Nuestro adversario es el tiempo, que nos recobra los derechos a él conquistados. El tiempo siempre gana. Es el poder. Esta es la paradoja del impulsor de la esperanza, de la nostalgia del porvenir. Es la intuición desesperanzada del eterno retorno. Es también la insoportable levedad del ser. La experiencia de que el tiempo devora a sus propios hijos, ha sido elevada a la categoría de teogonía: la experiencia se sublimó en creencia.
En el mito, existe también el constante trabajo, a veces considerado castigo, de subir continuadamente la roca al Olimpo. La memoria del tiempo perdido, fuerza a la conquista del tiempo. Estos días los del 60 estamos indignados, preparándonos para la rebelión. Comienzan a estarlo también nuestros hijos, si bien la diana freudiana somos sus padres.
En realidad, unos y otros, estamos atemorizados, tristes, miedosos, llorosos por la imaginación que desplegamos, ahora herida por la codicia. Y curiosamente es ese temor, tristeza, miedo, llanto el que alimenta nuestra rebeldía en busca de un porvenir más generoso con las ideas, mejor acompasado con la cultura, de más pan y de más libertad. ¿Indignados? – Rebeldes contra el tiempo, que es el poder.
Permítaseme una cita de Camus: “Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.