Si en algo coinciden los politólogos rusos y norteamericanos es en cuestionar los actuales niveles de democracia en el seno de la Unión Europea (EU) y la legitimidad de las decisiones tomadas en los últimos tiempos por las instituciones comunitarias.
Para los analistas moscovitas, que prefieren olvidar el desmantelamiento, hace ya dos décadas, del imperio soviético, la supuesta “crisis de conciencia” de los europeos debería hacer recapacitar a los líderes de las repúblicas que conformaban la antigua URSS e incitarles a contemplar la posibilidad de “reconstituir una nueva unión de Estados” capitaneada por… ¡cómo no!, Moscú. Los politólogos rusos denuncian la llamada política del avestruz de los estadistas de la UE que, según ellos, esperan que el tiempo cure todas las heridas y haga olvidar a la ciudadanía los nefastos efectos de la crisis.
Por su parte, el “aliado” norteamericano aprovecha todas las oportunidades para achacar a “los 27” los efectos adversos de la compleja y peligrosísima evolución de la economía mundial: crisis de la deuda, inestabilidad de la moneda única, recesión, paro, disminución del consumo privado y un sinfín de etcéteras.
Ficticia o real, la debilidad de Europa encuentra sus raíces en las maniobras de los grupos de presión estadounidenses que, a través de la manipulación de los mercados financieros, tratan de impedir la salida del túnel. Los europeos tienen los medios y la voluntad para acabar con la tormenta bursátil, mas no se les permite levantar cabeza. En la guerra del Euro se utilizan muchos adjetivos, demasiados eufemismos, falsas verdades.
Pero los ataques no proceden sólo de las grandes potencias. Hay quién estima que la actuación de los propios líderes comunitarios constituye un peligro para el futuro de la Unión. El rechazo, en 2005, del Tratado Constitucional elaborado entre 2003 y 2004, ha devuelto la política europea al viejo modus operandi de las iniciativas franco-alemanas potenciadas en su momento por el general De Gaulle.
Estiman los expertos que la crisis constitucional derivada de la escasa voluntad de los gobernantes de aplicar el Tratado de Lisboa, versión “descafeinada” de la Carta Magna, limita la capacidad de reacción de la Unión frente a la tormenta financiera y la crisis económica, acentuando el desconcierto generado por la llamada “búsqueda de identidad” de los europeos. Aparentemente, ello se traduce por la incoherencia del discurso político comunitario, la falta de la amplitud de miras de las instituciones de Bruselas, su incapacidad de colocar al Viejo Continente en el lugar que le corresponde a la hora de abordar el problema de la reestructuración de las relaciones internacionales.
La crisis actual requiere acuerdos en materia financiera, aunque también, y ante todo, en la elaboración de estrategias colectivas de desarrollo económico, contando con la interacción entre los sectores público y privado.
Ante las perspectivas de la ralentización del proceso de cohesión de “los 27” o el desmembramiento de la UE – deseado por los detractores de una Europa fuerte – parece obvio que la única solución válida ha de ser la apuesta por una mayor integración, por… más Europa.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional