Anoche vi un programa de entrevistas que hacía tiempo no seguía, bien por no estar en casa a la hora en que lo ponen, bien por incompatibilidad de caracteres y preferencias con la persona con la que vivo.
El tema principal era la corrupción, y me llamó la atención un caso concreto de corrupción que se dio en el municipio de Camas, provincia de Sevilla. Solo quiero comentar lo siguiente, de forma breve, del caso en concreto.
Había una concejala del ayuntamiento de dicho municipio a la que intentaron sobornar ofreciéndole jugosas “recompensas” por un voto positivo a una recalificación de un terreno. Esta mujer decidió ir a la policía a denunciarlo, y tras grabar una conversación con el empresario corruptor, fue al pleno, y su voto fue negativo. ¿Consecuencias? El proyecto paralizado, pues su voto era decisivo, unos sicarios pagados para romperles las piernas, y antes de que esto ocurriese una detención.
7 años después el juicio ha impuesto 15.000 euros de multa a los implicados, y penas de cárcel de 14 meses, es decir, ninguno debe entrar en prisión, y la cantidad de dinero que han de pagar es una insignificante minucia en comparación con lo que podrían haber ganado, y seguramente hayan hecho en otros negocios fraudulentos diferentes.
Cuando el presentador del programa pregunta a la interesada sobre lo que sus vecinos le dicen, ella contesta que una gran mayoría, aun a día de hoy, le sigue diciendo “si hubiera sido yo lo había cogido”.
Hasta aquí necesito relatar.
“Si hubiera sido yo lo hubiera cogido”. Esta declaración de intenciones no podría ser más clara. Sin duda, la mayoría, o al menos una gran parte, de los españoles, piensa esto. “Como hubiera podido, lo hubiera trincado”. También, un gran número de esos españoles que sin duda lo hubieran trincado, por las tardes toman cañas en sus parroquias habituales y codo con codo unos con otros, ponen verdes a los políticos de turno tachándolos de sinvergÁ¼enzas. Pero, obviamente, ellos lo hubieran trincado. Esos mismos que critican a quienes malversan fondos, a quienes aceptan sobres, no se dan cuenta de que son una proyección, en el fondo, del colectivo español a grandes rasgos. Nuestra sociedad está llena de pícaros que intentan aprovecharse de una situación que les entregue un gran amasijo de dinero de forma “altruista”, fácil y “desinteresada”. Pero todos después tenemos la desfachatez de criticar a aquellos que lo hacen, y mi pregunta es, ¿qué criticamos, la acción, o el no poder hacerlo nosotros?
No me equivoco al afirmar que nuestra sociedad cuenta con un número mayor de jueces del que por ley le corresponde, obviamente, éstos sin la toga distintiva. Pero, ¿no deberíamos antes de criticar ponernos en situación y ver si la mayoría de nosotros haríamos algo similar si tuviésemos la ocasión? Pensemos un segundo cómo nos comportamos, por ejemplo, en nuestros lugares de trabajo. ¿Usamos una impresora del lugar para imprimir un trabajo particular que necesitamos entregar en la universidad, o para nuestros hijos, gastamos tóneres, folios, bolígrafos? Y ahora reflexionemos. Si cambiásemos paquetes de folios por sobres llenos de billetes, ¿los tomaríamos? No seamos hipócritas con nosotros mismos, porque ese gran problema llamado corrupción se da de forma generalizada en países en los que, en el fondo, se acepta. No de cara a la galería, por supuesto, sino lo que es aún peor, lo llevamos en la sangre, lo interiorizamos.
Doy vueltas por el metro de Madrid, por la estación de Atocha, en la zona de Cercanías, y siempre, repito, SIEMPRE, veo a alguien que salta el torno. ¿Realmente no puede pagar el billete? Por supuesto que es caro, por supuesto que se malversa dinero de los impuestos, pero, ¿es ese nuestro problema? No. Nuestro problema es la frase “como yo hubiera podido, también lo habría trincado”.