«Un régimen político es el tipo de ordenamiento que se da en ese Estado y que depende de las relaciones que la clase dominante traza entre sus miembros y de las clases subalternas. Así, un mismo Estado puede tener varios regímenes políticos: la Monarquía, la república, la democracia, o la dictadura, como en el Estado esclavista y el capitalista; o una confederación nobiliaria, como en el Imperio Alemán, y el absolutismo Francés, para el Estado feudal. El gobierno es simplemente el personal político que ocupa momentáneamente el poder y puede, por lo tanto, cambiar todos los días.» *
Platón, realizó la condena más enérgica hacia el régimen denominado como democracia. Cierto es, que aquella democracia era bien distinta a las actuales, pues había grandes grupos de personas – mujeres, extranjeros y esclavos—, que no tenían derecho alguno reconocido y, por lo tanto, no eran considerados «ciudadanos».
El filósofo griego, negó rotundamente que todos los ciudadanos estuviesen por igual capacitados para participar en política, esto es, para poder ser elegidos gobernantes. También, sostenía en su argumentación, al igual que necesitamos la consulta de un ingeniero para edificar una casa, debemos asesorarnos y escuchar al sabio sobre cómo dirigir una sociedad. Estas afirmaciones, eran sustentadas con un ejemplo muy claro: imagínense un barco a la deriva; supongan que el capitán muere y el barco se dirige directamente hacia unos acantilados. Pues bien, Platón, considera que si entre los tripulantes hubiese alguien que tuviese conocimientos de los astros y el arte de la navegación, entonces todos deberían seguir las órdenes de esta persona.
Supongamos ahora que nuestro país en crisis es un barco a la deriva: ¿qué ocurriría si confiásemos el gobierno a los expertos de la economía, la educación y la política? ¿Nos iría mejor?
Al menos en mi país, Argentina, ha dado por tierra todas estas premisas platónicas, siendo gobernadas por profesionales «probos» que han ejercido funciones de alta trascendencia por más de 70 años y cuyos pésimo resultado nos han dejado en los márgenes del concierto de las naciones.
Siguiendo con Platón, fue así mismo quien apreció que el sistema denominado democracia, comportaba implícita el problema de la multitud. La pregunta que se hizo el filósofo fue la siguiente: las decisiones de la mayoría, ¿son justas? Expuso una larga lista de atrocidades que se cometieron por las decisiones adoptadas por mayoría en la asamblea ateniense. Entre ellas, la condena a muerte de su maestro Sócrates, concluyendo sobre el problema que observó como relevante, ha sido la ignorancia de la mayoría, quienes fueron aprovechadas por unos pocos oradores, que usaban sus capacidades comunicativas para convencer a los demás, y así conseguir sus fines particulares de poder, riquezas y fama. Es así, como los grandes oradores lejos de beneficiar a los ciudadanos, resultaban pernicioso para el desarrollo y la habilidad del ejercicio de la politike.
A. Hamilton, sostenía que «una persona es libre cuando su sustento no depende de otra persona«. Supuesto universal en donde quedan excluidos, entonces, las mujeres y los niños/as, los pobres y analfabetos/as. O sea, deben tener un mínimo de condiciones económicas el elector como tal, para ejercer su voluntad.
Es aquí, donde la llamada democracia comienza a aproximarse a la aristocracia.
La esencia purista ´primaria’ de democracia, basadas en el fundamentalismo más perfecto (al estilo teo-crático), que les hace ser «libres» a las personas, con LIBERTAD-DE (en contraposición a LIBERTAD-PARA), opinar con respecto a otro ciudadano o hacia decisiones políticas concretas o generales.
El filósofo Gustavo Bueno, diferencia dos tipos de democracias idealistas: las Representativas Informativas (directas) y, las Representativas Conformativas, siendo estas últimas un conjunto de aristócratas o portadoras de consensos emergentes electorales, quienes dirimen por sí mismos, aquellos tópicos por el que la mayoría de la población no estarían en condiciones intelectuales de abordar ni entender.
Para ello en la elecciones presidenciales y parlamentarios (ediles, etc), se puntualiza y sacraliza al «ciudadano», la mentada LIBERTAD DE elegir al candidato, para que dentro de un recinto se diriman políticas presentes y futuras al que llegan a comprometer peligrosamente a los electores que los han erigido en representantes. Los políticos para sus distintas funciones públicas en el ejercicio de deliberar y sancionar leyes y/o reglamentos públicos, afectan en la mayoría de las veces, aquellos intereses e ilusiones depositados por los ciudadanos/as, quienes los/as han ungidos como sus portavoces directos del pueblo a través del rito y la forma periódica expresada en el denominado «sufragio universal».
Por lo tanto, el poder de un pueblo, es transferido y sin poder de veto, a un puñado de «dioses políticos» que hacen y deshacen en las alturas áureas institucionales, como en los sistemas donde rigen las teocracias.
Los minoritarios grupos de poderosos intereses creados y grandes capitales tienen acceso a los despachos y conversaciones en el Olimpo, presionando al puñado de representantes electos de todo el pueblo de una Nación.
Habrá que definir nuevamente, ¿Qué es la democracia moderna? , ¿Cuál queremos? ¿Cómo hacer que esa representación sea genuina? ¿Qué mecanismo de control debiéramos aplicar?…Muchas preguntas y demasiada tela para cortar.
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* (Eduardo Sartelli,» La cajita Infeliz», RyR 2008, pag.373)