La crisis en Europa ha creado un mapa social comparable al que se presentó tras la II Guerra Mundial. Los países mediterráneos han alcanzado unas tasas de desempleo históricas. La distancia entre ricos y pobres se dispara. También existe la amenaza del desembarco de partidos de extrema derecha, que aprovechan la desesperación de la gente y resquebrajan el espíritu integrador de la Unión Europea (UE). Europa tiene ante sí el desafío de frenar la pérdida de derechos sociales y fortalecer los programas de desarrollo y educación ante el descrédito de la clase política.
El sueño de Adenauer, Monet, Shuman y Gasperi queda en standby. La troika limita la soberanía nacional de los Estados por las exigencias en el gasto y en los mecanismos de crédito. España, Portugal y Grecia siguen al dictado los planes de austeridad de Bruselas. Estas políticas lesionan derechos fundamentales y provocan una fragmentación social que empobrece la democracia de los Estados.
Los Estados han perdido autonomía en favor del férreo tutelaje de Bruselas. La Europa de los 27 vive en un estado de alarma social en la zona mediterránea. Según Eurostat, uno de cada cuatro ciudadanos está en riesgo de exclusión social. La tasa media de desempleo de la Eurozona es del 11,7%. En países como Grecia y España, supera el 26%. Para ello, la UE pretende, con la Estrategia Europa 2020 reducir al menos al menos en 20 millones el número de personas en situación de pobreza”, según Durao Barroso, Presidente de la Comisión Europea.
A la hora de configurar el plan de choque, con una serie de directrices para enmendar este panorama, la Unión Europea olvida una de sus señas de identidad: los derechos sociales. El paquete de “medidas anticrisis” ha fracasado. La prueba la tenemos en la reforma laboral española y su creciente tasa de parados. En el endeudamiento progresivo de Grecia, gracias a los rescates financieros.
En Tesalónica, cuna de la civilización occidental, la gente ha renunciado a la calefacción de gasóleo. Los precios de los carburos se han disparado al igual que los impuestos. Ahora queman leña y muebles viejos para resguardarse del frío. Esto ha provocado que suban los índices de contaminación, que se extienda el pillaje de leña, que se registren daños en los Parques Nacionales. Y que incluso hayan desaparecido parte de los olivos donde se dice que Platón regalaba reflexiones como ésta: “la necesidad es la madre de la invención”.
Los ciudadanos asisten indignados ante escenarios de bondades políticas disfrazadas. En Italia, Silvio Berlusconi dimitió para evitar la bancarrota del país, con la imposición de un excomisario europeo, Mario Monti, como Presidente de la República. En España, se reformó la constitución, tal y como aconsejaba la UE para fijar el techo de déficit.
La capacidad de decidir de los Estados está en entredicho. Ciertas acciones “impopulares” pueden crear una posición contraria a las instituciones europeas. En países como Bélgica, Holanda y Francia crece el euroescepticismo. Incluso, en gobiernos como el de David Cameron, se sugiere una renegociación de la condición de Reino Unido como miembro de la UE.
En España afloran casos de corrupción, que ensucian la democracia y la imagen del país y de la propia Unión. La crisis también alerta a los ciudadanos ante los abusos de sus mandatarios. La generalización de que la clase política es corrupta perjudica a unas instituciones europeas alejadas de sus ciudadanos, lo que contribuye al euroescepticismo. Ni los ciudadanos deberían vestir a todos los políticos con el mismo traje, ni la UE debería sentir este fenómeno como algo ajeno para poder regenerarse desde dentro.
Antonio Ruiz Morales
Periodista