La sesión de investidura del nuevo presidente del Gobierno nos presentó un proyecto pobre en contenido y poco ambicioso en sus objetivos, por parte de quien tiene delante de sí el ser o no ser de nuestra nación. Pero también, sutilmente ha revelado algunos aspectos autoritarios de la personalidad de Rajoy.
Rajoy atacó duramente a Rosa Diez en el debate porque sencillamente le molestó que ésta le dijera que nuestra ley electoral debe reformarse puesto que nuestro sistema político está lleno de defectos. Me temo que esta manera de dar con la puerta en las narices a los diputados que quieran debatir sobre los problemas estructurales o de cualquier otro asunto que disguste al nuevo presidente del gobierno, van a ser muy habituales.
Los dictadores siempre niegan que en su país exista necesidad de reformas democráticas. De eso sabemos un rato los españoles. Así, Rajoy entona un hilo argumental parecido para negar la necesidad de reformar la ley electoral y la ley de los partidos políticos.
Ni pío dijo Rajoy en el debate de investidura de los ingentes recursos del estado, que se destinan a subvencionar la actividad de los partidos políticos. Como los dictadores, ignora la verdad porque le molesta. Esto en el PP es muy habitual: lo mismo hacía Gallardón en el ayuntamiento de Madrid. Y ya no digo Camps en la Comunidad Valenciana.
Que os voten como nos han votado a nosotros, le vino a decir Rajoy a Rosa Díez, como si fuera tan simple el problema que subyace. Y no es tan simple, porque nuestro sistema político consagra un duopolio de PP y PSOE frente a los demás partidos de ámbito nacional.
Un duopolio es una situación de mercado en la que dos empresas (PP y PSOE: que lo son) tienen una posición de dominación absoluta de ese mercado, en este caso, los votos de los ciudadanos.
Ambos se reparten la mayor parte de los ingresos que generan los votos, es decir, las subvenciones directas a los partidos políticos más los 0,80 euros/voto que reciben en las generales más los 0,22 euros/voto de las municipales. Toda esta cantidad de dinero, que suponen decenas de millones de euros para ambos, les garantiza su posición de abuso, porque les permite generar activismo y propaganda políticos que no pueden ser combatidos ni disputados ni contrarrestados por ningún otro partido.
Así, como en todo duopolio, PP y PSOE pueden robarse los votantes entre sí, alternándose en el poder, pero un tercer partido tiene escasas posibilidades de arrebatarles una cuota de mercado sustancial, pues carecen de los recursos suficientes para conseguirlo.
Y por supuesto, como en cualquier duopolio, las empresas dominantes son capaces de ponerse de acuerdo en lo más importante: consolidar e incrementar las barreras de entrada a terceros. Si en la vida empresarial se ven acuerdos de precio entre empresas, lo que atenta contra la libre competencia, PP y PSOE se ponen de acuerdo en las partidas dinerarias que reciben con cargo a los impuestos. Si en un entorno competitivo, dos empresas que gozan de duopolio son capaces de ponerse de acuerdo en reglas básicas, como el reparto de los canales de venta o de los clientes, el PP y PSOE se pone de acuerdo en las leyes fundamentales que protegen su situación privilegiada. Ambos colaboraron y aprobaron la ley electoral, la ley de partidos políticos y la ley de financiación de los partidos, además de los numerosos reglamentos del Congreso y Senado que les otorgan más dinero y privilegios. Y no digamos si contamos todas las leyes de nivel autonómico que apuntan a esos mismos objetivos. Y no olvidemos la reforma reciente de la LOREG, que excluyó a los partidos extraparlamentarios del proceso electoral.
En esta era de la comunicación de masas y de la infame simbiosis entre el poder político y el poder financiero, es evidente que PP y PSOE disfrutan de un blindaje económico-legal que les garantiza perpetuarse como únicas alternativas políticas.
Con la enorme cantidad de ingresos sustraídos mediante coacción de los ciudadanos vía impuestos, o sea, robado, organizan sus redes de influencia política: hacen campañas de marketing y comunicación y relaciones públicas para moldear a la opinión pública, organizan potentes think-tanks que redundan en su influencia en la sociedad, compran las voluntades de prestigiosos líderes de opinión a cambio de otorgarles una mayor relevancia social o cargos directivos en empresas públicas o privadas , tejen intereses comunes con los grandes grupos de comunicación…
Todo un entramado de influencia social, de poder político tan real y tan palpable como incontestable.
Y con todo esto, ¿cómo tiene Rajoy la muy poca vergÁ¼enza de decir que si los partidos minoritarios no ganan más votos es culpa de ellos mismos?
Así funciona el duopolio. Y este duopolio del voto se plasma en lo que conocemos como voto útil, que es la apelación que hacen PP y PSOE a los ciudadanos para que les votemos a ellos. El duopolio asegura que PP y PSOE sean los únicos que tengan posibilidades reales o de gobernar o ser oposición. Y por lo tanto, el voto útil no es un acto plenamente libre: el voto útil es el efecto deseado por el duopolio que ostentan PP y PSOE.
El otro día cuando Rajoy replicó a Díez que a él “le gustan las reglas del juego” electoral, confirmó que “le gusta” el duopolio del voto. Y ya sólo por eso no merece nuestra confianza. Un presidente democrático debe tener como primera ambición la mejora de la calidad de la democracia, y Rajoy le ha dado la misma importancia que a un cubo de basura.
Luego, en el resto de los asuntos, podrá acertar o no en sus decisiones, podrá hacer que nos vaya mejor o peor. Pero abramos los ojos: Rajoy y todo el PP están abonados al chanchullo y al conchabeo con el PSOE para alternarse en el poder, y son conscientes de la estafa política que ello supone a los ciudadanos.
En fin, ahora que tiene mayoría absoluta, que nos cunda.