Sociopolítica

Quevedo y esta crisis impopular

No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, ya la frente,
Me representes o silencio o miedo.

Quevedo

Francisco Gómez de Quevedo

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos

Sube la cifra de descontentos y perjudicados, que  representan la mayoría de la población en esta España que se rompe y lo que te rondaré morena, adormidera irredenta de discursos inicuos, que embiste ciega con la testa  y poca luz, esta mayoría, formada por los de abajo y clase media, en vez de condenar a los de arriba, a los que mueven el cotarro, con tanta insistencia que me parece no muy acertada,  pues  probablemente no sean los de arriba  los únicos culpables, aunque sí los amos.

Porque resulta que un tal Quevedo nos narra en El Buscón, historia entre la ficción y la realidad, pura literatura para pasar el rato, aquello de que “Quien no hurta, en el mundo no vive” con lo que pienso que la precaria situación económica de tan perjudicada mayoría, puede venir más bien por la ingenuidad o timidez de la misma al practicar el oficio de hurtar  tirando corto del cajón de lo público y lo ajeno. Luego me permito sugerir que si se decidiera a dar un paso adelante sin complejos y tomar todo lo que pudieran sin esconder la avaricia ni la caradura con falsas patrioterías dejarían de ser víctimas.

Porque repito, que el hurtar poco de lo ajeno pude llevar  al peligro de ir al trullo, mientras que si la cuantía del escamoteo, al ser posible continuada, es alta y sin mesura, existe la posibilidad de ser inocente, de manera que dudar puede perjudicar a uno mismo. Pues resulta según el tal Quevedo que los amos del cotarro pueden admitir a iguales, pero no tropa:

Porque no querrían  que donde  están hubiese  otros ladrones sino ellos y sus ministros”.

Y señalo, sin querer pasar  por pesado, que dichas advertencias vienen de hace cientos de años, un capítulo de nuestra historia que fue denominado como Siglo de Oro, puramente literario se debe entender, aunque bien vigilado que lo estuvo y de jodido carajo, por la Santa Inquisición, que era como la laica de cortas luces  de ahora, pues no falta de  estilo, elegancia y fina en las torturas. Nada de ricos nuevos al por mayor imponiendo el juego del balón por encima  del latín.

Y resalto lo de literario y poético, porque la rica escritura de ficción y belleza rebosante de gozo y jolgorio, no les interesa como arma para el escamoteo a los chorizos de altura sin mesura, por la simple razón de que no suelen ser amigos de la buenas letras, a no ser que estas sean de las bankias y de asesoramientos con dietas suculentas solo por acudir  a las reuniones en silencio. Algo así  como el que iba pasando por la esquina y se dijo “Pues ya que estoy en la puerta me llego”. Así pues estos grises personajes las tienen todas de su parte y van a misa los domingos.  Luego para participar en el pastel, no olvidemos que quien a buen descarado árbol se arrima mejor riqueza consigue.

Todo esto pero mejor narrado nos lo cuenta  el tal Quevedo al que me acerco asiduamente y de manera muy especial en tiempos de reformas y crisis, buscando regodeos y confirmaciones y no bostezos, como medicina para calmar el miedo y el desosiego que me domina.

Servidor, lo que no le perdona al autor de Los sueños es la algarabía por sistema y envidia de sus virulentos ataques al genio de Góngora por no ser cristiano viejo y además escribir como un ángel laico descolgado del cielo. Cuando fue persona envidiable y ejemplar desde la óptica poética, al disfrutar de dones terrenales especiales de la época, tales como: judío, cura, jugador de cartas en nocturnidades y mujeriego con damas ajenas, virtudes y fortuna para poetas elegidos por los dioses. Aunque acostumbrado se está a que tanto en pintores como en poetas, las envidias son prematuras y no cesan ni en la sepultura.

Y termino esta breve crónica lamentando no sin dolor, en usar la mesura a la hora de recomendar la lectura de clásicos  en este país de poca lectura y mucho griterío, donde nombrar la palabra clásico aterra y provoca estampidas. Ignorante de ellos que tan fino y rico placer se pierden. Así que allá la plebe enfebrecida con los best seller de plumas y premios planetarios amañados.

Sopa de ganso sin Groucho, pues al menos se distraen durante los descansos que todo hurto de lo ajeno de altura requiere. Luego valgan entonces como despedida y cierre, estos versos del tal Quevedo:

Tres brazos tenía un ladrón / y mientras el uno hurtaba, / de los otros dos juntaba / las manos en oración

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.