Jueves seis de mayo. Son las ocho de la mañana y un grupo de alféreces a punto de ser nombrados tenientes esperan en la puerta de la Academia General Militar situada en las proximidades a Zaragoza. Un grupo de estudiantes de comunicación de la Universidad San Jorge arriba para comenzar las jornadas del ejercicio “Tierra 13”, una actividad conjunta de periodistas y militares con la finalidad de reforzar las relaciones entre ambos en el campo de batalla. Algo de recelo, como siempre, desde los dos bandos, pero pronto desaparece, o al menos, se evita hablar de ello y comienzan las explicaciones.
No hace mucho me aficioné a la literatura y las películas bélicas, de ahí mi interés por la actividad organizada. Corría el año 2002 cuando Randall Wallace como director y Mel Gibson en el papel de protagonista se embarcaron a reconstruir en un largometraje la Guerra de Vietnam, la guerra en que junto a la de Irak, se puede decir, murió el reporterismo de guerra como oficialmente ha sido afirmado por varios periodistas. Calificada como «Una de las mejores películas bélicas de los últimos 20 años”, según Mick LaSalle, San Francisco Chronicle, la película cuenta la llegada del coronel Hal Moore junto a 400 hombres a una región conocida como “El valle de la muerte” donde fueron recibidos por más de 2.000 soldados del Vietcong. La consecuencia fue una masacre que, como otras muchas veces, ya contaba con antecedentes. Junto a ellos aparece la figura de un periodista que accede a marchar al campo de batalla a cubrir la guerra, y desde entonces, como él afirma: “Los que vivieron la guerra nunca la olvidarán, cuando éramos jóvenes soldados…”.
El periodista, en la película en cuestión, llega con su cámara de fotos como único arma y atemorizado por lo que sucede a su alrededor se siente incapaz de retratarlo, hasta tomar conciencia de su papel y sobreponerse al instinto de supervivencia para realizar su labor como reportero.
Como estudiante de periodismo con apenas veinte años de apretar el gatillo de una Canon, miro el pasado de los reporteros de guerra, en la antigua Yugoslavia, Vietnam, Irak… y las cifras de los periodistas muertos en las zonas de guerra asciende hasta llegar a casi un centenar, 85 concretamente en la guerra de Irak. Ante esta realidad, cabe preguntarse ¿Existe todavía el reporterismo de guerra? ¿Le importa a la sociedad lo que sucede más allá de su ego?
Enrique Meneses afirmaba hace poco para un reportaje en TVE que: “el reportero de guerra tiene que joderle la digestión a la persona que sentada en su sofá está viendo el telediario”.
Supongo, que de cara al hombre que en su derecho es informado, la actitud del periodista ha de ser objetiva y mostrar la cruda realidad de los hechos, pero no por ello debe quedarse en la superficialidad de los conflictos. El pasado cinco de mayo, Gervasio Sánchez recogía su Premio Libertad de Prensa de la Cátedra Unesco de Comunicación de la Universidad de Málaga, y afirmaba en su discurso: “la guerra no es un espectáculo (…) No se puede transmitir con decencia si no se comprende el sufrimiento (…) Hay que ir a la guerra a ser herido en el interior. Algo de ti muere en cada conflicto”.
La información es necesaria, pero sin caridad, los reporteros de guerra, y cualquier periodista, se convierte en un simple transmisor de información incapaz de llegar al verdadero “qué pasa” en el mundo.
Y al final les pregunto: ¿Creen ustedes que sigue existiendo? Es fácil, pongan la tele.