Nos cuesta reconocernos cual somos, por eso intentamos reflejar la imagen de cómo nos gustaría ser.
Nuestras relaciones con los demás constituyen una especie de espectáculo en el que actuamos tras máscaras que pretenden representar el ser ideal al que aspiramos.
Ocultamos nuestros defectos y revelamos aquellas virtudes que consideramos apropiadas al personaje que construimos. Valoramos en la amistad los valores que desearíamos nos adornasen y despreciamos, no sólo los ingratos, sino también a los que no se dejan engañar con nuestro disfraz social.
Muchos buscan en los demás quiénes son, mientras algunos se buscan en su interior sin importarles ningún modelo de éxito asegurado.
Todos hallan su punto de encuentro real o simulado, aunque el auténtico se aloja siempre en el desprendimiento sincero de caretas y en esa búsqueda constante que el filósofo sentenció como: “conócete a ti mismo”.