“Vinieron con la noche, escondiendo su monstruosa condición entre las sombras de las sombras. Vinieron por las calles jamás dibujadas, por callejones cubiertos de basura, para que no intuyéramos sus manos asesinas. Vinieron y llamaron a la puerta, a las puertas, a los ojos que dormían, a las bocas que respiraban negándose al miedo que se presentía. Vinieron y arrancaron de cuajo los goznes de las puertas, los goznes de los sueños, los goznes del porqué y derribaron a patadas los umbrales que nos defendían de la muerte y la mentira. Los niños lloraban arrancados de las manos de sus madres, las madres gritaban arrancadas de los brazos de la vida. Nuestros hijos fueron arrastrados a patadas, pisoteadas sus entrañas hasta descarnar su silueta y mancillar su cuerpo. Fueron violados, torturados, llevados a la muerte en procesión infinita por el atajo construido por el dictador y sus secuaces. Nos quebraron los dedos, vaciaron los ojos, nos ahogaron los pulmones en los cubos de agua y vinagre donde dejamos las lágrimas que aún no habían conseguido provocarnos. Nos mataron con muerte, lentamente, de a poco a poco morir sin posible escapatoria. Nos asesinaron hasta el nombre para que no pudiesen encontrarnos los pocos vivos que, en la muerte de sabernos muertos antes que ellos, dejaron para que sirviéramos de escarnio a la semilla valiente del futuro. Nos fueron matando con la muerte, pero dejaron nuestros cadáveres tatuando el nombre del pasado (y a nuestros padres, hijos, hermanos, compañeras, esos que nos han de revivir en la lucha sin fin contra el tirano)” Estella Puchuri, familiar de una de las víctimas de la represión chilena
Hoy el represor y sus matarifes no llaman a la puerta, por la noche, para llevarse a los que se niegan a clavar la rodilla ante ellos y ante el estado. Hoy no nos llevan a garajes abandonados ni a estadios desolados donde dejarnos, hacinados, hasta que, después de torturarnos, cerremos los ojos y comprueben que realmente les entregamos el último aliento.Y no lo hacen, el represor y sus matarifes, porque no lo necesitan. Han cambiado su perfil, no su condición de hipócritas, soberbios, dictadores y asesinos, de cuerpos, esperanzas, libertades y derechos.
Hoy les basta la supuesta legitimidad sobre la que van construyendo una impunidad que no deja de crecer, un patrimonio ideológico al que, con el robo reiterado, el espolio y la estafa, quieren acompasar su abultado e imparable patrimonio económico. Se escudan en los suyos, en los vencedores del sorteo electoral, que ganan a base de mentiras y billetes untados de favores que habrán de ser de vuelta. Les es suficiente llegar a un ministerio, una isla que les aísla de los que nos cuentan, desde la que juegan a ser supremos, a erigirse en pequeñas deidades que retorcerán argumentos hasta dictar leyes que dejarán caer, tras habernos empujado al estado de atontamiento al que se llega cuando no se nos permite pensar ni comer, sobre nuestra mermada conciencia, hasta nuestra casi ausente capacidad de reacción.
Los represores de hoy van empujándonos lentamente hacia las arenas movedizas del miedo a perder un falso estado del bienestar, un utópico holograma que han ido formando, zanahoria que nos engaña y nos obliga a seguir produciendo, a seguir debiéndole la esperanza y el aliento al capital. Mentira a mentira. Mentira esa miseria de libertad que nos permiten, rota y asesinada por códigos penales reformados por la supuesta necesidad que los represores se inventan para que no osemos levantar la vista y, un día, preguntarles en las calles porqué han llegado tan lejos y han traspasado el horizonte de lo permisible. Mentira esas leyes que dictan para tapar la boca y contentar a los fascistas, a los suyos, de los que reciben el voto y el sobre, el voto y la prebenda, el voto y la garantía de que, aunque se vayan un día de su silla, los suyos no olvidarán los favores recibidos. Mentira las apariciones apoyados en la palabra hueca para que los que no importamos creamos que se dirigen a nosotros y nos explican. Mentira las promesas, esas que se atreven a escupir con los labios podridos, a media voz y grandes cacareos. Mentiras sus vidas de corruptos, proxenetas, estafadores, aunque puedan esconderlas debajo de la alfombra y se empeñen, a fuerza de reforma y de medidasnecesarias, en borrar su pasado y esconderlo tras sus aras maquilladas y poses aprendidas.
Los represores de hoy corren hasta llegar donde ellos saben que está la llave del armario donde guardan las versiones actuales de las armas de tortura. Una vez allí, magos de la represión, abyectos violadores de los mínimos derechos, sacan de su chistera de marca códigos penales para castigar, con la dureza que la sociedad y el momento actual requiere, a los que no cuentan, a los que poco tienen, a los que han sido por ellos y los suyos desprovistos de sueños. Todo para que sus complejos de aprendices de dioses y sus paranoias secretamente turbias se curen sobre el sufrimiento de los sometidos, de quienes ellos someten gracias a su grandeza políticamente adquirida.
Foto: furlinSon los represores que, de puertas a adentro, abortan, sobornan, hacen trueque de favores, roban, evaden, hacen añicos los códigos que ellos mismos han redactado y firmado. Son los que biensituan , como alfiles enviados por reyes y reinas que, en su soberbia, no aceptan no poder poner en jaque a la realidad, a sus hijos, a sus amigos, a los amigos de sus amigos y al interminable grupo de peones con los que juegan a ganar y a ganarnos. Son los que patean nuestro sexo para que no podamos ejercer la libertad de decidir. Son los que dictan qué es vida y qué es muerte, los que tipifican la libertad y leen la cartilla a las mujeres que se salen del redil de la sumisión, a las atrevidas, a las golfas, a las que se rebelan, pecadoras y pecaminosas, a gritar que tienen el derecho a decir qué puede ocupar o no su vientre fértil, y su conciencia, y su pensamiento, y su ideología, su LIBERTAD. Son los represores que se olvidan de que en cada vientre preñado en un embarazo no deseado hay un fruto que procede de su semen, del semen de los suyos, muchísimas veces vertido en él de manera unilateral. Son los represores que nos niegan el derecho a una educación sexual, que nos empujan a recluirnos en la ignorancia cultural, social, de pensamiento, que nos modelan, que buscan cercenar nuestra individualidad, que nos acosan con su voluntad de atibórranos de su hipócrita religión para continuar declinando su represión sobre nosotros.
Los represores de hoy no llaman a la puerta, una noche, y nos torturan.
Lo hacen cada día, con cada ley nueva, con cada reforma, con cada una de sus medidas
¿HASTA CUÁNDO?