Hay días en que el hedor se hace insoportable en la porqueriza donde nos revolcamos creyendo habitar el primer mundo. Son días en los que percibimos con claridad que lo que parecían baños de lodo son, en realidad, inmundicias que nos cubren hasta las cejas. Entonces apreciamos el mal olor que desprende este ambiente putrefacto y hediondo que hace imposible respirar sin riesgo de asfixia. Un asco horrible hace retorcer el gesto, arrugar la nariz y hasta cerrar los ojos por las náuseas que provocan tantos detritos.
Una palada más de estiércol, de las que dan cuenta los medios de comunicación, hace que descubras que has caído en el interior de una letrina y que nada de lo que te rodea está limpio. Ni siquiera tú mismo. Por mucho que busques algún asidero no manchado para escapar, solo encuentras excrementos y residuos descompuestos de materia que hace tiempo dejó de ser salubre. Y te horrorizas que esta contaminación no haga más que crecer y extenderse por todo el horizonte al que alcanzan tus ojos.
Constantemente ves llenar con más porquería esta pocilga. Al principio creías que una escasa cantidad de basura apenas alteraría el equilibrio del entorno y serviría incluso de abono para nutrir el terreno. Pero el volumen ha ido incrementándose desmesuradamente hasta el extremo de invadirlo todo. Ya nada se libra de estar asquerosamente contaminado.
De granos aislados en la política, se ha pasado a una interminable lista de focos purulentos de corrupción cuyos nombres no hacen más que desvelar que ningún ámbito público queda indemne de este deterioro generalizado. GÁ¼rtel, pokémon, brugal, bárcenas, eres, malaya, fabra, palma arena, campeón, palau, etc., responden a denominaciones policiales que cuestan trabajo memorizar y contextualizar antes de que la actualidad añada otras más, como una epidemia, al vertedero.
El nivel de podredumbre alcanza cotas inimaginables y consideradas sagradas. Ya no es un yerno del Rey el que ha caído en esta cloaca donde le abandonan hasta las ratas que lo acompañaron cuando se paseaba con aires aristocráticos por las alcantarillas, sino primas de sangre del monarca, de abolengo Borbón-Dos Sicilias, las que se ensucian en el fango del blanqueo de capitales y no hallan reparos en el trato con redes chinas que trafican con capitales y otras mierdas parecidas. Habrá que ver si el que porta una corona tan mancillada es capaz de volver a entonar “perdón, mi familia es la monda” a través de algún plumilla al servicio real, en horario prime time, es decir, cuando emiten violencia o cotilleo en horario infantil, en la Telenarcoticón Española (TNE), antes TVE.
Y es que si en la cumbre cuecen habas, en las laderas apesta a cocido de coliflores hasta lontananza. Así no hay manera de quitarse las mascarillas. Porque resulta que Hacienda, esa que escruta tus miserables ahorros en cualquier Caja de las que te pegan el timo de la estampita con las preferentes y otras estafas, no sólo es ciega, sorda, muda, manca y coja con los pudientes, sino que además es sumamente benevolente con los grandes acaudalados para que, previa amnistía hecha a medida, puedan retornar parte del dinero evadido de esos paraísos fiscales que ni dios investiga. Fortunas que se relacionan con poderosos e intocables de nobles apellidos, esos que figuran en la lista de los grandes defraudadores fiscales de la historia que se agenció el osado informático Hervé Falciani en el banco suizo HSBC, entre los que figuran 1.800 exquisitos compatriotas de la política, la economía, las finanzas, los negocios, las artes y de todo lo que huele a podrido en este país.
Son los mismos que no sólo se pasan por el forro las normas que dictan para los demás, sino que se permiten “olvidar” el decoro y la sensibilidad para con los “tiesos”. Como esa excelentísima personalidad del Estado, todo un presidente del Senado, que afirma solemnemente ante un juez desconocer –él, que debe intervenir en los procedimientos para la elaboración y aprobación de leyes- que no sabía que debiera declarar el “préstamo” que le facilitó su propio partido (como consta en los “papeles” de la mayor trama de corrupción que afecta al partido del Gobierno) en unas condiciones que ni mi padre aceptaría, si yo se lo pidiera. Mejor te regalo el dinero, sería su respuesta. Claro que ni mi padre tiene dinero para prestar ni jamás lo tendrá: pertenece a esa horda de harapientos que se mueren antes que robar un céntimo a nadie. Por eso no pudo aspirar nunca a ser tesorero de estas bandas de alí babás del erario público en que se han convertido los partidos políticos, y prefirió ser maestro y luego médico. Algo poco cotizado en la cloaca, donde los chavales se quedan sin becas ni erasmus que puedan facilitarles los estudios, si no eres un junior de asquerosos apellidos, como los que figuran en la famosa lista de golfos. Por ello hay toda una desbandada hacia la “movilidad exterior” y una auténtica fuga de cerebros de una juventud que confiábamos pudiera emanciparse de este fangal. El porquero Wert ya se había encargado de impedir que la educación estuviera al alcance de los desclasados. Y Falciani, a la cárcel, por traidor y tonto: ¡mira que refugiarse en España!
Sería interesante escuchar el diálogo que podrían entablar ese informático que desenmascara la identidad secreta de los ricos y los banqueros que, como el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, acaban ¡por fin! con sus huesos en la cárcel por chorizos. Sería interesante ver cómo defienden uno y otros sus conductas enmarcadas entre el latrocinio y el saqueo de información mercantil: como un duelo entre pillos. Y es que la banca, como la política, está de caca hasta las cajas fuertes. Como a los jueces les dé por aplicar el código penal a los chanchullos de los que se lucra, no habrá prisiones para meter a tanto banquero apestoso. Ojalá llegue el día en que los desahucios sean en dirección opuesta, para desalojar a quienes nos han metido de lleno en una crisis con la que nos están negando la educación, la sanidad y las pensiones para que los “nadie” paguen los platos rotos.
La “marca” España está escrita con la tinta fecal de todas estas porquerías con las que convivimos como cerdos. Hasta los ídolos del deporte y la cultura caen en la tentación de engañar cuánto pueden, a veces con el dopaje, a veces con el dinero. Si no, que se lo pregunten hoy a Messi, ayer a Teddy Bautista y antes a Lola Flores. La mierda lo abarca todo.
Y para que no se nos ocurra exigir limpieza y justicia, la charca se convierte en un Estado policial, en el que las porras y las pelotas de goma te mantienen quietecito en tu sitio. El Gran Mojón te vigila, hermano, como otro ingenuo, harto de colaborar, se ha atrevido a denunciar. Movido por escrúpulos tardíos, como aquel informático de la banca, un exempleado de la CIA, Edward Snowden pone al descubierto la colosal maquinaria secreta de Estados Unidos para espiar todo lo que circula por Internet, incluidas las comunicaciones y los correos electrónicos en el mundo entero. Esa vigilancia de nuestra intimidad es la última palada de suciedad que faltaba para que rebosara el pozo inmundo en el que nos refocilamos entre desechos. Desechos de nuestros derechos, de nuestras libertades y de nuestra dignidad.
Otra vez los jueces, para acabar, son los que levantan la voz para criticar que la Casa Real, donde cuecen habas, goce de mayor protección que el honor. No sé de qué se extrañan porque siempre ha sido así en la historia. Los reyes, desde los egipcios hasta nuestros días, son los representantes directos de los dioses. Ellos enlazan la pocilga con el cielo. ¡Qué asco!