo donde los sistemas políticos no estén de espaldas a Dios. Yo abogo porque el mundo sea transformado por el Evangelio de Jesucristo. Yo abogo por un mundo fraterno y de amor. Invito a hacerlo.