La pregunta me la hizo el otro día un amigo después de enterarse de que se había publicado mi artículo sobre los efectos de la inminente subida de impuestos, como si el mero hecho de escribir cuatro párrafos al respecto y estar licenciado en ciencias económicas significase algo, ahí tenemos a Dña. Elena Salgado, economista también y las hace del quince. No obstante y por eso de no quedar mal delante de mi único fan empecé a darle un par de vueltas al asunto.
Así de entrada que en los últimos quinientos años, salvo contadas y honrosas excepciones, nuestros políticos se hayan ocupado más de su propia economía, ya sea en sentido literal o electoral, que de la del país es más que posible que tenga su importancia, aunque seguramente no sea la única razón, por eso decidí rebuscar por aquí y por allá algo a lo que hincar el diente. Y en estas estaba cuando se me ocurrió echarle un ojo a la página Web de la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, y heme ahí que me encuentro con un montón de estadísticas por países, que aunque del 2006 y 2007 son más que representativas.
Lo primero en lo que me detengo es en el porcentaje por sectores en que se divide nuestra economía, la agricultura, pesca y minería el 2,88%, industria y energía el 29,76% y los servicios el resto, un 67,37%, porcentajes que puestos en relación con otros países de nuestro entorno no desentonan, más bien al contrario, con pequeñas diferencias, como no podía ser de otra forma, no olvidemos que España forma parte del solomillo del mundo, coinciden con los de Alemania (1%, 30% y 69%), Francia (2%, 21% y 77%), Japón o Estados Unidos. Aparentemente por aquí nada nos diferencia del resto de los miembros del club de los ricos, así que intento profundizar algo más en la cuestión y no necesito remangarme demasiado para empezar a encontrar una de las primeras razones, a saber: de ese 29,76% que aporta el sector industrial a la riqueza del país, el 12,26% se debe a la construcción, mientras que en Alemania asciende tan sólo al 4,5, en Francia al 6,5 y en Japón y los Estados Unidos al 6 y 5% respectivamente, y hay más, por otro lado descubro que somos el país de la OCDE con mayor tasas de viviendas por unidad familiar, nada más y nada menos que 1,56 viviendas por familia y no nos quedamos ahí, según se publicaba hace unos días, D. Eloy Durá, presidente de la Federación Valenciana de Empresarios de la Construcción, calculaba que hay más de 900.000 viviendas sin ocupar o en proceso de venta en España, que digo yo, a una media de cuatro personas por familia, casi nos da para meter a la mitad de la población de Austria en lo que aquí nos queda vacante, o lo que es lo mismo, que nos quedan unas cuantas por vender hasta que se justifique levantar una nueva. Continúo, el pasado día 25 de marzo se hacía público un informe del Ministerio de la vivienda que venía a decir que en el 2009 se habían iniciado un 56% menos de viviendas que en el año anterior, supongo que en este 2010, no se ha levantado ni la caseta del perro de la Preysler, cosa lógica y en consonancia con lo dicho un par de líneas más arriba. Pues vamos “aviaos” si nos hemos comido de una tacada el 12% de la riqueza que generaba el país, que dicho así parece una barbaridad, pero es que es una barbaridad, más aún si lo analizamos a lo largo de los últimos 20 años, en que la contribución al PIB del sector de la construcción pasa del 6,4 al 12,3, es decir, que prácticamente lo hemos duplicado, que eso en sí mismo no es ni bueno ni malo ni todo lo contrario, o tal vez no sea bueno del todo, porque por mucha emigración que llegue, siendo España uno de los 20 países con menor tasa de de crecimiento de la población o ponemos los pisos a precio de saldo o no se van a vender en la vida, por eso, lo escandaloso y verdaderamente delicado es al precio que se han vendido todas esas viviendas construidas y que se ha hecho con la lujuriosa contribución de las entidades de crédito a base de préstamos a muy largo plazo y el sublime esfuerzo de los compradores que se han dejado en el intento la mayor parte de sus ingresos, así que ahora que no las movemos, salvo que los bancos, que se han visto obligados a convertirse en verdaderas agencias inmobiliarias, las regalen, en la construcción pintan bastos.
En resumen, como no es muy difícil de deducir, cuando llega una crisis económica de cierta magnitud que amenaza con dejar sin empleo a miles de ciudadanos, uno no se pone a comprar casas como un idiota para que al final se la quede el banco, o lo que es lo mismo que nuestra economía ha tenido durante los últimos diez años una excesiva dependencia del sector del ladrillo , per se, extremadamente susceptible a las crisis económicas por el importantísimo volumen de recursos que exige a la unidad familiar.
Ya sabemos que en cuanto vienen mal dadas, en el mejor de los casos entre el 4 y 6% de nuestro PIB, se tambalea. ¿Hay más razones? Me temo que sí. Sin salirnos del entorno del ladrillo parece obvio pensar que si no se construyen casas, no se necesitan vigas de acero, ni hormigón, ni ladrillos, ni tuberías, cableado eléctrico, lavabos, bañeras, fregaderos, lavadoras, cocinas, hornos, ascensores, etcétera, y por consiguientes los fabricantes de esos productos también se resienten, las empresas y por supuesto sus plantillas que sufren los correspondientes expedientes de regulación de empleo y se quedan sin un duro.
A partir de aquí voy a prescindir de tanto numérico, por dos razones, porque creo que a veces me pongo un poco pesado y porque tampoco los considero absolutamente imprescindibles, aunque no renuncio a tirar de ellos si la ocasión lo merece. Y sin más dilación paso a lo que nos ocupa que son las otras razones que nos hacen tan vulnerables a las crisis.
Si seguimos profundizando en nuestro sector industrial observamos que aunque nuestra dependencia de la construcción fuese mucho menor las cosas tampoco pintarían mucho mejor. “Pues anda que no es cenizo este tío”, podrá pensar alguno, lamentablemente tan sólo soy observador. Al 29,76% de contribución al PIB del sector industrial ya le hemos pegado un buen bocado, con lo que tan sólo nos resta un 17,5, pues bien otro 6% lo genera la industria del automóvil, producto que todo el mundo acostumbra a cambiar cuando se queda sin un clavel como es natural. Nos hemos cansado de leer en periódicos y escuchar en televisión las penurias que está viviendo el sector de la automoción en el último año y medio, cosa lógica cuando sobre todo el mundo pende la espada de Damocles del desempleo. Pues bien, si eso no fuera poco, del 11,5 restante un buen mordisco lo representa el sector de los electrodomésticos y la confección, ambos dos también extremadamente susceptibles a la falta de expectativas de la población.
En resumen, que nuestro sector industrial, dejando al margen la construcción, se basa en los bienes de consumo duradero, es decir esos de los que prescindimos cuando andamos secos o prevemos que lo podemos estar en breve, así que cada vez que aparecen nubarrones en el horizonte, un tercio de nuestra economía sufre verdaderos huracanes, que no escampan hasta que el conjunto de la economía mundial no ve un resplandeciente sol.
Me gustaría poder dejarlo aquí, lamentablemente no es posible. Sin apartarnos de la estructura productiva de nuestra economía todavía podemos encontrar más razones que justifiquen el porqué de nuestras profundas crisis, tales como el hecho de que gran parte de nuestro sector servicios en una u otra medida se encuentra vinculado al turismo, turismo tanto interior como de origen foráneo y que en cualquiera de los dos casos se reduce sensiblemente en momentos de apuros económicos.
Otro factor destacable que contribuye a que nuestra economía sufra más y durante más tiempo los avatares de las crisis que nuestros vecinos o en líneas generales que el resto de los países desarrollados es la insuficiente productividad de nuestras empresas. Esta afirmación es una generalización y como tal en sí misma entraña una verdad a medias, no pretendo decir que todas nuestras empresas adolezcan de una baja productividad, recordemos por ejemplo, que la planta de Zaragoza de General Motors es la de mayor productividad de la compañía y existen más casos como el citado, sino que la media de nuestras empresas es inferior a la de nuestros vecinos en el escalafón de la riqueza.
Antes de continuar sería conveniente definir que entendemos por productividad, así que sin grandes aspiraciones dogmáticas podríamos definirla como la relación entre la cantidad de bienes y servicios producidos y la cantidad de recursos utilizados en su producción. Y qué quiere decir que nuestra productividad es inferior a la de otros países, pues que mientras en Estados Unidos, economía que se adopta como referencia, para cada 100 unidades producidas se necesitan otras 100, en España se requieren 130, cuidado que estamos hablando de un índice, no de la realidad tal cual. Hombre, pero me estás comparando con la primera potencia económica del planeta, podría objetarme alguno, cierto, pero no la más productiva, Estados Unidos ocupa el cuarto lugar en el ranking, mientras que España el decimoséptimo, muy por detrás de Luxemburgo, que es la primera, Noruega, la segunda o Francia, Alemania o Suecia que ocupan el sexto, séptimo y octavo respectivamente, y lo más preocupante, estamos a más de 60 puntos del primero o 15 del sexto. Vale, muy bien, pero todo eso qué significa, sencillamente que nuestros productos y servicios son menos competitivos en el mercado al resultar más costosos, por lo que en momentos de reducción de la demanda se consumirán cuando ya se hayan agotado los de los países que nos preceden en el ranking. Repito una vez más, estamos hablando de índices y generalizaciones, no todos los países lo producen todo, ni los mercados son perfectos, por lo tanto lo que sobre el papel pudiera parecer una catástrofe en la realidad no lo es tanto, sin que esto quiera decir que lo dicho sea falso y muy preocupante, sino, baste comprobar como en cada época de bonanza económica internacional las ventas de nuestras empresas se disparan y como caen en picado cuando vienen mal dadas. ¿A qué se puede deber tales diferencias?, a la indolencia, vagancia o negligencia de nuestras gentes no, aquí los hay tan buenos o tan malos como en cualquier otro sitio, lo digo con elementos de juicio suficientes, no en vano me he recorrido trabajando buena parte del planeta, más bien apuntaría a la falta de profesionalización de los equipos directivos de la mayor parte de nuestras firmas, donde el presidente del consejo, el director general, el jefe de ventas, el jefe de producción, el director técnico, el de recursos humanos y así hasta el quinto grado en el escalafón tienen el mismo apellido, independientemente de que sean unos mendrugos o unos genios de las finanzas. Toda la familia debe trabajar en la compañía del abuelo, que para eso es nuestra, talvez hayamos hemos perdido a un nuevo Paganini, Miguel Angel Buonarroti o Einstein y tengamos un tarugo al frente de las ventas o un golfo como director general, pero son de la familia. Incluso aún cuando este tipo de directivos pongan toda su buena voluntad, en muchos, por no decir la mayoría, de los casos adolecen de falta de preparación, por mucho MBA cursado en Berkley o en el Centro de Estudios Empresariales de Navalcarnero, y la única experiencia con la que cuentan es la obtenida en su propia compañía, con lo cual su capacidad de innovación ya nace castrada por la falta de otros referentes a los que emular o de los que aprender. De esta ineficacia se deriva la falta de avanzados métodos de trabajo, utilización intensiva de la mano de obra en lugar de modernizar los medios productivos, escasa robotización, etcétera. Puede que ésta no sea la única razón y que también contribuya la escasa capitalización de las compañías familiares, la extrema dependencia de la financiación a corto plazo que dificulta el acceso a la financiación a largo que permitiría modernizar el sistema productivo e incluso la propia estructura económica de nuestro país, a ver quien se inventa una “maquineta” que ponga sola los ladrillos con su manita intermedia de cemento y la posterior lechada o el “robot camata” capaz de servir seis cañas en el tiempo que el manolo pone dos.
Y por último yo apuntaría como causa de nuestro excesivo apego a las crisis económicas internacionales, la escasez de recursos dedicados a la investigación y desarrollo tanto de nuevos productos, como de nuevos procesos productivos. Mientras Suecia destina el 3,82% de su PIB a estos menesteres, Japón el 3,3%, Estados Unidos el 3% o Alemania el 2,51%, España tan sólo el 1,35, porcentaje récor en nuestra historia, baste señalar que entre el 2004 y el 2008, se invirtió en este importantísimo capítulo tanto como en los quince años anteriores y tengamos en cuenta los PIB de cada uno, con lo cual las diferencias en Euros son de las que tiran de espaldas. Ya se podía haber estado calladito el bueno de D. Miguel de Unamuno cuando acuñó aquello de “que inventen ellos”. Mientras que de todos son conocidas las leyes de Newton o el principio de Pascal, nunca hemos oído hablar del teorema de Martínez o el algoritmo de Gutiérrez, que salvo el bueno de Miguel Servet, nada hemos aportado hasta el siglo XX y poco a partir de ahí al mundo de la ciencia. No es gratuito que en la relación de premios Nobel de física y química los galardonados sean en su mayoría estadounidenses, alemanes, británicos, franceses y algún que otro italiano, cierto que pertenecen a los países más ricos y son los más ricos porque siempre han estado al frente de la innovación científica y técnica entre otras cosas. ¡Hasta que punto debemos valorar a D. Santiago Ramón y Cajal que con un microscopio con cuatro aumentos más que la lupa de mi Tía Paquita desarrollo la teoría neuronal!
En resumen y por acabar, nuestra economía depende demasiado de sectores vinculados al consumo final de las familias, construcción, vehículos, electrodomésticos, confección o turismo, consumo que resulta extremadamente sensible a las crisis económicas, nadie se compra una casa, se cambia el coche o la lavadora ni se corre una juerga en las Seychelles cuando se acaba de quedar sin trabajo o piensas que le pueden echar a la vuelta de una semana. Nuestra productividad media no se corresponde con la que debiera tener el octavo país más rico del mundo según el Banco Mundial, al menos de momento, y sobre todo se halla muy lejos todavía de los países punteros en este aspecto. Y por último, no innovamos, no creamos el sustrato científico y tecnológico necesario para que florezcan esos productos imprescindibles para las sociedades modernas, nos limitamos a dejar que empresas foráneas se instalen aquí, y bienvenidas sean, o a pagar los derechos por la utilización de patentes extranjeras sin aportar otra cosa que sudor y mano de obra. Así, siempre vamos al socaire del resto de los países ricos y cuando ellos se constipan nosotros cogemos una pulmonía doble.