A veces a uno le invade la ternura, siente lástima de si mismo y de todos los demás.
Puede ser un mal día: un día de esos en que una lluvia horrenda se desploma contra el asfalto y atraganta las tuberías, acompañado de un frío que pasa por las calles haciendo inventario de ausencias.
O puede ser un mala época: una racha en que hay cambios en la vida y uno se siente tan insignificante que le dan ganas de creer en Dios, si se es ateo, y de hacerse ateo, si se cree en Dios.
La cuestión es que uno anda por la calle y los escaparates le devuelven su triste figura atravesando golosinas, loterías y ropa interior, con la cara que tendría el escepticismo si se encarnara.
Bah, un día así a uno no le importan las ideologías ni los políticos que de tanto mentir adquieren aspecto de un espectáculo cómico. Simplemente uno pasa por el día como un fantasma de carne y hueso, arrastrando su peso exacto como alguien que a desgana tira de un objeto insignificante, maldiciendo entre dientes la vida y su peso en oro, y la lluvia, y el frío que reinaugura el dolor de viejas cicatrices. Y para colmo también puede unirse el viento, silbando como un antiguo empleado de ferrocarril que anuncia la llegada del frío y del tedio, volando el sombrero de alguna señora para intentar mover a risa al transeúnte: pero nada. Entonces intenta apelar a las frases hechas y a los refranes para aliviarse, pero no entiende nada: ¿ tiempo al tiempo ?¿ después de la tormenta? Sí, puede que llegue la calma, mas un día así uno piensa que la calma tan solo es el preparativo de la tormenta, un tiempo en que el desatre se para para coger aire.
Pero desengañémonos: la lluvia, el viento, el frío, no hacen más que avivar un ascua de desolación y de tristeza que siempre está latente en nosotros, un rescoldo de depresión que se enciende al mínimo contacto, que espera el tiempo hostil agazapado en nuestru sobconsciente. Algunos, más propensos, conscientes de su depresión ingénita, sonríen como pueden porque al lado está su novio, su hija, su mujer, seres que confían en su fuerza y firmeza, y que le ayudan con una palabra, un beso, un contacto en el momento preciso,para seguir avanzando aunque sea a trompicones y sollozos.
Cada día sucede, al lado de usted. Puede que sea ese señor que siempre sonríe y saluda amablemente; esa señora que pasa cabizbaja y con prisas; ese chico con pintas de superficial y engreído.
Al lado de usted pasan reprimiendo sus emociones para no contagiar su tristeza , con la amabilidad de quien tapona su tos con la mano. Por eso nunca viene mal un respeto cariñoso de antemano.