La representación en Naciones Unidas no debería estar limitada a los Estados. Es imprescindible que se incorporen representantes de la sociedad civil.
Al finalizar la I Guerra Mundial Woodrow Wilson estableció la Sociedad de Naciones para que no se volviera a producir el horror de la guerra. Su objetivo: “un nuevo orden basado en el dominio de la ley fundada en el consentimiento de los gobernados y apoyada por la opinión organizada de la humanidad”.
Por desgracia, los productores de armamento llevaron a la II Guerra Mundial con el adagio de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Cuando terminó, en 1945, el presidente Franklin D. Roosevelt diseñó Naciones Unidas, un sistema multilateral que comprende funciones relativas a la seguridad internacional y, por medio de otras organizaciones especializadas, al trabajo (OIT), la salud (OMS), la alimentación (FAO), la educación, la ciencia y la cultura (UNESCO)… También programas y fondos relativos al desarrollo (PNUD), la infancia (UNICEF), etcétera.
Pero los Estados más fuertes recelaron de este sistema de cooperación y coordinación internacional. Sustituyeron por préstamos las ayudas al desarrollo, marginaron progresivamente a las diversas instituciones del Sistema de Naciones Unidas y sustituyeron los valores éticos y los “principios democráticos” por las leyes del mercado.
Al término de la guerra fría, todo el mundo esperaba una reforma profunda de las Naciones Unidas para la democratización de las relaciones internacionales, y esperaba asimismo que los “dividendos de la paz” redujeran las asimetrías sociales y favorecieran el desarrollo endógeno de los países más necesitados. No fue así.
La creación de consorcios empresariales multinacionales ha limitado el poder y hasta las responsabilidades de los Estados, con considerables desgarros en el tejido social. El multilateralismo aparece como único asidero para enderezar las tendencias actuales.
Urge una reunión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas para establecer los principales criterios que podrían conducir a su renovación en profundidad, dotándola de la autoridad moral y política.
La prevención de conflictos o su resolución pacífica; el establecimiento, mantenimiento y consolidación de la paz; el desarme; un frente conjunto al terrorismo internacional y a la delincuencia transnacional… se abordarían de forma más eficaz las grandes cuestiones de las que depende la calidad de vida de todos los habitantes de la tierra.
La representación en Naciones Unidas no debería estar limitada a los Estados -en contra de lo que establece la Carta- sino que sería imprescindible que se incorporaran representaciones de la sociedad civil (organizaciones no gubernamentales, intergubernamentales, instituciones regionales, asociaciones de ciudades, empresariales, etcétera).
En esa ONU refundada, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio cumplirían con su función de procurar el desarrollo global para mejorar en pocos años el panorama a escala planetaria. El Consejo de Seguridad constaría, como emanación directa de la Asamblea General, con representantes permanentes y proporcionalidad de influencia en la adopción de decisiones, pero sin derecho al veto: seguridad humana, con la misión fundamental de “evitar la guerra”; seguridad económica y social, propuesta hace tiempo por Jacques Delors, con la revitalización del ECOSOC… Sólo con el respaldo de unas Naciones Unidas dotadas de la autoridad y los medios apropiados se podrán eliminar los tráficos de toda índole, procediendo al cierre inmediato de los paraísos fiscales.
“No había medios” para el fondo contra el sida ni para la erradicación del hambre y la pobreza, y, de pronto, hay centenares de miles de millones para “rescatar” a los mismos (personas e instituciones) que condujeron al mundo a esta situación. Ahora corresponde “rescatar” a la gente, con un gran Plan de Desarrollo Global.
El mal expresado “derecho a la injerencia” contribuirá a evitar el genocidio, la humillación, la tortura… En 1996 un grupo de trabajo de la UNESCO, propuso que los cascos azules se “interpusieran” en dos situaciones: masiva y fehaciente violación de los derechos humanos (casos de Cambodia y Ruanda) e inexistencia de representación del Estado (como en Somalia, fragmentado el poder entre señores de la guerra).
“Nosotros, los pueblos”», vamos a construir la paz en lugar de la guerra, con la plena implicación de la sociedad civil que reclama garantías de pautas democráticas y eficientes a escala global.
Al nombrar a Susan Rice como embajadora ante las Naciones Unidas, el presidente Obama ha favorecido el multilateralismo como parte del “nuevo amanecer” del pueblo norteamericano y del mundo entero. ¡Juntos, podemos!
Federico Mayor Zaragoza
Presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO