Al señor Mas no se la ha ido la olla, es el resto de España la que no se entera de lo que sucede.
A ver como lo explico para que nadie se me enfade.
Desde que los Habsburgos perdieron la Corona tras la guerra de sucesión española, cambió completamente el paradigma de gobierno peninsular, pero desde entonces todo el mundo actúa como si no hubiera pasado nada. Tras la caída de una dinastía dueña de medio mundo, (para la cual nunca fue un problema reconocer las particularidades específicas de sus súbditos, incluyendo a la Península que, con los fueros vascos, aragoneses, navarros, granadinos –no los menciono todos- y sus poblaciones judías, árabes, aragonesas y vascongadas, era una muestra a pequeña escala, un crisol, de los indisolubles problemas a los que debía enfrentarse cotidianamente la cabeza de la casa de Austria), se pasó a un esquema de poder centralizado típicamente francés. Desde entonces el buen Rey español debió seguir al pie de la letra los consejos de gobierno centralizadores al extremo inspirados por su ilustre abuelo Luis XIV. ¿Y cómo podría haber sido de otra manera? Francia era “lo más” dentro de Europa y España a pesar de todas sus riquezas de ultramar “lo menos”. Con la publicación de la última llamada a la población de los Tres Comunes de Cataluña, donde se proclamaba claramente que con la caída de la Ciudad Condal, se terminaban no sólo la libertad y la independencia de una raza, sino el modelo de gobierno practicado hasta el momento: la reunión voluntaria de pequeños estados peninsulares. Desde entonces
la voluntad de los monarcas borbónicos estuvo dirigida a centralizar el país, sin lograrlo realmente ya que les faltaba el carisma, la voluntad y el dinero necesario para ello; por eso España nunca llegó a convertirse en un país de verdad y siempre se mantuvieron -más o menos solapados- los regionalismos que terminaron pariendo la Guerra Civil, la dictadura Franquista y la Constitución de 1978.
La construcción de una España soñada estaba en todos los espíritus avanzados de la época, y gracias a la propaganda y las buenas intenciones, le vendieron a la nación y a Europa un modelo centralizado que no se apoyaba sobre bases reales. La desorganización ininterrumpida del siglo XIX, provocada, más por los conflictos de intereses, que por la hostilidades francesas e inglesas y, que terminaron con la pérdida de las colonias de América (con la paradigmática explosión del Maine) lo prueba con creces.
En ese punto estamos todavía. Por eso es necesario reconocer estos hechos estudiados y hablados miles de veces y replantear nuevamente el pacto democrático con los que lo deseen y no impuesto desde arriba para todo el mundo, -como sucedió en 1978- y pensar por ejemplo, en una Federación de Países Autónomos, un ejemplo de organización estatal, que se aplica en Los países Bajos y que funciona a la perfección. ¿Los catalanes quieren un país? Pues sea. ¿Los vascos? Concedido, tras un democrático plebiscito en los dos casos por supuesto. La federación de Países suprimiría los conflictos que generaría la independencia precipitada y populista a la que se dirige el seños Mas, -más empujado por su ego que por el interés general- (¿Quién va a reconocerla en Europa si España se opone? ¿Dónde va a obtener el dinero suficiente para mantener funcionado el Estado de Bienestar? Estas interrogantes no son exhaustivas pero espero por el bien de todos, no ser el único que se las hace).
Este modelo federal, incluiría -de paso-, las antiguas colonias de Cuba y Puerto Rico que, como hemos explicado en el portal de la asociación Autonomía Concertada, aún no han terminado el proceso de descolonización. A ambas islas podría claramente proponérseles la adhesión a la nueva federación española dentro de Europa.
Reconociendo de una buena vez lo que sucede en España, se terminarían de una vez las veleidades independentistas, cada uno con los suyo pero dentro de la Federación Española, como en los Países Bajos, así se conservaría hasta la monarquía. De hecho, el Rey o el Príncipe heredero deberían, como ya sucedió en su momento durante la Transición, ser los gestores de este histórico movimiento de esa manera justificarían por largo tiempo la supervivencia de la Corona.
El estado central se reduciría a su mínima expresión como garante de la ley suprema, la justicia y el comercio, dejándose al cuidado de las fuerzas vivas de la sociedad sus propios destinos. La Unión Española podría ser el laboratorio del mundo liberal, (no el que existe hoy) sino el soñado por los teóricos de la escuela austriaca de economía, el primero, donde los ciudadanos de los dos lados del atlántico serían dueños de sí mismos. Un ejemplo de nueva sociedad en la que la libertad individual pautada por la ley y la tradición, serían el principio de un modelo realmente justo y original de sociedad, el comienzo en suma, de una nueva etapa de la historia de la humanidad.