La Revolución Tunecina del 14 de enero de 2011, denominada románticamente “Revolución del JazmÃnâ€, fue la chispa que prendió instantáneamente entre los pueblos árabes incitándolos a sublevarse con el anhelo de sacudir el agobiante yugo de sus respectivas dictaduras. Y, al principio, el resultado alcanzado ha sido realmente insospechable. Nadie, ni siquiera los expertos más duchos, abrigaba ni el menor asomo de sospecha de que en menos de un año cuatro déspotas muy bien plantados perdieran definitivamente su verticalidad: Zine El Abidine Ben Ali, Hosni Mubarak, Muammar Gadafi y Abdallah Salah.
Sin embargo, cabe hacer hincapié en que una revolución no ha de ser un fin en sà misma, sino un medio que permita cambiar radicalmente una situación polÃtica, económica y social considerada peligrosamente maligna para un pueblo dado. Por esta razón, debe constar de dos fases complementarias: la primera consiste en arrancar de cuajo el tumor primario, mientras que la segunda sirve para implantar, en su lugar, un nuevo órgano sano capaz de salvar el tejido social ya afectado.
Aunque son tan imprescindibles la una como la otra, ambas fases presentan caracterÃsticas diferentes: mientras que aquella, la extirpación, se caracteriza por un fervor necesariamente encendido, la realización de esta, la implantación, requiere sensatez, serenidad y mucha paciencia. De lo contrario, todo el proceso se echarÃa a perder y de Guatemala se pasarÃa a Guatepeor. No hay que olvidar que una revolución supone lamentable e inevitablemente grandes sacrificios en vidas humanas y que, por tanto, hay que evitar que la sangre de los mártires se derrame en balde como recuerda atinadamente uno de los lemas que no han cesado de esgrimir los manifestantes árabes “دم الشهداء ما يمشيش هباء “ .
En cuanto al proceso revolucionario denominado, también románticamente, “Primavera árabeâ€, cabe advertir que, aparte de haber sido la chispa que desencadenó la operación extirpadora, Túnez asume ahora el difÃcil papel de locomotora para la segunda fase: la implantación de un régimen democrático y respetuoso de los derechos humanos. Y, pese a su pequeñez, este paÃs goza de tres bazas importantes que seguramente le permitirán llegar a buen destino: posee una historia multicivilizacional trimilenaria, una ubicación geográfica privilegiada y una estructura institucional sólida.
Después de la del 14 de enero de 2011, el dÃa de la extirpación del tumor, las fechas del 23 de octubre del mismo año y del 26 de enero de 2014 han constituido dos etapas memorables para el proceso relativo a la implantación de la democracia en Túnez. Se trata, respectivamente, de la celebración de las primeras elecciones democráticas en la historia del paÃs para la designación de un gobierno y un presidente provisionales, por un lado, y, por otro, de la promulgación de una constitución considerada por muchos observadores extranjeros como la más vanguardista de todo el mundo árabe.
Y la fecha del 26 de octubre de 2014, ha constituido otro hito emblemático para dicho proceso democrático: se trata de la celebración de las elecciones legislativas que van a permitir que la locomotora pase, de un modo seguro, de los carriles provisionales a los raÃles estables de la red democrática.  Y con este motivo, cabe hacer hincapié de antemano en que sea cual fuere el partido que salga más votado en dichas elecciones, el verdadero ganador será todo el pueblo tunecino quien, a través de su participación masiva en las mismas, demostrará a la comunidad internacional que ha optado definitivamente por la vÃa democrática.
Sin embargo, no tenemos que pecar de ingenuos tampoco, sino que hemos de reconocer que, aparte de ser largo, el camino es abrupto y está sembrado de minas colocadas por los enemigos de la Libertad y el Progreso, procedentes tanto del interior como del exterior del paÃs. En efecto, los partidarios del antiguo régimen dictatorial de Ben Ali, por un lado, y los demás regÃmenes árabes reaccionarios, por otro, convergen en su afán de hacer abortar el proceso democrático en nuestro paÃs. Están valiéndose de todos los medios económicos y maquiavélicos de que disponen, y no son pocos, para hacer abortar este proyecto histórico. Y por esta razón, los verdaderos demócratas, polÃticos, intelectuales y demás ciudadanos de a pie, sobre todo los jóvenes de entre ellos, han de emplear todos los medios pacÃficos a su alcance para desbaratar dicho complot perverso.
Por último, es preciso tener presente en nuestra mente siempre que el pueblo tunecino no ha hecho la Revolución para sustituir una dictadura por otra, sino, más bien, con objeto de erradicar de raÃz toda forma de despotismo sea cual fuere su Ãndole o procedencia.
No olvidemos que hay un prejuicio internacional generalizado según el cual la dictadura es una fatalidad para los árabes. Nos incumbe a nosotros, los tunecinos, la tarea de refutarlo. Asumamos, pues, este compromiso debidamente y sin titubeos acudiendo a las urnas a votar. Hagamos votos por que nuestra locomotora llegue a buen destino, salva, con todos los vagones que arrastra. Procuremos que el jazmÃn de Túnez haga primavera no solo en nuestro paÃs, sino, también, en los demás paÃses hermanos.