En la manifestación del día 11, en Barcelona, cientos de miles de personas enarbolaron pancartas y corearon eslóganes pidiendo la independencia. El presidente Artur Mas había declarado su apoyo, y declaró –en inglés- que “se había abierto la puerta de la libertad para Cataluña”. Pronto se entrevistará con Rajoy, a quién se espera que le exija 5.000 millones, y eso que llaman “pacto fiscal”, y que es algo parecido al sistema privilegiado del País Vasco y Navarra.
Los independentistas están convencidos de que Cataluña es una nación que fue ocupada por España; de que tienen derecho a la autodeterminación; de que separarse de España les convertiría en un miembro más de la UE; y de que si se separan de España vivirán mejor, serán más ricos, más felices, y hasta más altos.
Vaya por delante mi respeto hacia los que desean que su región –o su pueblo, o su barrio- se convierta en un estado independiente. Cada uno sueña con lo que quiere, e idealiza sus sueños. Ahora bien, mi respeto se reduce ante la ignorancia, y desaparece ante el engaño, el dogmatismo, o el sectarismo en los que se basan esos deseos:
– Apelar a razones históricas para reclamar la independencia es tan inconsistente como si Romano Prodi reclamara para Italia la Península Ibérica, las Galias, y Britania; o como si España reclamara las Islas Filipinas.
– El argumento de que “Cataluña paga más de lo que recibe” podrían utilizarlo millones de ciudadanos que pagan más impuestos que sus vecinos que ganan menos. Cataluña no paga impuestos: los pagan los catalanes, igual que los valencianos, los aragoneses o los extremeños.
– Si Cataluña se independizara de España, quedaría fuera de la UE, tendría que acuñar moneda propia, crear su propio ejército, y dejaría de formar parte del mercado único, perdiendo además su principal mercado: el resto de España.
Durante 35 años los independentistas han utilizado la amenaza de la independencia para obtener del gobierno del Estado concesiones, privilegios, y competencias que se traducen en dinero y poder que administran y ejercen sus políticos. Pero no se les puede culpar únicamente a ellos. No habríamos llegado hasta esta situación si no hubiera habido sucesivos gobiernos de España que han ido transigiendo y cediendo, esperando saciar el infinito egoísmo nacionalista. Y éstos han aprovechado muy bien la angustia que en el resto de España produce su hipotética independencia. Quizá haya llegado el momento de terminar con esa angustia, y de dejar de ceder a un chantaje sin fin.
Creo que la separación de Cataluña sería mala para España, y peor para los catalanes. Cuando Europa converge hacia una unión mayor, parece insensato seguir el camino inverso. Desearía que los políticos nacionalistas dejaran de jugar con los sentimientos de los catalanes. Desearía que se impusiera la racionalidad, que todos juntos aprovecháramos lo mejor de unos y de otros. Pero si el proceso continúa, si una mayoría de catalanes prefieren dormir con la senyera aunque sean más pobres, si al gobierno de España le falta la energía para hacer cumplir la constitución. Si a pesar de todo se van… ¡buen viaje! y dejen de amenazarnos con que se van a ir.