Ni derecha, ni izquierda, ni liberalismo, ni socialismo, ni austeridad, ni política expansiva, ni blanco, ni negro, sino todo lo contrario, nada parece funcionar, todo acaba por estropear lo anterior y ahondar en un mismo agujero, el agujero negro de nuestro propio hundimiento, el abismo económico al que nos dirigimos por méritos propios, por nuestra propia ceguera y nuestro exceso de presuntuosidad.
Nada funciona porque las medidas económicas necesitan tiempo para asentarse, pero la enfermedad del cortoplacismo se ha contagiado entre los gobernantes del mundo desarrollado gracias al acoso de los mercados, pobres corderitos que sólo quieren cobrar su dinero, como todo hijo de vecino, porque aunque les odiemos, y mira que lo hacemos, no son más que como nosotros, como tú y como yo, de hecho seguro que tú, no yo, formas parte de esos mercados a poco que tengas una pequeña inversión en bolsa o un depósito bancario o una cédula hipotecaria, ¡ódiate a ti mismo entonces!
Hacemos ésto y lo contrario en menos de tres meses, con lo que una medida mejora la otra lo estropea, y nadie parece querer darse cuenta de este error de parvulario. Necesitamos un estadista en pleno derecho de su ejecución gubernamental que se plante ante sus electores, ante las organizaciones supranacionales y ante los mercados internacionales y diga «señores, ésto es lo que hay que hacer, y ésto es lo que vamos a hacer, cueste lo que cueste» (nótese que aquí el cueste lo que cueste sí está bien empleado, no como en la frase del Sr. Zapatero).
Pero, ¿qué es lo que hay que hacer? Ese es el problema, que nadie lo sabe, o mejor dicho, nadie lo quiere llegar a saber, porque nos estamos empeñando en defender un sistema organizativo caduco que excluye a los países pobre en favor de los ricos, pero no nos planteamos la idea de que el mundo ha cambiado y que abriendo nuestras fronteras de una manera justa conseguiremos recuperar nuestras economías a la vez que damos una oportunidad a los países emergentes. Pero, ¡amigo!, para ello habría que perder parte de la importancia asumida, y todos sabemos lo difícil que eso es.