Puestos a debatir debatamos lo indebatible y lleguemos a la conclusión de que nada es lo que parece y nada parece lo que es, o lo que no es, más allá de la ausencia absoluta de los puentes y acueductos que dejan a los que trabajamos aislados como consecuencia de la tormenta perfecta de huida en marabunta hacia algún lugar por descubrir, atasco mediante, en el que encontrar la paz y el solaz necesarios para iniciar, de nuevo, el alienamiento laboral en pos de la nunca bien ponderada Santa Bendita Nómina.
Y debatamos por debatir si los puentes son de recibo o una obsolescencia laboral más, como tantas, vendida como un derecho, reconvertida en deber, y con la única conclusión cierta de ser un hecho diferenciador de la idiosincrasia española. ¿Por qué mantenemos izada la bandera de los puentes cuando el resto de países ha optado por la coherencia productiva?
Una coherencia que parte por gestionar los festivos anuales de manera que éstos sean debidamente organizados para no afectar a la producción de las empresas. Si el hombre pudo domesticar a las fieras, ¿cómo no va a poder domesticar al calendario? Se trataría de desplazar todas las fiestas a lunes o viernes, de manera que no se rompiera la semana laboral.
De esta forma nadie perdería, ni siquiera el sector turístico, ya que a cambio de pérdida de puentes, tendría fines de semana de tres días garantizados a lo largo del año, ni por supuesto los trabajadores, que seguirían disfrutando del mismo número de días festivos, ni obviamente las empresas, que no verían cortada su producción por días en los que unos trabajan y otros no.
En definitiva, no podemos ser más papistas que el Papa, y si queremos igualarnos en productividad a los países de nuestro entorno debemos apostar por igualar las condiciones laborales, incluyendo las salariales, dicho sea de paso, para poder empezar a competir de una vez por todas.