Conviene que Netanyahu y Lieberman sepan que la impunidad de Israel toca a su fin.
El nombramiento del conservador Avigdor Lieberman en el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores del Estado de Israel fue acogido con estupor e indignación por los políticos árabes. Recuerdan la agresividad del discurso de este ultranacionalista hebreo, partidario en su momento de un ataque aéreo contra Egipto o de la adopción de castigos colectivos contra los palestinos.
Lieberman preocupa a los Gobiernos de Oriente Medio ante un posible endurecimiento de la política hebrea frente a los vecinos de Israel. El actual jefe de la diplomacia hebrea se apresuró a reiterar su rechazo a las iniciativas de paz presentadas en los últimos años por la comunidad internacional, reconociendo como única alternativa válida la ya obsoleta Hoja de Ruta de 2004.
La aceptación del documento por parte de Lieberman constituye otra maniobra dilatoria del Gabinete Netanyahu, empeñado en ganar tiempo para poder contrarrestar las presiones ejercidas por Washington para la creación de dos Estados – uno árabe, y otro, judío – en el exiguo territorio de la Palestina histórica.
Para el establishment político sionista, la victoria electoral de Barack Hussein Obama presupone un verdadero trauma. No tanto por el color de la piel del líder demócrata, como por sus antecedentes familiares. Los políticos de Tel Aviv no dudaron en tachar a Hussein Obama de «criptomusulmán», de amigo de los árabes o, lo que es aún peor, de detractor de la causa israelí. El Presidente lo logró disipar la inquietud de los líderes sionistas al hacer hincapié en su amistad con los líderes de la comunidad judía norteamericana y su apoyo al pueblo de Israel.
Pocas semanas después de las elecciones estadounidenses, los rotativos de Tel Aviv filtraron un informe atribuido a los consejeros de seguridad del Presidente, Henry Siegman y Brent Scowcroft, en el que se recomendaba adoptar una postura más flexible frente a Tel Aviv con respecto al espinoso problema de los refugiados palestinos. Según la prensa hebrea, la Administración Obama se limitaría a negociar el posible reasentamiento de los refugiados en Oriente Medio y la solución del problema humanitario mediante el mero pago de compensaciones económicas. En realidad, los asesores de la Casa Blanca han promovido la solución de los dos Estados, que el actual Gobierno israelí se niega a contemplar.
Más allá del simple duelo verbal que recuerda otras épocas de tensión en las relaciones entre Norteamérica e Israel, se empieza a vislumbrar el cansancio de algunos sectores de la política estadounidense, partidarios de ejercer presiones sobre Israel. Se escuchan voces de politólogos americanos que reclaman un «cambio de tono» en las relaciones con Tel Aviv.
En las últimas semanas, los principales medios de comunicación occidentales se hicieron eco de la «receta» elaborada por el catedrático Stephen Walt, quien recomienda la adopción de medidas destinadas a corregir las normas de conducta que rigen las relaciones bilaterales. Walt propone la reducción de la ayuda económica y militar estadounidense, un cambio radical de discurso por parte de Washington, el apoyo de la diplomacia estadounidense a las resoluciones de la ONU que condenan la ocupación de los territorios palestinos, la disminución paulatina de la cooperación «estratégica», la limitación de las compras de material bélico de fabricación israelí destinado al ejército norteamericano; una política más restrictiva para con las organizaciones no gubernamentales que apoyan la colonización de los territorios palestinos y la construcción de nuevos asentamientos, la limitación de las garantías concedidas a los créditos destinados a Israel. Por último, aunque no menos importante, el compromiso de alentar a los aliados (europeos) de Estados Unidos a ejercer a su vez presiones, tanto políticas, como económicas, sobre las autoridades israelíes.
Estas medidas generarían duras quejas y acusaciones por parte del establishment de Tel Aviv. Lo importante, estima Walt, es dejar constancia de que Norteamérica no traiciona al aliado judío al recomendarle que, por su propio interés, actúe en la «buena dirección». Conviene que tanto Netanyahu como Lieberman sepan que en la era Obama la impunidad de Israel toca a su fin.
Un último apunte: otros Presidentes de los Estados Unidos trataron de aplicar la política del palo y la zanahoria para con el Estado judío. Algunos, como George Bush padre, lo consiguieron, obligando a Iztak Shamir a acudir a la Conferencia de Madrid. Otros se jugaron la reelección…
Adrián Mac Liman
Analista Político Internacional