Sociopolítica

Revolución (I)

Sobre el sujeto de la Revolución. Reflexión sobre estrategia
Parte Primera

“La única esperanza para los vencidos
es no esperar ninguna salvación”
Publio Virgilio Marón

Acometo este artículo con la certeza de que abriré más interrogantes que evidencias con esta reflexión inicial sobre estrategia, sin embargo, nada grande ni revolucionario puede hacerse sin un proyecto estratégico que guíe la acción. Entiendo que la cavilación sobre estos asuntos, aunque su resolución práctica nos supere por el momento, es ya un elemento fundamental de la construcción del proyecto histórico para superar la sociedad con Estado y capitalismo.

Se equivocan quienes piensan que la estrategia se aplica únicamente a la labor militar y a la guerra, pensar estratégicamente es la prerrogativa hoy de las clases que dirigen la sociedad cuyo proyecto de creación del Estado total o “Estado todo”, como lo nombra Carl Schmitt en «El concepto de lo político», y capitalismo perfecto se ha desarrollado de acuerdo a un plan de dimensión y escala histórica.

Las líneas maestras, es decir estratégicas, de la sociedad en la que vivimos se diseñaron a lo largo de los siglos XVIII y XIX y se enuncian de forma sistematizada en la Constitución de 1812 cuyo bicentenario celebran los poderosos y poderosas en este 2012. En esa Carta Magna o ley de leyes que es la madre de todas las demás Constituciones promulgadas hasta nuestros días se bosquejan los fines últimos, en sus trazos más generales, de la acción de las clases que acaparan el poder político, militar, económico e ideológico y gestionan la sociedad[1].

Quienes han heredado de la tradición de los filósofos mecanicistas franceses y el marxismo una concepción de la historia como proceso sin sujeto, movida por la fatalidad de unas leyes inmutables, predestinada por el movimiento automático de las estructuras sociales, ignoran que el poder constituido actúa según un plan y que se ha de idear también el guión de su superación. No hay un camino prefijado ni un sistema teleológico que conduzca el devenir histórico desde lo inferior a lo superior, desde lo imperfecto a lo sublime. El catecismo progresista no es más que eso, un culto religioso basado en el fideísmo antes que en la observación imparcial de la realidad y la reflexión sobre la misma. Por el contrario, la historia es el resultado de decisiones y elecciones humanas y son precisamente las fuerzas más conscientes, las que poseen capacidad proyectiva y visión de futuro basadas en el examen de las condiciones reales en las que actúan, las que obtienen mayor influencia y predominio en la transformación de las sociedades y son por ello portadoras de la libertad.

Hoy la iniciativa en la actividad planeadora consciente la tiene el Estado como sujeto colectivo complejo[2] o estructura de confluencia de los poderes que articula los fines comunes de las elites mandantes. Nada hay más errado que la declaración de que el ente estatal está desapareciendo y que es el desenvolvimiento incontrolado e irreflexivo de las grandes corporaciones capitalistas lo que define el mundo, por el contrario el ingente aparato burocrático del sistema es un monstruo cada vez más imponente que ordena, legisla y dirige toda la vida social con mano de hierro.

Más allá de las teorías sobre la conspiración que simplifican burdamente la realidad es preciso advertir la existencia de una dirección estratégica que organiza y gobierna según un plan. En la orientación y administración de la vida social participan los cuerpos de altos funcionarios que son el alma del aparato ministerial del Estado, los grupos de influencia y poder político, económico e ideológico constituidos de forma diversa y relacionados entre sí por distintos mecanismos y, sobre todo, el Alto Estado Mayor de la Defensa, es decir, el poder militar, que no es mero servidor de intereses políticos o económicos ajenos sino que concentra en su seno la mayor autoridad, la que le confiere el ser el depositario y administrador de la violencia[3]

Las directrices estratégicas pertenecen al ámbito de los secretos de Estado, no son públicas y su difusión está penada por la ley aunque algunos de sus rasgos esenciales se pueden conocer a posteriori por su aplicación y sus efectos y muy a largo plazo cuando son desclasificadas y pasan a ser documentos históricos. En ciertos casos se da publicidad a algunos elementos como es el caso de la “Estrategia Española de Seguridad”, que se renueva cada pocos años y suele incluir reseñas en la prensa sobre algún aspecto que tiene un carácter propagandístico. Otros documentos son directrices concretas dirigidas a la escala media de cuerpos del Estado como por ejemplo la “Estrategia Nacional de Ciencia y Tecnología”, a los profesionales de distintos ramos y a la sociedad como instrumentos pedagógicos y adoctrinadores como la “Estrategia Nacional de Salud Reproductiva”, éstos que son cientos, atañen a todas las esferas y están destinados a ordenar o modificar toda la vida social. Las grandes líneas maestras de la estrategia solo pueden rastrearse a través del estudio minucioso de su aplicación, como cualquier ejército enfrentado a un enemigo, el aparato de dominación política tiene planes que se apoyan en informes muy precisos y fiables de todo aquello relevante que acontece en cualquier dimensión de la vida social y en estudios multidisciplinares muy rigurosos desarrollados y reflexionados colectivamente en su entramado, pero, como cualquier ejército, los mantiene en secreto y procura engañar al enemigo acerca de sus intenciones.

La Constitución de 1812 fijó el ideal de un ente estatal que dirigiera completamente la vida social[4], un objetivo cuyo desenvolvimiento ha ocupado a las elites del poder los últimos doscientos años y que sigue desarrollándose en nuestros días porque los grandes proyectos estratégicos son procesos largos y sinuosos, extremadamente complejos e intrincados, que necesitan de ser precisados y concretados periódicamente y adaptarse creativamente a cada nuevo cambio y cada nueva situación. Requieren, además, tener en cuenta todos los aspectos y las relaciones entre ellos y, sobre todo, establecerse en la escala temporal a largo plazo.

A través de los avatares de cada momento histórico, con avances y retrocesos, con fracasos y aciertos, en la ofensiva y en la defensiva, el Estado centralizado e integrado surgido de la revolución liberal no perdió el norte de su estrategia, conseguir convertirse en Estado total y superar la dualidad social del antiguo régimen, perseveró y se empeñó sin abandonar nunca su vocación de victoria. Efectivamente, el aparato administrativo del absolutismo, demasiado fragmentado y pobre en recursos humanos, materiales y financieros estaba incapacitado para hacer llegar sus tentáculos hasta el último rincón de la sociedad por lo que debía convivir con las estructuras populares de vida y organización política que operaban en los vacíos de poder, éstas fueron el principal enemigo de la ilustración y el liberalismo para cuya destrucción ha empleado un programa de alcance histórico con un éxito notable.

La revolución liberal fue, antes que nada, un magno proceso de reflexión colectiva estratégica en las elites de poder, una auto-transformación y reorganización para idear un modelo de sociedad nuevo y establecer las condiciones de su realización. Esta definición de metas es un aspecto esencial de la estrategia y se manifiesta, en primer lugar, como un acto de elección, de voluntad, pues consiste en decidir cuáles son las aspiraciones deseables y los objetivos perseguidos con independencia de la situación concreta de la que se parte, es, por lo tanto, el gran acto de la libertad y trata de la identificación de lo más esencial, aquello que perdura en el tiempo y que siempre pertenece al futuro porque, en definitiva, es un ideal, incumbe al ámbito de la cosmovisión básica que orienta la acción en todas las dimensiones, trasciende el tiempo biográfico e implica a la sucesión de las generaciones, es decir, se dirige enérgicamente al futuro. Estos son los rasgos esenciales que determinan la estrategia pues de las metas perseguidas dependen la forma y los métodos de alcanzarlas.

Para las élites que instituyeron el orden liberal ese fin último fue y es la extensión ilimitada del Estado, un aparato que no desea ya únicamente ser el centro de la sociedad sino sustituir a ésta y hacer desaparecer toda institución, estructura u organización de grupos humanos que no esté directamente contenida en él.

Lo cierto es que donde, en 1812, había dos sociedades, dos comunidades humanas, el Estado y el pueblo, que se relacionaban, se enfrentaban, cooperaban a veces y equilibraban y reequilibraban la correlación entre sus fuerzas, en nuestros días queda un único ente organizado, el Estado, y, fuera de él, una mixtura de grupos y clanes y, cada vez más, individuos solitarios, que se enfrentan o se ignoran, que viven de espaldas los unos a los otros, amarrados a las instituciones del poder de las que son deudores y a las que están obligados a cambio de una protección que no se sienten capaces de procurarse por sí mismos.

Á‰sta es la mayor victoria del Estado en los últimos doscientos años y el más grande problema estratégico al que tendrán que hacer frente quienes consideren la superación del actual orden de opresión social. Sin embargo, ante la superioridad del enemigo la mayoría de los movimientos del presente han elegido la peor de las opciones, por un lado negar la derrota estratégica de las fuerzas contrarias al poder elitista reconstituido en la revolución decimonónica, y, por otro, concentrar toda su energía en luchar por reformas o pequeñas “conquistas” dentro del sistema, presentando como grandes éxitos y trofeos lo que no son sino correcciones que mejoran y amplían el orden de dominación. Así han amado sus cadenas, viviendo en el autoengaño y actuando como agentes -con o sin conciencia de ello- del poder.

El reconocimiento de la derrota y destrucción del sujeto colectivo que se llamó pueblo (que reunió a todas las clases trabajadoras y no explotadoras que se sitúan al margen de las elites poderosas) es la primera condición para acometer una estrategia de regeneración y reconstrucción de un nuevo sujeto histórico enfrentado al poder omnímodo del Estado, a pesar de la delicada situación presente coincido con Federico Aznar Fernández-Montesinos[5] en que “conforme a la lógica paradójica de la guerra, la derrota enseña y la victoria confunde” y que la debilidad presente podría ser trocada en fuerza a partir de una reflexión potente y vigorosa en el terreno estratégico.

LA NEGACIÁN Y EL OLVIDO. EL PUEBLO BORRADO DE LA HISTORIA

Me limitaré a hacer una introducción a un análisis que se encuentra por encima de mis posibilidades presentes, representa una hipótesis relativamente fundamentada pero que precisará de sucesivos estudios concretos en cada uno de los apartados y temas que se incluyen, pretendo, ante todo, pergeñar un guión que permita que nuestro pensamiento se instale en la escala histórica, el largo plazo y la complejidad de lo real, elementos fundamentales para pensar estratégicamente.

El objetivo estratégico de toda guerra es aniquilar al enemigo; bien podría decirse que ha sido cumplido totalmente en este caso, el pueblo no solo ha sido derrotado sino que se ha perdido incluso la memoria de su existencia pasada, reescribiendo e interiorizando su historia bajo la perspectiva del vencedor, negándose y falsificando su experiencia para integrarse en el orden del opresor. Como en las guerras más atroces, el solar del vencido quedó arrasado por completo.

Pero en 1812 al estatuir la ominosa Carta Magna el panorama no era tan optimista para el orden constitucional y representativo, la comunidad popular vivía un momento de gran potencia y fuerza, estaba armada y organizada y era, para las elites mandantes, un socio obligado contra Napoleón a la vez que su enemigo principal en el interior. En efecto, ya en 1809 eran las guerrillas las que hostigaban a las tropas francesas e impedían su implantación en el territorio, el ejército regular y el aliado inglés fueron desbordados sistemáticamente por las tropas napoleónicas en Castellón, Uclés, A Coruña, Ferrol, Ciudad Real, Valls, Tarragona y un largo etcétera, mientras las partidas ganaban fuerza y eficacia, actuando con plena independencia y enorme creatividad, movilizando ampliamente a la población[6] y con participación abundante de las mujeres[7]. Las partidas guerrilleras, como en la Edad Media las Milicias Concejiles, fueron ente autónomo y no derivado del Estado, estableciendo un poder real separado de la institución militar estatal. Por su eficiencia y vigor fueron una experiencia excepcional en el ámbito europeo, por eso Carl Schmitt, en su teoría del partisano, toma como referencia, precisamente, la guerra contra Napoleón en España donde 250 o 260 mil hombres eran mantenidos en jaque por unos 50 mil guerrilleros.

La fuerza de la guerrilla era la manifestación de la potencia de las instituciones y la organización social libre de las comunidades rurales, las formas comunales de propiedad eran las más usuales en el agro peninsular, comprendía la adjudicación en suertes de las tierras comunales, el cultivo colectivo de los bienes concejiles, el uso común de montes y pastos, las comunidades de regantes[8], la propiedad mancomunada de molinos, fraguas, hornos y bestias de labor, comunidades de pescadores, espigueo del arroz y otros[9].

La propiedad comunal y otras muchas prácticas como la derrota de mieses, el aprovechamiento de los pastos y los montes, etc. eran un choque fenomenal con el concepto de propiedad absoluta romanista, pero no ha comprenderse en clave económica la comunidad popular que se caracterizaba por ser una forma de organización social integral e integrada. El trabajo colectivo con la participación general de mujeres, hombres y niños, cada cual según sus capacidades y el reparto equitativo de los frutos es un elemento fundamental que da cohesión y fuerza convivencial a la aldea rural. Las formas de trabajo común fueron amplias, diversas regionalmente en las formas pero muy semejantes en su fondo. El trabajo se valoró más que la propiedad pues era considerado como el único valor insustituible, y así, quien no participara en el quehacer colectivo sin causa justificada era excluido del reparto del producto, lo que hacía muy difícil la monetización de la economía y su mercantilización. Además el autoabastecimiento de lo imprescindible para la vida fue la norma, pues se producía lo esencial en las mismas aldeas o pueblos en el entorno próximo y se practicaba el trueque antes que el intercambio por dinero, el capitalismo tenía, pues, un freno muy potente en las formas de vida rurales[10]

De esta manera se constituyó una forma de existencia basada en el apoyo mutuo y autogestionada, es decir, independiente de las estructuras del poder. La abundancia de instituciones de apoyo mutuo, hermandades, cofradías, sociedades de socorro mutuo para enfermedades, viudedad o daños de todo tipo, los seguros de ganados etc. hacían que el sujeto de la tradición fuera muy interdependendiente en la horizontalidad y muy despegado de las jerarquías poderosas.

Los muchos estudiosos que se acercaron a observar la comunidad popular a principios del siglo XX, como los citados anteriormente, quedaron muy impresionados por “la estrecha solidaridad en la que viven”[11] lo que lleva a este autor a aseverar el fracaso en estos lugares de las ideas individualistas de Jovellanos. La buena convivencia y el amor en las relaciones sociales han sido un factor de enorme significación durante un largo periodo histórico para innumerables generaciones de mujeres y hombres, la vida comunitaria se desarrollaba en todos los ámbitos, en la fiesta y en el trabajo, en los buenos momentos y en las dificultades, la gente se reunía para hilar, o para cantar y bailar, para enterrar a los muertos o guardar el ganado, la intimidad y familiaridad en las relaciones hacía que a menudo el clero condenara esas actividades por considerarlas fuentes de “corrupción moral”. Un retrato emocionado de la belleza de las instituciones convivenciales populares y del desastre de su liquidación durante el franquismo se encuentra en “Los desiertos de la cultura. Una crisis agraria” (ARAUZ DE ROBLES, 1979).

Estructurada de esta manera, la comunidad rural tradicional se constituyó como un auténtico contrapoder que tenía sus instituciones políticas, el concejo o asamblea vecinal, que era soberano en un ámbito limitado pero no insignificante ni trivial[12] Las autoridades estatales y consuetudinarias coexistieron sin mezclarse ocupando ámbitos distintos[13] pero siendo las centrales en la vida del sujeto las horizontales y elegidas anualmente. La organización política popular generó también un cuerpo legal propio, basado en los fueros y aplicado como derecho consuetudinario, oral, abierto e interpretado desde la experiencia y el debate de los iguales. La principal institución política de los vecinos, es decir, la asamblea, era la que regulaba y normativizaba la gestión de los asuntos de la comunidad según los acuerdos, los debates hermanados y la costumbre, ordenaba las relaciones y los conflictos, las obligaciones y los derechos. Lo consuetudinario se alzó frente al derecho romanista de las clases altas y fue especialmente beligerante en la negación del concepto de propiedad privada y en el derecho de familia. En este último asunto la experiencia ibérica fue especialmente única y divergente con las costumbres patriarcales dominantes en todo Occidente[14]. La libertad de la mujer en el ámbito popular fue uno de los factores que más vigor dio a las instituciones y la cultura del pueblo[15].

No es descabellado afirmar que la pujanza y dinamismo con que se implanta CNT desde su creación en 1910 que se convierte, por su influencia social, en un caso único en el continente tiene que ver con el enraizamiento de importantes sectores de la organización en las costumbres y la cultura del pueblo hasta el punto de que algún estudioso ha considerado que “la base de la utopía anarquista de Urales … era la masa de militantes de asentamiento o de procedencia rural y muy alta combatividad revolucionaria”[16]

Lo cierto es que la mayor parte de la clase obrera en la época era de origen rural y pertenecía a la cultura democrática de las comunidades tradicionales, le era muy fácil, por ello, acercarse a una corriente política que proclamaba una sociedad de la solidaridad, el apoyo mutuo, la autogestión de la vida, la igualdad política estricta, la eliminación del Estado y que volcaba todo el poder decisorio en la asamblea de los iguales. El ideal libertario era tan cercano a la experiencia vital de quienes habían abandonado sus comunidades hacía muy poco que resultaba muy sencillo interiorizar sus propuestas. Así se expresaba en “Solidaridad Obrera” en 1932 argumentando que el campesino es revolucionario porque está acostumbrado al apoyo mutuo y la convivencia fraternal[17]

La idealización que hacen algunas corrientes anarquistas de la cultura moral tradicional y las formas de vida del pueblo ha sido muy estudiada[18], también la adhesión a las formas de vida sencillas y naturales con tintes anti-tecnológicos y anti-industriales. En 1927 A. Estevez en la “Revista Blanca” escribe que la agricultura es lo fundamental mientras que la industria se destina en su mayor parte a materiales para la guerra, más contundente, José España, hornero de profesión en “Solidaridad Obrera” (1932) dice “El campesino, lejos de toda complicación mecánica de la organización, de todo instinto burocrático sindical y de todo peligro autoritario en nuestra organización, tiene unos sentimientos nobles capaces de practicar la solidaridad de una parte del continente al otro y morir luchando por su independencia factores esencialísimos en nuestra revolución”[19]

Así las principales corrientes libertarias, al igual que el sujeto de la tradición, idealizaron el trabajo como fundamento de la vida humana buena, de la autogestión y la libertad más esencial del individuo y rechazaron con contundencia el salariado como modelo de degradación y destrucción de la condición de persona así como la vida urbana, como hace Felipe Alaiz que describe Barcelona en 1935 en estos términos, “Barcelona gasta voluntariamente en alcohol y espectáculos un millón de pesetas … en libros no gasta en un año como en aquellos vicios en un día” y deplora el movimiento de población hacia las ciudades, “acudir a Barcelona significa desvalorizar el material humano haciendo que éste sea más barato que los ladrillos, dividir a los trabajadores en sus clases, favorece la rapiña de los caseros”[20].

Quiere decirse que la potencia, autonomía, combatividad e independencia de la clase popular trabajadora en el solar ibérico tuvo continuidad a lo largo de siglos, tomando formas históricamente singulares pero manteniendo un pulso permanente con el poder del Estado, fue elemento constitutivo de su idiosincrasia y su cultura, lo que hace más importante la reflexión y comprensión del proceso que ha conducido a la triste situación presente en el que la paz social es el factor dominante en medio de una gran catástrofe, no económica sino civilizatoria.

[1] El mejor estudio sobre la construcción histórica de Estado moderno en nuestro territorio es el de FÁ‰LIX RODRIGO MORA (2011) “La democracia y el triunfo del Estado”, Madrid, Manuscritos. [2] NORBERTO BOBBIO (2006) “Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política”, Méjico, Fondo de Cultura Económica. [3] Imprescindible “La casa de la guerra. El Pentágono es quien manda”, JAMES CARROLL, 2007, Barcelona, Crítica, un análisis riguroso y fundamentado de la realidad del Estado a través de sus instituciones señeras en las que se determina y se difunde la estrategia de la mayor potencia mundial. También “La democracia y el triunfo del Estado” ya citado. [4] FÁ‰LIX RODRIGO MORA, (2012) “La Constitución de 1812 en evidencia, guerras, aculturación, ecocidio, y deshumanización” . En https://www.dropbox.com/s/nkao222vjbvf9ws/RESCAT%20ADN-1.pdf [5] FEDERICO ÁZNAR FERNANDEZ-MONTESINOS, “Entender la guerra en el siglo XXI”, 2011, Madrid, Editorial Complutense, Ministerio de Defensa. [6] En este asunto aportan una gran cantidad de datos y referencias JOHN L. TONE, “La guerrilla española y la derrota de Napoleón”, 1999, Madrid, Alianza y E. RODRÁGUEZ SOLÁS, “Las guerrillas de 1808. Historia popular de la guerra de la Independencia”, 3 tomos, 1930, Madrid, en éste último resulta sorprendente para el lector no avisado la portada del segundo tomo que representa una mujer que levanta un sable con las dos manos a punto de descargar un golpe sobre el soldado francés derribado en el suelo. [7] ELENA FERNÁNDEZ “Mujeres en la guerra de la Independencia”, (2009) Madrid, Sílex. [8] Los mejores trabajos sobre el derecho consuetudinario, el comunal y el trabajo colectivo se escribieron a principios del siglo XX cuando todavía muchas de estas prácticas e instituciones eran plenamente activas, aunque acosadas por el Estado, son, por ello, documentos históricos de enorme valor. Pueden citarse especialmente de E. LÁPEZ MORÁN “Derecho consuetudinario y economía popular en la provincia de León”, 1900, Madrid. S. MÁ‰NDEZ PLAZA, “Costumbres comunales de Aliste”, 1900, Madrid. V. SANTAMARÁA Y TOUS, “Derecho consuetudinario y economía popular en las provincias de Tarragona y Barcelona”, 1901, Madrid. [9] JOAQUÁN COSTA Y OTROS “Derecho consuetudinario y economía popular de España”, 2 tomos, 1902, Barcelona, Henrich y Cª. [10] Ya citados, LOPEZ MORÁN, 1900, SANTAMARÁA Y TOUS, 1901, MENDEZ PLAZA, 1900, COSTA 1902. [11] MENDEZ PLAZA, 1900. [12] FÁ‰LIX RODRIGO MORA, “Naturaleza, ruralidad y civilización”, 2008, Sevilla. [13] Es muy significativa la observación de LÁPEZ MORÁN (obra citada) de que el pueblo y los funcionarios se distinguían perfectamente incluso en el vestido, usando atuendos tradicionales los primeros y modernos los segundos. [14] CARMEN DEERE Y MAGDALENA LEÁN, “Género, propiedad y empoderamiento: tierra, Estado y mercado en América Latina”, 2002, Méjico, estudian el derecho consuetudinario de raíz hispana en la península y Latinoamérica comparándolo con el anglosajón y concluyendo que la condición femenina es de plena igualdad en el primero y patriarcal en grados diversos en el segundo. [15] En “Feminicidio o auto-construcción de la mujer” PRADO ESTEBAN DIEZMA Y FÁ‰LIX RODRIGO MORA, 2012, Barcelona, ofrecemos un estudio bastante amplio de esta cuestión. [16] ANTONIO ELORZA “La utopía anarquista durante la II República española” Revista de Trabajo nº 32, 1970, Madrid. [17] XAVIER PANIAGUA “La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español”, 1982, Barcelona, Crítica. [18] JOSÁ‰ ÁLVAREZ JUNCO “La ideología política del anarquismo español (1868-1910)”, 1976, Madrid, siglo XXI. [19] PANIAGUA, 1982. [20] Ibidem

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.