El caso catalán
Once de Septiembre. Las calles de Barcelona se llenan con la estelada independentista y la esperanza de miles de personas, encabezadas por los políticos que desean “ser una nación” y “un país”, ante el enfado de quienes ven todo esto como una mascarada, un postureo o un despropósito, según sea su simpatía por el evento, su ideología, su negocio o su carnet militante, conscientes del parentesco de fondo entre estas posturas.
Cuando vemos lo que está ocurriendo en Cataluña, nos hallamos obligados a contestar alguna pregunta como quiénes son los que deciden y con qué intereses aquello que otros acaban por desear, pues estamos ante un verdadero disparate, y conste que no lo digo porque no crea que los catalanes, como cualquiera de nosotros en uso de su libertad, tengan derecho a decidir cómo quieren organizarse políticamente, socialmente y como les parezca.
¿Por qué llamar dislate al nacionalismo independentista catalán?
Por varias razones. Una, que no es una mayoría social real la que quiere eso. Dos, que se ha desembocado en esta situación por causa de una corrupción profunda en el gobierno catalán que ha llevado a delinquir a dirigentes políticos de primera fila, al que otros -también de primera fila- secundan intentando protegerles de las iras de la justicia y de paso, tal vez, – no quiero malpensar- a algunos cercanos por lo que pudiera caer. Por eso existe en el gobierno catalán esa huida hacia adelante en busca de la independencia, pues una supuesta independencia pretendería servir a esa operación de camuflaje, olvido, perdón y defensa de los grandes corruptos a los que se pretende proteger.
Así que volvamos a las preguntas.
¿Elegimos libremente lo que pensamos? O ¿Quién decide lo que debemos pensar?
A primera vista parece que cada uno de nosotros elige lo que piensa, pues al fin y al cabo tenemos mente, sensibilidad y libre albedrío que nos permite elegir y decidir qué hacer con lo que pensamos y sentimos. Eso está bien, pero entonces, ¿por qué tan a menudo nos dejamos llevar, quién nos lleva y hacia dónde? ¿Por qué nos vemos involucrados en asuntos que otros deciden como importantes para nuestras vidas cuando realmente no lo son?
Cataluña y el resto: Una misma sociedad enferma
La sociedad catalana padece la misma enfermedad, bien sabida por todos, que el resto del cuerpo institucional nacional. O sea: corrupción , explotación laboral, paro, austericidio, impunidad para los grandes corruptos y evasores fiscales, sumisión a los poderes financieros, y muchas cosas que definen el verdadero problema tanto de los catalanes como del resto del país. Y una supuesta república catalana pretendería también pasar a la página del olvido los recortes al estado del bienestar de los catalanes en todos los sentidos, aún más austericidas que los del resto de los ciudadanos del Estado.
El viejo sueño de la burgesía catalana
Como es vieja la aspiración de la burguesía nacionalista catalana a la independencia, se ha aprovechado con gran habilidad por el gobierno conservador saliente – y el entrante, pretende lo mismo- esta antigua aspiración burguesa para llevar a los trabajadores y trabajadoras catalanas a cumplir el sueño de aquellos sus mentores y explotadores que no tiene nada que ver con la emancipación de la clase trabajadora ni con independencia alguna, pues intentar separarse del resto del Estado sin salirse del euro, del sistema capitalista, de sus bancos, de su dependencia del F.M.I., de la Iglesia, de la OTAN y de la mal llamada Comunidad europea, es un intento tan absurdo como pretender que en un tren de viajeros ya en marcha los ocupantes de uno de los vagones se declarara independiente del resto, pues la ruta de ese viaje está decidida por la organización del tren, y a menos que todos los viajeros de todos los vagones no se dirijan al maquinista para que tome otra vía elegido por ellos, el tren sigue implacable su viaje en la ruta previamente trazada por sus jefes. Y sus jefes son todos esos que acabo de señalar.
Los lúcidos seducidos
Lo peor de esa rebelión del vagón catalán es que los viajeros socialmente más lúcidos – republicanos y anticapitalistas – se han dejado engatusar por los conservadores que les han estado haciendo la vida imposible hasta ayer mismo, y les han llevado a su huerto con solo cambiar la representación política del vagón y concederles algunas migajas de poder a sabiendas de que nunca lo podrán ejercer.
Saben, pero no les importa, que cuentan con la oposición de la mayoría de los ocupantes del propio vagón y del resto de los viajeros del tren, los revisores, los guardias de seguridad y el maquinista. Una batalla perdida de antemano.
De nuevo, el viejo y añorado sueño de una utopía social libertadora se ve dirigido y distorsionado por los mismos aprovechados de siempre, y da lo mismo que hablen en catalán que en marciano.