Un Gobierno deberÃa ser  un árbitro entre partes en conflicto para repartir con justicia  los bienes comunes y  ser  administrador  ( pero  no actuar como dueño) de bienes públicos que debe preservar y agrandar estando del lado de los ciudadanos, sus legÃtimos propietarios. Ese es su cometido teórico básico. Sin embargo, ¿Cuál es su cometido real? ¿Solucionar los problemas de los ciudadanos como buen administrador? No, todo lo contrario: crearlos. Entonces viene el preguntarse: ¿Es que el ser elegido en las urnas  proporciona acaso legitimidad para tomar las decisiones que les parezcan a los gobernantes más votados aunque sea contra el bien general?  No;  solo cobertura legal para gobernar. Legitimidad es otra cosa.
La legitimidad es algo de carácter ético, de naturaleza moral, espiritual, Ãntimamente unida con la justicia, que poco tiene que ver con  el llamado DERECHO. Asà que un  Gobierno es legÃtimo cuando hace  “sus deberes†básicos mencionados y practica el  no mentir, no robar, no mandar matar, y cumple la voluntad de sus administrados ( que no son sus súbditos) y el programa electoral que le otorgó la confianza de la mayorÃa.  Pero si  no puede cumplirlo, o no quiere,  lo legÃtimo es dimitir y dar paso a otros. Lo legÃtimo, sÃ, pero ¿qué gobierno lo hace?
Un gobierno legÃtimo sabe escuchar y atender  la voz de los gobernados cuando reclaman justicia y decide tomar las medidas necesarias para que se cumplan sus demandas. Un gobierno legÃtimo no privatiza lo público, no regala a terceros los bienes de los contribuyentes como si fuesen suyos, y lleva ante jueces independientes a todos los indignos de ocupar cargos públicos por evadir impuestos, por corruptos o por  proteger a otros corruptos. Y no nombra a los jueces.
Un gobierno legÃtimo pone  lÃmites a los beneficios de los empresarios que viven de explotar el trabajo ajeno arremetiendo contra los derechos laborales y humanos de los trabajadores. ¿Se viene haciendo tal cosa en España? Sabemos que no. ¿Se hace tal cosa en alguna parte? Sabemos que no, aunque en esto hay graduaciones.
Cuando un gobierno pierde su legitimidad por actuar contra el bien general, se convierte en  indeseable .La razón más frecuente es que  se suele hacer lacayo de los ricos y actúa para  dilapidar o poner en manos privadas bienes públicos esenciales como la educación, la sanidad, las comunicaciones, la energÃa, el agua y los transportes públicos. Por el contrario, un  Gobierno legÃtimo  jamás deberÃa consentir que existan ciudadanos con derechos y privilegios obtenidos a costa de otros que los  pierden para convertirse en ciudadanos de segunda o de tercera al servicio de los primeros.  Es, pues, de  particular importancia para un gobierno legÃtimo el respeto a la igualdad y a la justicia,  asà como a la Naturaleza y a la vida animal. Ello significa , entre otras cosas, la prohibición  de toda forma de muerte, tortura y maltrato, en el más amplio sentido, a personas y animales.
Cuando uno se pregunta qué Gobierno del mundo es legÃtimo por cumplir las anteriores premisas y otras de esa Ãndole , puede entrarle una enorme decepción cuando ve cómo en todos, uno tras otro, están  mermadas o incumplidas sistemáticamente cada una de ellas. Especialmente detestable es  no respetar vidas y  bienes ajenos y, por ejemplo,  aprovecharse del erario público para entregarlo a  la banca, a la Iglesia y a otras multinacionales de sectores estratégicos que luego les recompensarán en un sucio cambalache. Y no solo eso.
¿Cómo podemos olvidar el descaro con que  nuestros polÃticos  obligan a sus pueblos a participar con impuestos en defensa de los mencionados grupos,  y con soldados en lejanas guerras para beneficio de otros poderosos gobiernos belicistas a los que los más débiles obedecen como siervos? Todos esos elementos, contrarios al bien general y a la justicia,  se convierten  en fuerzas negativas para el progreso. Todos lo sabemos, pero   ¿ cómo evitarlo?
Cuando uno es español, portugués, italiano, o griego, por nombrar algunos europeos castigados por sus malos gobernantes  le invade una mezcla de indignación, rebeldÃa y deseos de que  se haga justicia. Entonces uno está dispuesto a recordarle a sus polÃticos –pacÃfica pero resueltamente -que ellos han roto el pacto social y que en cambio pactan   con sectores egoÃstas que dañan al pueblo material o moralmente, como es el caso de los banqueros, las multinacionales  y  la Iglesia.
Hoy más que nunca  es precisa una gran presión popular internacional exigiendo justicia cuando los gobiernos no reaccionan o lo hacen con altivez y prepotencia como viene sucediendo. Por ello, los intentos de buscar acuerdos dialogados, las huelgas pacÃficas, la resistencia y desobediencia civil que hicieran falta son legÃtimas si se hacen sin violencia, por oponerse a gobiernos que impiden el bien común. Y estos gobiernos deberÃan reaccionar del mismo modo- es decir sin violencia y con diálogo y por el bien común.(¿ Cómo, si no, es posible la paz social? ). DifÃcilmente podemos esperar de ellos tal cosa espontáneamente, preciso es reconocerlo,  cuando ni siquiera son  capaces de admitir  sus  errores. En  vez de eso envÃan  a los uniformados como toda respuesta a quienes demandan sus derechos legÃtimos,  y manipulan la información presentando a los que protestan como si fuesen delincuentes o terroristas en vez de lo que realmente son: portavoces de la justicia colectiva.
Tal actitud ética, la justicia, está muy lejos de ser una prioridad en los gobiernos de Europa y del resto del mundo, porque no existe ni uno que no explote y violente a su pueblo en lugar de amarlo y favorecerlo, aunque en esto, de nuevo, también hay graduaciones.  Por ello, el conflicto en todo el mundo estará latente o  activo mientras tanto, y  quienes salgan a la calle en defensa de los derechos humanos, laborales y sociales, serán fácilmente descalificados como agitadores antisistema por la propaganda oficial. Pero ante un sistema como  el capitalista, ser anticapitalista es un principio ético para cualquier persona honrada. Ser anticapitalista en términos de salud social equivale a disponer de un anticuerpo defensivo ante un elemento agresivo como es el Sistema.  Ser anticapitalista hoy significa al fin y al cabo  tener una actitud existencial acorde a la famosa Regla de oro que nos recuerda Cristo: “Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros, y no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti â€. Sencillo, pero ¿ se parece esto al modo de operar de los gobiernos del capitalismo?
¿Está presente este mensaje en las jerarquÃas de la Iglesia, soporte moral del Sistema? No  es necesario leer grandes volúmenes para distinguir qué gobierno es legÃtimo. Tal vez  basta una conciencia libre de hipnotismos  culturales, polÃticos o religiosos, sÃ, pero ¿qué proporción de la humanidad está libre de alguno de ellos? Este es el verdadero problema. El que existan iglesias y gobiernos como los actuales, ¿no es, después de todo,  una consecuencia lógica? Pretender cambiar gobiernos del tipo que sean  sin despertar del hipnotismo en que se sostiene la vida de cientos de millones, atrapados de tantos modos, ¿no deja de ser una ilusión más, como viene demostrando tozudamente la historia humana? Entonces, ¿será que hay cosas más urgentes que cambiar gobiernos? ¿No es más práctico comenzar a cambiar  la casa Mundo  por los cimientos éticos  que lleven a la unidad en vez de hacerlo por  los tejados polÃticos que conducen a la división? Algunos dirán que eso es lento, pero llevamos miles de año haciéndolo al revés, y miren cómo estamos. ¿Entonces?…