Sociopolítica

Residuos: una cuestión de difícil reciclaje

Esos seres llamados basura.

Sin duda alguna, los residuos que genera la actividad humana se están transformando en uno de los mayores problemas ambientales que enfrenta nuestra civilización. Nadie sabe ya cómo frenar esta vorágine del despilfarro y menos dónde ubicar toneladas y más toneladas de basura que generamos sin compasión alguna.

Cada residuo que se crea es la suma de uno o varios recursos naturales que se transformaron en bienes de consumo mediante diferentes procesos. Cada uno de éstos exige un consumo de energía, genera subproductos (algunos de ellos peligrosos) y en el proceso de transformación se pueden emitir contaminantes a la atmósfera, al agua, al suelo, etc.

Por lo tanto, cada residuo generado se transforma en un recurso natural exterminado y un consumo de energía despilfarrado. En el mejor de los casos se podrá reutilizar e incluso reciclar, pero requiriendo nuevos aportes energéticos y generando nuevos subproductos. Ecológicamente hablando, el reciclado no está exento de impactos ambientales y su efectividad nunca es del 100%, es decir, de lo que separamos en nuestras casas mediante la recogida selectiva, no todo se transformará en nuevos bienes de consumo reciclados, sino que parte de la materia se perderá durante el mismo proceso de reciclado. Por eso, el mejor residuo es aquel que no se genera.

¿Y qué hacemos con los residuos?

El Plan Nacional Integrado de Residuos de 2006, indicaba que de todos los residuos recogidos sólo el 10% se reciclaba, aparte del 13% de los orgánicos que se recuperaban por tratamientos como el compostaje o la biometanización. La mayoría de la basura, un 68%, se enviaba a vertederos legales, alegales o ilegales, y el 9% restante se incineraba.

En comparación con otros países europeos, en España se utilizan más los vertederos y se recicla e incinera menos. Hay que señalar que todas estas formas de gestión final tiene sus impactos ecológicos negativos, siendo el reciclado el sistema más suave y menos dañino para el medio ambiente.

El depósito en vertederos que no cumplen todas las normativas vigentes entraña graves riesgos para la salud y el medio ambiente. Los residuos, especialmente los orgánicos, desprenden restos líquidos que pueden filtrarse contaminando el subsuelo y los acuíferos. Además estos residuos se descomponen emitiendo metano a la atmósfera, que es un gas de efecto invernadero con una capacidad de retener calor 20 veces superior al CO2.

Los vertederos legales deben cumplir estrictas medidas de seguridad que eviten los focos de contaminación. Deben aislarse perfectamente, diseñarse circuitos de drenaje que recojan los restos líquidos así como sistemas que capten el biogás. Finalmente deben sellarse una vez su capacidad ha sido cubierta.

El otro sistema de gestión es la eliminación o, como prefiere llamarlo la industria, la valorización, es decir, la incineración de residuos para generar, en algunos casos, energía eléctrica. En realidad este proceso es también una transformación física del residuo, pues al someterlo a elevadas temperaturas éste se transforma en cenizas y gases altamente contaminantes. De esta forma, este proceso soluciona inicialmente un problema de volumen (se reduce el volumen de los residuos) pero genera otro de salud pública (por los gases y las cenizas).

Las emisiones atmosféricas provenientes de las incineradoras, como indica Carlos Martínez -Responsable del Departamento Confederal de Medio Ambiente de CCOO- son muy tóxicas debido a la variada composición química de los residuos y se pueden encontrar, entre otras substancias, dioxinas, contaminantes orgánicos persistentes, furanos, PCB’s, etc. En cuanto al riesgo químico para las personas, Martínez afirma que “…hay que tener en cuenta que precisamente por ese carácter persistente y bioacumulativo en la cadena animal y alimentaria no existe ningún nivel de exposición seguro a esos contaminantes orgánicos.” Y para más preocupación, Martínez asevera categóricamente que “…no hay muchas razones para fiarse del control de las emisiones en dichas instalaciones. La medición de dioxinas, por ejemplo, se hace de forma muy esporádica unas cuatro veces al año y por empresas contratadas por el titular de la instalación en fechas normalmente prefijadas de antemano, por lo que las condiciones de la combustión y de los filtros se pueden preparar previamente. Por eso cuando se han realizado monitoreos «por sorpresa», como en Madrid, han aparecido niveles de este contaminante 15 veces superiores a los límites legales.”[2]

Por estos motivos expuestos, la gestión de los recursos se está transformando en un grave problema ecológico, social y también político. Todos generamos cada vez más residuos, pero nadie quiere incineradoras o vertederos cerca de sus parques, calles y barrios. Hay vertederos que están colmados y algunas plantas de reciclaje no dan abasto. Se proyectan nuevas instalaciones pero chocan de lleno con organizaciones sociales que los quieren lejos de sus ciudades y lugares de esparcimiento. En muchos casos los residuos recorren largas distancias hasta encontrar un vertedero que les de cristiana sepultura, con lo que se añadiría un impacto ambiental extra por el consumo energético en el transporte. Y esto sólo al hablar de residuos urbanos, porque si se analizan los residuos industriales y concretamente los tóxicos y peligrosos, el dilema alcanza dimensiones mucho más enrevesadas y peligrosas.

Valeriana ecológica.

Según datos de 2007 del Ministerio de Medio Ambiente y del Instituto Nacional de Estadística, entre 1990 y 2005, España aumentó en un 88% la cantidad de residuos urbanos generados. Pasó de más de 12 millones de toneladas año a casi 24. En 1990, un ciudadano español producía 322 kilogramos de residuos al año, cifra que aumentó en un 66% en 2005, superando los 530 kilogramos por persona y año.

Los residuos orgánicos (restos de comida, vegetales, etc.) han perdido protagonismo con el paso de los años por el aumento exagerado de los residuos de envases, plásticos, etc. Sobre este aspecto, en 1997 se aprobaba la Ley 11/1997 relativa a envases y residuos de envases, que establecía dos modelos de gestión para este tipo de residuos. Por un parte se legislaron los Sistemas de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR), que pretendieron fomentar la devolución y la reutilización de los envases. Por otra parte, con los Sistemas Integrados de Gestión (SIG), cada envase que se introducía en el mercado gravaba una pequeña cantidad de dinero que luego era repartida entre las diferentes administraciones para la creación y mantenimiento de las plantas selección, reciclaje, vertederos, etc. donde acabaría su vida útil el envase puesto en circulación.

Los SDDR, por lo tanto, son un modelo mucho más ecológico que fomenta desde la raíz la reducción y la reutilización de los envases y el ahorro energético, mientras que los SIG, no evitan el incremento sino que son una herramienta para facilitar y financiar la posterior gestión (reciclado, vertido controlado, incineración, etc.).

Ante esta ley la industria optó por los SIG y los SDDR apenas tuvieron éxito. Los resultados 13 años después son los que vaticinaron en aquellos días los grupos ecologistas: un aumento brutal en la cantidad de residuos y consecuentemente un incremento de sus impactos ambientales derivados (consumo de energía y recursos), así como el anquilosamiento del cada vez más difícil, eterno y costoso problema de la gestión final de los mismos.

Esta preocupante evolución ha sido fruto de una ineficiente y nefasta política en materia de residuos, en la que ha primado y se ha fomentado la cultura del “usar y tirar” en detrimento de la prevención y la reducción.

Hace años, cuando los contenedores de papel, vidrio, etc. invadieron las calles y plazas, mucha gente los miraba con escepticismo como si fueran objetos voladores -o no- no identificados. Sin embargo, desde diferentes frentes se hizo un trabajo de concienciación que dio sus frutos con el paso de los años y la sociedad acabó normalizando la recogida selectiva en origen para el posterior reciclaje. Pero eso fue todo.

Y la realidad es que, utilizando bombillas de bajo consumo y/o separando los residuos en varias bolsas, no se va a revertir la sempiterna crisis ecológica que dura ya varias décadas. Hace falta entender de una vez por todas, que el planeta tiene unos recursos limitados y que nuestro consumo debería ser parejo y proporcional a esa realidad. Por eso hay que fomentar un consumo ecológicamente sostenible y económicamente justo en todos los aspectos y no buscar fórmulas mágicas para limpiar y anestesiar nuestra conciencia ecológica mientras los impactos ambientales se globalizan y agudizan cada vez más.


[1] Responsable de Ecología Social de “Belianís”. Escritor, autor del libro “El parque de las hamacas”http://www.elparquedelashamacas.org [2] http://www.istas.net/daphnia/articulo.asp?idarticulo=1034

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.