En Haití, además de ayuda exterior bien organizada y canalizada, y de solidaridad no interesada, los haitianos han de ser conscientes de que la principal ayuda ha de venir de ellos mismos. O jamás resolverán sus problemas.
Haití ya no ocupa tanto espacio en las primeras páginas, pero el drama de cientos de miles de haitianos es el mismo de hace días. En el ceremonial de confusión tras el terremoto, ¿quién aborda los problemas de los haitianos? Los inmediatos: techo, alimentación, asistencia médica y sanitaria… Y los otros: reparar errores (o canalladas) socio-económicos graves y sentar las bases para un país no fallido que permita a los haitianos vivir con dignidad, respetados sus derechos humanos.
Hace diecisiete meses, Haití también ocupó las primeras páginas de los rotativos del mundo porque un atroz huracán arrasó el país. Y hubo algunas donaciones millonarias y también promesas de donaciones millonarias que ahí quedaron. También considerables fallos en el reparto de la ayuda humanitaria, la necesariamente inmediata. De los millones de dólares prometidos, bastantes no llegaron o tal vez se perdieron por el camino, pero los ciudadanos que debían ser atendidos nunca lo fueron. ¿Se repetirá la astracanada?
“Sólo Dios nos puede salvar”, leemos que clama una mujer haitiana en una dramática crónica sobre la prolongación del desastre. Para la mujer, tal vez para muchos más, dios es el último recurso para no perder la esperanza del todo.
Para lo inmediato, lo próximo y lo futuro, es bueno contar con la solidaridad de los de fuera sin esperar demasiado. Sobre todo cabe contar con la ayuda de quienes no actúan para obtener beneficio ni renta alguna, política, financiera, mercadotécnica o publicitaria; probablemente, muchas organizaciones solidarias. Pero, sobre todo, los haitianos han de empezar a aprender a contar con ellos mismos.
Alejandro Nadal, profesor e investigador del Centro de Estudios Económicos de México, nos recuerda que el principal recurso para reducir la vulnerabilidad de la población afectada por un desastre es la propia población afectada. Esa población ya está en el lugar de los hechos, conoce bien las características del lugar (y sabe como aprovecharlas) y está comprometida con la seguridad y la atención de los suyos.
Quizás suene utópico proponer que lo principal para afrontar el desastre del terremoto y sus consecuencias sean los propios haitianos; esos haitianos que deambulan perdidos y necesitados por las calles de Puerto Príncipe o de otras poblaciones del país.
Pero también debió parecer utópico cuando unos cuantos ciudadanos se enfrentaron al corrupto e injusto sistema de aristócratas y reyes absolutos que duró hasta el siglo XIX. Acaso también se vieron como utópicos los primeros obreros que se organizaron para hacer frente a la feroz burguesía industrial en Europa y Estados Unidos desde finales del XIX e inicios del XX. Tal vez se consideró utópico que Gandhi viajara por la India (sólo con su palabra y su ejemplo) para sembrar que la India debía ser independiente del poderoso Imperio Británico. Quizás se vio utópico que los ciudadanos y ciudadanas plantaran cara a las corrompidas élites comunistas de los países del este de Europa… Hasta que cayó el muro de Berlín. Como desapareció el régimen absoluto, los obreros alzaron la cabeza y la India obtuvo la independencia.
Nada es fácil ni se consigue en tiempo breve, pero si algo nos enseñan los hechos pasados es que las situaciones establecidas de injusticia, los estados de canallada incesante, incluso las desgracias generales, empiezan a resolverse cuando quienes las sufren se deciden a enfrentarlas.
No sé decir cómo, pero estoy convencido de que Haití despegará cuando los haitianos decidan que despegue. Hay ejemplos cercanos. Bolivia, por ejemplo, ha dejado de ser el país más pobre de América del Sur, elogiada incluso por el nada generoso ni solidario Fondo Monetario Internacional, aunque Bolivia, afortunadamente, no haya seguido sus nefastas recetas neoliberales sino todo lo contrario.
Bolivia, presidida por Evo Morales, ha reducido su deuda exterior a la mitad y continuará cancelándola. Tiene en marcha planes razonables de industrialización y ha conseguido hasta hoy que una cuarta parte de sus casi diez millones de habitantes (sobre todo mujeres, ancianos y estudiantes) se beneficien de una mejor distribución de la riqueza del país con una vida sin hambre ni penurias. Una vida digna.
En Haití, además de ayuda exterior bien organizada y canalizada, y de solidaridad no interesada, los haitianos han de ser conscientes de que la principal ayuda ha de venir de ellos mismos. O jamás resolverán sus problemas.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor