“Ante todo, por medio de Jesucristo, doy gracias a mi Dios por todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero” Rom 1, 8
Debemos tener paciencia para soportar todas las pruebas que Dios nos pone en el camino. Tener fe en Dios es creerle sin condición alguna.
A Dios tenemos que apreciarle, estimarle, alabarle en todo momento, por lo que nos ha dado y por lo que no nos ha dado. Bendito sea Dios siempre. Para Á‰l nada es imposible. Sus misterios, sólo El los conoce y nada de ¿Por qué a mí?
La fe en Dios, que por amarnos nos hizo entrega de su Hijo amado, nos justifica, pero tenemos que cultivarla.
El cultivo de la fe pasa por muchas actitudes y conductas nuestras, tales como las de ser justos, honrados, religiosos, alejados del mal y de la mentira. Nada más peligroso que un embustero.
El cultivo de la fe nos lleva a la práctica del servicio diligente y de la caridad activa. A ser generosos, obedientes y solidarios.
Ser solidarios con los necesitados que necesitan de obras y no de palabras.
Ser personas que demostremos nuestro aprecio al hermano hasta en lo más insignificante.
El cultivo de la fe nos lleva a satisfacer las necesidades materiales de la Iglesia para que pueda cumplir a cabalidad con su tarea fundamental de evangelizar y de realizar obras de misericordia.
La evangelización es urgente y ese carácter se lo imprime un santo al que le resbala toda acción irrespetuosa por dinero, Benedicto XVI, cuya sabiduría conduce en momentos difíciles la barca de Pedro.
La evangelización es nuevos métodos y un nuevo ardor en la difusión por el mundo de la Buena Noticia, es decir, el Evangelio.
Todos los cristianos estamos obligados a difundir nuestra fe y llenar al planeta de los valores de Jesucristo.
Cultivar nuestra fe, es cumplir con lo que nos corresponda hacer de conformidad con los dones y carismas que Dios nos ha conferido.
Tenemos que sentirnos dichosos por ser temerosos de Dios y de saber que nos ama. Darle gracias en todo porque esa es su voluntad (1 Tes 5, 18). Hay que tener buen trato y ser amable.
Solo si somos capaces de cultivar la fe, llenándola de atributos, estaremos en condiciones de recibir elogios, alabanzas, reconocimientos de méritos, de san Pablo: “Doy gracias a Dios por todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero” (Rom 1, 8).
Dios nos ama y nos juzgará favorablemente con una fe poderosa que le lleve a decir: “Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel” (Lc 12, 37).