La feminización de la sociedad a manos de las feministas produce que el sexismo –en el sentido de atención preponderante al sexo– aparezca en una gran cantidad de actividades donde la variable género quizá no debería tener tanta relevancia.
A veces, los mismísimos –y las mismísimas- adalides del feminismo se descuelgan con opiniones que muestran sutilmente el fondo de una filosofía en la que todo –conductas, razones, argumentos etc.- está condicionado por el sexo de las personas que intervienen, restando importancia a lo demás. Esta atención excesiva al sexo parece, dicho sea de paso, contradictoria con el principio de igualdad, que prefiere no saber cuál es el sexo, religión, creencias, condición económica etc. de los actores en los procesos sociales.
Rosa María Calaf, periodista de la vieja escuela, ha dicho el 22 de marzo pasado en la revista Vanity Fair que Sara Carbonero, periodista deportiva, “hace un flaco favor a la mujer y al periodismo, pues frivoliza la imagen de la mujer y contribuye a que la apariencia sea más importante que el contenido. Ella no tendrá esa intención, seguramente, y yo no tengo nada en contra de ella, pero creo que para eso es mejor dedicarse al espectáculo o a hacer mamarrachadas en la tele que a la información”.
El Mensaje de Calaf es claro: a ella no le gusta el tipo de periodismo que hace Carbonero.
Pero además, Calaf introduce la variable sexo en la ecuación, atribuyendo una equivalencia funcional entre el perjuicio que Carbonero produce al periodismo y el perjuicio que Carbonero hace a las mujeres… por ser mala periodista.
Hagamos ahora la prueba del algodón del sesgo sexista: cambiar el género de los actores en una situación y valorar si la misma se convierte en ridícula.
Supongamos, por ejemplo, que Jesulín de Ubrique se mete a periodista deportivo y Jesús Hermida, otro veterano de los medios, comenta su opinión sobre el ex matador de toros transformado en reportero diciendo: “El de Ubrique hace un flaco favor a la masculinidad y al periodismo, pues frivoliza la imagen del hombre y contribuye a que la apariencia ser más importante que el contenido…”
¿Resulta ridículo?
Observemos ahora la sutil discriminación sexual que sufre Carbonero por parte de Calaf: Para Calaf, la responsabilidad de Carbonero es mayor que la que tendría un hombre que ejerciera un mal periodismo; puesto que al hombre –incluso si fuera Jesulín- jamás se le acusaría en serio de desprestigiar al sexo masculino por ser torpe ejerciendo el periodismo –o cualquiera otra profesión, incluida la de cantante-.
¿Por qué Calaf responsabiliza a Carbonero nada menos que de dañar la imagen de la mujer por sus acciones como periodista?
Quizá es porque Calaf piensa -de forma sexista- que Carbonero tiene la obligación de decidir en función no solo de sus propios intereses, sino también pensando en los intereses de las mujeres.
Uno de los mayores males soportados por las mujeres a lo largo de la historia es que sus decisiones no solo han dependido de lo que ellas querían para sí mismas, sino de lo que otros –y otras- han pretendido imponerles como obligación de género.
Tradicionalmente las obligaciones de género se han centrado en el ámbito familiar por la condición femenina de madres y esposas. Hoy en día, además, las feministas parecen querer imponer a las mujeres una obligación añadida: la imagen de género.
En este sentido, el feminismo ha traído a las mujeres una nueva dificultad para tener éxito: deben cuidar que sus actos no dañen la imagen de la mujer. Mientras tanto, los hombres juegan con una nueva ventaja: a ellos nadie les exige que tengan cuidado de la imagen de los demás hombres.