En Europa, la crisis convertida en saqueo, la implacable austeridad que todo lo empeora y los rescates financieros han aumentado la desigualdad. Y no dejarán de hacerlo. Pero las minoritarias élites económicas y los gobiernos a su servicio pretenden que esta dramática situación -recuerda el profesor Charles Wyplosz – es el precio a pagar por los excesos del pasado, despilfarros y falta de reformas. Indignante. ¿Olvidan que ellos causaron la crisis?
El profesor Costas Lapavitsas acierta cuando asegura que “las políticas de rescate no han hecho más que agravar la desigualdad con reducción de salarios y pensiones, mayor desempleo y reducción del Estado del Bienestar. La Unión Europea se ha convertido en un proyecto neoliberal puro, elitista y socialmente insensible. Y, dadas las escasas perspectivas de esta Europa, las cosas solo pueden empeorar”. ¿Cómo? Eurostat, la Comisión Europea, la OCDE y el Banco Mundial reconocen que la desigualdad ha aumentado peligrosamente en Europa. La brecha entre ricos y pobres crece sin cesar en el mundo, salvo en algunos países de América Latina, y en los últimos años avanza veloz en Europa.
En España, por ejemplo, en 1976, el presidente del tercer banco español ganaba 8 veces más que el empleado medio; hoy gana 44 veces más. En ese mismo año, en Estados Unidos, el primer ejecutivo de General Motors cobraba 66 veces el sueldo de un empleado medio, pero hoy, el presidente de Wal-Mart gana 900 veces más que un empleado. Los más ricos lo son mucho más, indecentemente; hay más pobres y la brecha entre unos y otros es mucho mayor. Una desigualdad criminal.
¿Más, más pobres? Sí, los británicos que se ven obligados a recurrir a instituciones benéficas para comer se han multiplicado por veinte desde el inicio de la llamada crisis, según un reciente informe de Trussell Trust. Y el gobierno de Italia reconoce que la pobreza ha subido a su máximo nivel desde 1997. En tanto que los españoles atendidos por Cáritas han pasado de 370.000 a 1.300.000. Y en Grecia vuelven a sufrir malaria y peste. Mientras la banca europea acumula beneficios. Parece incontestable que pobreza y desigualdad campan a sus anchas.
Son evidentes las catastróficas consecuencias de la llamada crisis. Y en el reino de España, siempre tan peculiar, se recurre de nuevo a la caridad como alternativa. Un par de programas televisivos, uno estatal y otro andaluz, fomentan la caridad para que ciudadanos particulares ayuden a quienes están peor que ellos. Sensacionalista y lacrimógeno, el programa televisivo estatal fomenta una caridad vergonzante, la indigna beneficencia. La prensa francesa lo llama “programa de televisión para pobres”.
Pero lo de dar de comer al hambriento en el peor estilo de beneficencia no es solo cosa de televisión. Algunos bancos de alimentos son ejemplo de beneficencia paternalista. Porque los beneficiarios son meros receptores sin voz, interacción o reflexión. Pasar hambre deviene una desgracia, como que te caiga un rayo, y nadie ha de responder por ello. Da igual que ya sean más de dos millones quienes no comen todos los días, según cálculo de Oxfam Intermón.
Otra cosa son los grupos solidarios de ciudadanos o redes de distribución de alimentos organizados por vecinos y trabajadores. Á‰stos lo hacen sin asomo de paternalismo, conscientes de que repartir comida es un parche necesario, pero parche. Además, las redes de solidaridad popular integran a los beneficiarios del reparto de alimentos. Así es, por ejemplo, en el grupo de vecinos que reparte alimentos en un local ocupado del barrio Ciutat Meridiana de Barcelona. Esperando que llegue cuanto antes el momento en el que no tengan que repartir más alimentos, porque, incluso en situaciones de emergencia, es el Estado el que ha de atender las necesidades de la ciudadanía que lo precise. Desde la alimentación, si es el caso, hasta el cuidado de la salud, la educación… Cuestión de derechos, no beneficencia ni caridad.
En España, como antes ocurrió en buena parte de Europa, la democracia puso fin a instituciones benéficas públicas o privadas que paliaban la exclusión y la desigualdad social, recuerda Antoni Papell. Y se inició el llamado estado de bienestar, que es mejor denominar estado de derechos sociales.
Pero la crisis convertida en saqueo ha hecho estallar el estado de derechos sociales y, con la pobreza y la desigualdad, surgen como setas en otoño la beneficencia, la caridad… y desaparece la justicia. Pero el único camino aceptable es satisfacer todos los derechos de todos. No hay otro.