Celebrar el Día del Trabajo es brindar por un deseo cada vez más difícil de conseguir, a menos que por tal cosa se entienda una oferta laboral cuasi esclavista, donde un amo dispone de todo el derecho para maniobrar a su antojo y negar al trabajador hasta la posibilidad de enfermar sin merma de empleo y sueldo.
Casi todas las conmemoraciones que se organizan al año nacen de una necesidad reivindicativa por algún logro u objetivo no alcanzado plenamente, como esta de ayer del Trabajo o la de los derechos de la Mujer, el respeto a la Biodiversidad, Contra el hambre, etc. De ahí que en el Día del Trabajador se celebre, en realidad, una carencia que se agranda en sociedades, como la nuestra actual, que sólo reconoce y respeta antes los derechos del capital que los de las personas, dejando a éstas sometidas a las normas y condiciones que aquel impone. Se inocula así una “lógica” que nos doblega a considerar como indiscutibles aquellos recortes en “gastos” sociales e inversiones de interés general (educación, sanidad, dependencia, cultura, investigación, etc.), pero no las “ayudas” públicas a una banca cuya supervivencia sólo beneficia a unos cuantos especuladores privados, pertenecientes a la élite del capital, fuerza dominante.
Como continuemos sumisos al imperio que todo lo valora en función del negocio, pronto deberemos añadir un nuevo día a celebrar, el Día del Hombre, cuya pérdida de dignidad lo aboca a engrosar en la lista de especies en vías de extinción, por no ser rentable.