El camino que existe entre la vacunación universal de los niños y la cobertura de las operaciones estéticas de blanqueamiento de ano separa dos extremos de la sanidad: la necesidad y la necedad. Son tantas las posibles prestaciones sanitarias que el gasto sanitario podría crecer hasta el infinito, sin que ello conllevara una mejor salud de la población.
No todo lo que se puede hacer se debe hacer. El hecho de que seamos capaces de dejar embarazada a una septuagenaria no nos da derecho a convertir a sus hijos en huérfanos tres años después a cargo del erario público.
Las prestaciones sanitarias que una población espera recibir de su sistema de salud suelen relacionarse con el nivel de renta disponible. Sin embargo, aunque las necesidades sanitarias objetivas son mucho más uniformes, aquella salud que la Organización Mundial de la Salud (OMS) evocara en su constitución -la del completo bienestar físico, psíquico y social- se ha mostrado tan asimétrica en su distribución como el resto de los bienes humanos. Mientras que los países empobrecidos miran los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) como sueños inalcanzables, los ricos aumentan paulatinamente sus expectativas de atención sanitaria, traspasando con creces lo estrictamente necesario. Como en tantas otras paradojas de nuestra extraña sociedad global, los que más tienen roban incluso lo esencial a los menos afortunados: los profesionales.
En algunos países, los profesionales de la salud se han convertido en algo más preciado que el oro, tras haberse convertido en materia de tráfico y especulación a nivel mundial, como si de cereales o petróleo se tratasen. Los pudientes, llevados de sus crecientes y desmedidas demandas de atención sanitaria, aprovechan las debilidades de los jóvenes sistemas sanitarios emergentes para esquilmarlos de recursos humanos. En un nuevo desembarco colonial, se vuelve a los países que antes fueron explotados por la metrópoli, para robar una vez más los más preciados frutos de sus plantaciones intelectuales. Enseñados por sus padres maltratadores, los países ahora emergentes compensan sus déficits sanitarios sustrayéndoselos a otros aún más pobres. Con ello se convierten en una ficha más del dominó que ha llevado a 57 países (36 de ellos en África) a sufrir déficits críticos de profesionales de salud.
La OMS ha advertido de que el déficit de recursos humanos sanitarios ralentiza la consecución de los ODM relacionados con la salud. Además, la efectividad de los proyectos de cooperación y desarrollo se ve mermada en estos países al no disponer de personal entrenado y una estructura sanitaria que pueda absorber, implementar y rentabilizar plenamente las inversiones realizadas. Para revertir esta tendencia, ha propuesto tres grandes líneas estratégicas: el seguimiento y control de los recursos disponibles, incrementar y optimizar la inversión en formación de nuevos profesionales, y trabajar por el adecuado equilibrio entre especialización y versatilidad de los trabajadores sanitarios.
Al valorar estas migraciones, es importante recordar que los profesionales sanitarios son seres humanos, a diferencia de los instrumentos que manejan o los fármacos que prescriben. Se abusa en ocasiones del término “recursos humanos sanitarios” para despersonalizar los términos optimización, racionalización, redistribución, retención, racionalización, recorte o rentabilización. Este sucedáneo subordina todo derecho humano o laboral de este colectivo al de su condición de bien necesario para la sociedad. El personal sanitario suele tener la mala costumbre de tener familia, aficiones, sueños, inquietudes, y derechos, además de su trabajo. No eligió un moderno tipo de esclavitud estatal que lo obligue a saltar ante todo toque de corneta, justificado o no, que las veleidades políticas y sociales puedan tener a bien ejecutar. Como decía un amigo mío, “estamos para todo lo que usted necesite, no para todo lo que quiera”.
Cuando un profesional emigra a la región, el país o el continente de al lado no suele hacerlo para crear una crisis sanitaria nacional, sino buscando algo que cree poder encontrar en su destino, y no necesariamente tiene que ser el vil metal. Respeto, desarrollo profesional, capacidad de autogestión, participación en la organización de su ámbito laboral o en la formación de nuevos profesionales, la huida de la politización de la sanidad,… Las posibilidades de que los países seduzcan a sus profesionales son infinitas, la mayoría de ellas muy baratas. Porque no hay nómina que pueda compararse con la sonrisa de un paciente agradecido, y tener la posibilidad de disfrutar de ella.
Teodoro J. Martínez Arán
Médico, especialista en Pediatría