Ser homosexual católico es doctrinal y dogmáticamente imposible
“Wild tigers i have known”. Reflexiones sobre el matrimonio, homosexualidad y religión.
Vivimos en unos tiempos de tensión que nos han ido sacando de la estéril mediocridad enfrentándonos a nuestra propia realidad. Esa parte de nuestro yo que permanece viva en nosotros pero que tenemos relegada a la oscuridad de nuestro subconsciente freudiano. Son tiempos de reflexión y por eso me he puesto un tanto surrealista.
Desde que empecé a tener uso de razón, que en mí se desarrolló junto con el deseo de placer, lo juro, y a tener cierta formación, nunca ha dejado de sorprenderme que tanto si eres hetero como homosexual haya parejas que se empeñan en transformar una relación sexual, afectiva y sensual en un cosa, cuya palabra me suena como un sonido de ultratumba, que se llama: el matrimonio.
Me llama la atención porque desde que adquirí esa madurez intelectual y sexual me dio por leer a los clásicos, que son los griegos de la antigÁ¼edad, que es una edad más moderna que la civilización posterior creada por los bárbaros cristianos. Y los griegos, junto con los egipcios más sensuales y menos racionalistas, en el arte, desarrollaban su vida sexual en el espacio público, más allá del espacio privado acotado por el matrimonio. Y no tenían ni pudor ni sentido de la lujuria porque esta palabra ni si quiera se había inventado. Esa fue una aportación cristiana en la Edad Media.
Al margen de los grandes cambios actuales en nuestra civilización occidental cuando rompe amarras con el cristianismo, el matrimonio era y sigue siendo una unidad de explotación económica en la que el padre es la autoridad absoluta, la madre un cero a la izquierda, especializada en los asuntos del hogar y en parir soldados, obreros y esclavos para mayor gloria del Estado, de la nación, del capital o de dios y los hijos, súbditos del padre que no pueden ni rechistar porque como bien dice el slogan que cuelga del dintel de cada puerta patriarcal: “mientras vivas en mi casa se hace lo que yo mande”. Por lo que, además, el matrimonio pasa a ser una unidad militar base por su carácter jerárquico.
Afortunadamente hoy día, en las civilizaciones democráticas, parcialmente emancipadas de los valores cristianos y católicos, en el matrimonio se puede practicar el sexo por el sexo, sin sentimiento de culpa, porque existen anticonceptivos y el derecho al aborto y no necesariamente tiene que ser eterno porque existe el divorcio. Además de otras grandes conquistas morales, como el matrimonio homosexual, la minifalda, los vaqueros y el tanga que traen desquiciada a la jerarquía eclesiástica, que se pasa el día organizando cruzadas. Por cierto, estoy escuchando en el Canal Cine Temática Gay “wild tigers i have known gay themed” en Youtube: no te lo pierdas. Y si no te gusta tal vez conozcas a alguien a quien le gustará. Cuéntaselo.
Luego, cuando me hice más leído, leí que existe otro modelo de matrimonio que sin dejar de ser una unidad de explotación económica, es, además, un sacramento religioso. Para llegar a esta conclusión no necesité recurrir a “La familia, la propiedad privada y el Estado”, de Engels, porque ya tenía suficiente uso de razón como para no recurrir al argumento de autoridad.
La familia cristiana, el matrimonio, es exactamente un sacramento y eso significa que sus componentes pasan a estar bajo la jurisdicción moral del clero. Y la moral es “una norma que regula y reglamenta la conducta de cada individuado para salvar su alma”. Si tienes alma, claro. Pero como tienes alma, en el matrimonio cristiano no hay sexo porque tener hijos no es la consecuencia deseada de una satisfactoria relación sexual, sino la consecuencia instintiva del apareamiento de dos animales asexuados impulsados por el instinto de conservación de la especie y por imperativo de dios.
Que no hay que confundir el placer sexual con el apareamiento biológico, animal e instintivo no se me ha ocurrido a mí, que no tengo tanta imaginación, lo afirma y defiende a capa y espada la doctrina cristiana. El sexo o placer tiene otra función, que no es la de ser satisfecho por los seres humanos, sino la de ser negado, y el concepto de negación hegeliano que utilizo significa la destrucción del contrario, para poner a prueba nuestra capacidad de sacrificio. Sin la cual, esto es, sin la castidad, nunca alcanzaremos la salvación del alma. Y por si alguien cuestiona lo que digo que se lea: la encíclica “Castii connubi” de Pío XI, la “Humanae vitae” de Pablo VI, el documento del Pontificio Consejo para la familia, titulado: “Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas para la familia.”, entre otros muchos documentos. Este último, de 1995, es una joya para aprender a ser un perfecto reprimido sexual. Te volverás del revés, pero te ganarás la vida eterna.
El problema que se me plantea en términos religiosos, y a eso iba, es que haya homosexuales que optan en transformar su relación en un contrato civil y que se confiesan, además, ser católicos. Esta actitud, la verdad, es que me desconcierta, me supera y me descoloca. Cada cual está en su derecho de tomar sus propias decisiones, faltaría más que después de siglos de represión ahora no pudiéramos decidir por nosotros mismos.
Pero, ser homosexual y católico es doctrinal y dogmáticamente imposible. Lo dice la Iglesia en sus textos. Es imposible porque la homosexualidad simboliza el placer como un fin en sí mismo, algo que ya habían puesto en práctica los griegos. El placer sexual está no sólo prohibido, es un obstáculo insalvable para salvar el alma. No hay nada más sagrado para una familia cristiana que ser coherente y doctrinalmente antifeminista y homófoba, si dicen lo contrario están en pecado. Para no ser homófobo hay que dejar de ser creyente.
Lo mismo ocurre con los homosexuales que se sienten cristianos y pretenden contraer matrimonio. Entran en contradicción con el sistema de valores cristianos que se construye y fundamenta, precisamente, sobre la negación del placer sexual. Vivir sin sentimiento de culpa, disfrutar con el sexo como un fin en sí mismo, arriesgar el alma para ser feliz no es conciliable con ser creyente. En caso contrario se tiene que vivir la homosexualidad como perversión, condena y en estado de permanente castidad. Así salvas tu alma, pero serás un desgraciado toda tu vida. Yo invito a la liberación personal. Es más sencillo de lo que te puedas imaginar.