La duda no es vacilación ni falta de confianza. En su centro, la duda es miedo.
Miedo…
Miedo de lo arcaico, de lo primitivo, de lo incontrolable… Miedo de la vida y miedo del destino, miedo del abismo que quien duda se crea, por no poseer las herramientas para vencer los obstáculos que les impiden seguir adelante, o calificarlos para ser dueños de una historia congruente, que defina y organice sus vidas adaptándolas de una manera racional y feliz.
La duda es falta de autoestima
Quien duda vive atormentado por la creencia de no ser querido de no ser aceptado.Para ser aceptado, quien duda recurre a todo subterfugio que conoce para despertar el amor tan apetecido; y el favor, tan necesario, de quien busca ser aprobado — aunque lo haga a un precio de sacrificios extraordinarios y de vejaciones increíbles.
La duda es pérdida de control
Quien duda ha perdido un sentido de dirección y de disposición en su vida. Avanza en medio de un sendero tortuoso donde las señales son imprecisas y donde abunda el recelo.
La duda hace de quien guíe una persona de poca esperanza, porque quien está confundido no sabe el camino, ni puede indicarlo. Los padres que se abandonan a la duda, abandonan a sus hijos de esta manera injusta.
La duda es enfermedad del alma
Desde la antigÁ¼edad más remota, los frenólogos se ocupaban con el estudio de lo que entonces se conociera como la folie de doute (la manía de dudar), lo que hoy se estudia como parte integral del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Los que así dudan se sumergen en los abismos crueles de sufrimientos penosos y paralizantes de la mayor magnitud.
Muchas personas indecisas se congelan frente a las indecisiones con que manejan sus asuntos, coartando y limitando sus opciones.
La duda deprime y nos crea ansiedades existenciales
La duda fatiga y agota las fuentes de nuestra energía emocional drenando nuestros recursos de adaptación. La duda nos hace presa fácil para todos los males derivados del estrés.
La duda nos condiciona a vivir en medio de una existencia de aislamiento prolongado y de retiro perenne.
La duda quebranta la fe
La fe es una fuente incomparable de fortaleza y valor para confrontar las incertidumbres de la vida. La fe es un proceso ético/moral que nos habilita para comunicarnos con el Dios mismo (si es que somos creyentes) que nos gobierna y nos rige.
La fe es mina de conocimientos ciertos, de verdades trascendentales y de direcciones seguras, cuando el panorama de la vida se oscurece con las nubes del dolor o con las sombras de la incertidumbre.
Quien duda, se pregunta: ¿Por qué a mí? En lugar de ¿Por qué no…? En la semántica entre esas dos interrogaciones existen diferencias básicas que gobiernan nuestra capacidad de sobreponernos al destino con todos sus caprichos arbitrarios.
El que duda se pierde y no encuentra salida de su marisma de arenas movedizas, donde se atasca y sucumbe.
La duda es indecisión
Cuando dudamos, nuestra vida se atasca en un proceso de ambivalencias y de tendencias hacia la irresolución que nos agobia y nos hace víctima de los arroyos tributarios que nutren el estrés. El estrés desborda pronto, inundando nuestras economías psíquicas con el derrotismo inactivo, o peor aun, con la decisión impensada y, muy a menudo, desacertada.
Cuando dudamos no somos confiables, porque no confiamos en nosotros mismos, ni en los mecanismos de equilibrio que lográramos incorporar en experiencias terapéuticas pasadas. Nuestras direcciones son irrelevantes ya que no se hacen ni por medio de la reflexión ni con el uso de la perspectiva.
La duda quizás sea una de esas enfermedades psicológicas que desafían solución.