La palabra esfuerzo es una palabra universal llena de valores en sí misma. Sobre el esfuerzo existen varias posturas, igualmente respetables aunque no se esté de acuerdo con todas ellas.
“Darlo todo” es importante por dos razones. La primera es un tema de autorealización y motivación. Si no hay un esfuerzo personal, si no me llena lo que hago y me resulta simple, blando y alcanzo los objetivos limitándome a cumplir, no tengo ninguna motivación y delego esa tarea. Si no hay un reto no hay un objetivo.
Si no tengo ninguna cualidad que pueda marcar diferencias con nadie, la única vía que me queda es trabajar y esforzarme cada día más. El esfuerzo es la forma de paliar las debilidades humanas.
Por ejemplo, cuando me miro al espejo veo que no soy –ni de lejos- Usain Bolt, un tipo que sale a correr y gana sin despeinarse. Es más, generalmente, siempre veo a alguien cerca que sí que me lo parece. Siempre hay alguien que me sacaría 10 metros de diferencia en la línea de llegada con facilidad. En este caso, como siempre hay alguien que parece haber nacido para el objetivo que yo busco, la única manera de superarle o al menos intentar llegar a su nivel es el esfuerzo. Trabajar mucho más que él, sabiendo que es posible que ni aun así lo consiga.
Hemos pasado unos años en los que todo era demasiado barato, incluso el acceso al trabajo y al dinero. Personas con sueldos muy limitados adquirían casas claramente muy alejadas de su capacidad de endeudamiento, que ahora hay que pagar y para eso va a haber que esforzarse. También, si te ibas de un trabajo, a las pocas semanas estabas en otro. Así, esforzarse carecía de valor, incluso era algo estúpido. Si algo bueno tiene la situación actual que vivimos, puede ser que al menos pondrá de moda, como lo estuvo en muchos momentos en nuestra sociedad, la cultura del esfuerzo.
Todo triunfo tiene más de una cara. La que todos vemos es el reflejo que proyecta sobre su autor, un reconocimiento personal que encuentra la gratificación en saber que lo has hecho y, aún más importante, que «esto lo he hecho bien». Pero el triunfo tiene dos vertientes. La segunda, y para mí la más importante, es el reconocimiento de nuestro familia, nuestra empresa, nuestra sociedad… en definitiva, de nuestro entorno; un espacio donde se reconoce que el éxito viene de acciones novedosas e inéditas y lo que realmente importa: de alguna manera estamos ayudando a que nuestro entorno también triunfe. Todos estamos relacionados en mayor o menor medida y eso es lo que permite avanzar en conjunto a un país.
La proyección personal y social de “ese triunfo” es lo que nos va a permitir volver a la cultura del esfuerzo, a inculcarlo entre la gente joven desde que da sus primeros pasos, como una lección más de ética. La gente joven sabe y quiere escuchar, por primera vez en mucho tiempo, cómo salir de esta crisis que cada día se hace más profunda. Ellos saben que su futuro se está jugando ahora y que esta carrera no tiene segundas partes.
Ver correr a Bolt es espectacular. Tiene unas cualidades innatas que son puro espectáculo, algo histórico. Pero a quienes realmente admiro son a los tres o cuatro que van por detrás, que tienen que literalmente “matarse” para estar a un nivel cercano. Cuando Bolt corre al 90%, otros logran superarse al 110% para poder estar cerca, a sabiendas que aun así, no le vencerán, ni batirán ningún record. Ellos son realmente el Dream Team, los que me inspiran más admiración y confianza.
Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña
CEO Ocio Networks