Yo me pregunto de qué nos sirve la razón, si en la mayoría de los casos tan solo la utilizamos para defender posturas que hemos alcanzado sin su ayuda. Son las creencias, los fanatismos, esas pasiones que se cuelan en nuestro espíritu sin consentimiento de nuestra razón. A ellas, incluso, defendemos con más ímpetu que a las ideas que se han instalado en nosotros pasando por los pertinentes trámites de la lógica y la reflexión.
La razón, entonces, se convierte en un rastreador de pretextos con el fin único de justificarlas. Es tan rápido el proceso y tan libre de molestias ( cuesta tanto trabajo preguntarse, reflexionar ) que el crédulo no suele darse cuenta de que algo ha echado raíces en lo más profundo de su ser.
Los grandes medios de comunicación se han convertido en los predicadores de esa fe en la credulidad que nos inculcan y es nuestra pérdida de objetividad la gran ofrenda a su dios: el dinero. Si desean combatir el independentismo, nos convierten ( qué contrariedad ) en catalanófobos; si a sus financiadores les interesa el derrocamiento del gobierno venezolano, ahí estamos nosotros predispuestos a odiar, sedientos de imágenes ( verdaderas o falsas, manipuladas o no, qué más da ) que verifiquen nuestra repulsa cuanto antes. La cuestión es ganar adeptos para justificar cuantitativamente, ya que no por calidad argumentativa , cualquier causa en pro del enriquecimiento de los grandes banqueros, convenciéndonos siempre de que el enemigo ( creado por ellos ) es un ser odioso.
Foto: Jordi PayÁPor muy pobres, por muy bolsillos vacíos, siempre nos queda el raciocinio y el respeto: que no nos lo roben.
Pero no hay nada que hacer, cuando ese sentimiento ha arraigado, la reflexión se halla pataleando en las arenas movedizas de la creencia. De nada sirve entonces explicar que su odio es producto de un marketing informativo, que los medios que lo han generado se deben a unas entidades financieras y estas a su vez a entidades financieras de Estados Unidos, las cuales sacarían gran beneficio ( petrolífero, es decir, económico ) en la intauración en Venezuela de un gobierno de derechas. De nada sirve. Su odio es ya visceral, repulsión sistemática, espasmo negativo, forma ya parte de su ser como cualquier miembro de su cuerpo, y nadie piensa en extirpase un miembro que no le produce molestias. Porque, muy al contrario, el fanatismo y el odio son válvulas de escape, deshinibidores de la tensión acumulada que producen en quienes lo practican un desfogamiento, dando una sencilla e irreflexiva vía de escape a su energía.
Los que no nos conformamos con una confortable mentira, deambulamos mendigando información verídica, imparcial , exenta de intereses económicos y sensacionalismos. Nos llegan, sin embargo, las más sucias monedas: la incomprensión, el odio. Si algún temerario, por su parte, se atreve a ser objetivo, corre el riesgo de grangearse mala reputación por parte de los dos bandos parciales. Es el caso del tema del independentismo: o se es antindependentista y catalanófobo o se es independentista. Lo que no se admite es que alguien abogue por una república federal; que se muestre comprensivo con independentistas y defienda su idiosincrasia de los ataques; que no se considere nacionalista catalán ni nacionalista español; que quiera, simplemente, una solución donde ambos acerquen posturas dialogando y no criminalizando las ideologías opuestas.
Esto es lo imperdonable. Se puede estar en desacuerdo con una ideología, pero si ésta es pacífica no se puede combatir con el odio; y el independentismo catalán, se esté o no de acuerdo con él, ha sido hasta ahora modelicamente pacífico. Luego si alguien tiene razones de peso, no fundadas en el desprecio, que hable tranquilamente, sin denigrar al pueblo donde alguien, sin culpa ni consentimiento, nació y el cual forjó su carácter. Basta ya de ser tan influenciables, de bailarle el agua a la oligarquía que nos enfrenta a los pobres para dispersar nuestra superioridad numérica y abrir las aguas de sus intereses.
Por muy pobres, por muy bolsillos vacíos, siempre nos queda el raciocinio y el respeto: que no nos lo roben.