Algunas de las estrategias que utiliza nuestra actual “democracia” para evitar la democracia real. Como era de esperar, el sistema se defiende. Es imprescindible saber bien cómo lo hace para combatirlo mejor.
1) Se trata de una revolución
Si consideramos lo que el propio diccionario de la Real Academia Española define como revolución, podemos considerar que lo acontecido a raíz del movimiento 15-M en España es, sin duda, una revolución, o por lo menos se le parece mucho. No se trata de simples protestas, ni de un simple movimiento ciudadano en pos de ciertas causas. Merece la pena incluir la definición completa (salvo aquellas acepciones que no tengan que ver con la sociedad humana) que aparece en dicho diccionario:
1. f. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. f. Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.
3. f. Inquietud, alboroto, sedición.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
En las plazas del 15-M las masas están activas, revueltas, propugnan cambios profundos políticos, económicos y sociales, están inquietas, alborotadas. Pero de forma pacífica y ejemplar. Si excluimos la palabra violento, usada en una de las acepciones del diccionario oficial español, sin duda, el propio diccionario nos está diciendo que lo que vemos, sobre todo quienes podemos asistir en vivo, tiene todas, o casi todas, las características de un movimiento revolucionario, del inicio de un proceso revolucionario. Incluso si violento se interpreta como “forzado”, “rápido”, “brusco”, de alguna manera también hay “violencia” en la Puerta del Sol y en el resto de plazas. Pero una violencia contra el sistema, no contra las personas. La única violencia contra las personas es la ejercida por el Estado que ya no sabe cómo parar esta revolución. Las masas “violentan” al Estado, incluso actuando, excepcionalmente, de manera ilegal. ¡Pero incumpliendo la legalidad mucho menos que el propio Estado! Lo que empezó a ocurrir con la toma de las plazas, es, como mínimo, todo un desafío de miles y miles de ciudadanos contra el Estado. Hay muchas formas de violencia, y no sólo la física. Violencia es también hacer algo en contra de la voluntad de alguien o algo. Las masas “violentaron” al Estado esa mágica noche anterior a la jornada de reflexión de las elecciones municipales de mayo de 2011, al desafiar la prohibición de la Junta Electoral Central, en un intento desesperado por parte del Estado de evitar lo que ya olía al inicio de una posible revolución. Nadie se movió de la Puerta del Sol, en la que no entraba ni un alfiler. El pueblo, la parte más consciente y comprometida de él, se mostró unido, firme, contundente, ejemplar, desafiando pacíficamente la violencia legal del Estado, enfrentándose a un Estado en el que ya no cree, al que se le ha visto el plumero. Enfrentándose de la única manera en que puede hacerse en cualquier época: con la unidad de las masas. Enfrentándose de la mejor manera posible en estos tiempos en que el Estado se ha visto forzado a intentar disimular su violencia (física también), a no usar toda la violencia física que desearía usar: pacíficamente, cívicamente.
Por si acaso, para protegerme de los manipuladores, que tanto trabajan estos días, diré claramente que estoy en contra de cualquier tipo de violencia, física o no física. Pero cuando el pueblo es oprimido, cuando se le condena a estar en manos de ciertas minorías, ¿no tiene el pueblo legítimo derecho a rebelarse? Quien tenga dudas al respecto que eche un vistazo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Alguien ha visto una revolución legal? Revolución es alterar el orden establecido, por tanto la legalidad vigente. Cuando, entre otros motivos, el pueblo percibe que lo legal no es lo justo, entonces surgen las revoluciones. En determinados momentos el pueblo no tiene más remedio que actuar ilegalmente. El Estado acapara la potestad de usar la ley o no. Todo desafío al Estado será siempre ilegal. El Estado lo declarará ilegal, aunque para ello tenga él mismo que atentar contra sus propias leyes más fundamentales. Y, si esto resulta insuficiente, siempre tendrá la posibilidad de suspender la legalidad vigente, de declarar el estado de excepción, interpretando la ley como se le antoje. Así pues, yo estoy en contra de toda violencia, pero no de la resistencia y el desafío, pacíficos y si es posible legales, a la legalidad injusta que atenta contra los derechos humanos más elementales. El Estado español intentó coartar en vísperas de unas elecciones “democráticas” el derecho a la libertad de expresión de miles de ciudadanos escudándose en sus confusas, ambiguas e incoherentes leyes. Hasta tal punto pueden así calificarse sus leyes, que ni siquiera sus máximos guardianes son capaces de ponerse de acuerdo sobre ellas. Pero es que sus leyes tampoco resisten el más elemental sentido común. ¿Por qué no pueden reunirse muchas personas para expresar sus opiniones sin orientar el voto hacia tal o cual partido, incluso hacia tal o cual opción? ¿Por qué los políticos pueden hacer campaña incluso el mismo día de las elecciones a favor del voto y miles de ciudadanos no pueden hacerlo a favor del no voto, ni siquiera expresar su descontento, plenamente justificado, con el sistema actual? En ningún momento nadie propugnó en la jornada de reflexión, en nombre de ninguna organización, en las plazas revolucionarias el voto por tal o cual partido, el voto nulo, blanco o la abstención. Y ese sistema que dice que eso atenta contra su ley electoral permite que los políticos, en cada jornada electoral, den la tabarra a los ciudadanos a través de los medios de desinformación masiva para que voten. ¿Es que no es una opción, igualmente de democrática, no votar? ¿Es que el ciudadano no tiene el derecho a no votar, a expresar su descontento mediante el boicot al show electoral?
Nuestra Constitución dice, en su artículo 21, textualmente:
1. Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa.
2. En los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes.
Bien, ya hemos visto que el único verdadero peligro de alteración del orden público proviene del propio Estado que el viernes 27 de mayo de 2011, intentó “limpiar” la plaÁ§a de Catalunya de Barcelona, limpiarla de “sucios” ordenadores, de “sucias” pertenencias personales (¿no era ilegal el robo?, ¿no decían que la propiedad privada es sagrada?), de “sucias” personas acampadas, que resistieron los “escobazos” sin levantar un dedo, demostrando ante todo el mundo que ellos no son antisistema, sino que el sistema es “antiellos”, “antitodos”, “anticasitodos”. Y es que para el Estado actual, la “ley” es en verdad la ley del más fuerte, sus fuerzas de seguridad salvaguardan la seguridad de las minorías que controlan al Estado y a la sociedad, contra el pueblo si es necesario. Esto no debe extrañarnos en un sistema donde todo está puesto del revés, donde la sociedad está al servicio del Estado, en vez de al revés, donde la sociedad está al servicio de la política, en vez de al revés, donde la sociedad está al servicio de la economía, también llamada mercado, en vez de al revés. Necesitamos poner el sistema del revés, puesto que está al revés. Nuestra Constitución es, por lo menos por lo que respecta a los derechos de los de abajo, papel mojado. Sin embargo, sí se cumplen a rajatabla aquellos artículos que tienen que ver con imponer el mercado (artículo 38) o con la impunidad de los de arriba (artículo 56). Nuestro Estado, nuestro sistema, tiene muy claras sus prioridades. Y entre ellas, desde luego, no está el pueblo, no está la democracia. La democracia real, reivindicada de manera tan ejemplar y de manera tan concreta por el movimiento 15-M, es una amenaza para nuestra actual “democracia”. ¿Puede existir mejor prueba del carácter antidemocrático de un Estado que el negarse a escuchar a quienes reclaman reformas democráticas?
El sistema actual se sustenta en una falsa democracia. Es realmente una dictadura del dinero, de las minorías opulentas, sobre el resto de la población. Una dictadura disfrazada, suave, sutil, pero una dictadura, una “dictablanda”, como decía Pinochet cuando se refería a la suya. Una dictablanda que, sin embargo, no dudará en tornarse dura si se ve en peligro, y si puede hacerlo, si puede ejercer su violencia física. Ya lo hace siempre que puede. Una dictablanda que unos cuantos ciudadanos ya han comprobado hasta qué punto ejerce su violencia física siempre que puede, parapetada por una prensa que no informa, o que apenas lo hace cuando no tiene más remedio. Una dictablanda que cada vez se delata más a sí misma. Si los demócratas usamos la estrategia adecuada, el Estado no podrá cumplir con su programa completo de defensa por la violencia física. La ejercerá siempre que pueda, como ya hemos visto, pero si el pueblo reacciona como debe hacerlo, como sólo puede hacerlo, es decir, respondiendo masiva y pacíficamente, el Estado no podrá usar la violencia con toda la contundencia que desearía, que necesita. El capitalismo, la dictadura del capital, de los mercados, de los banqueros, de los grandes empresarios, se apoya, sobrevive, por las apariencias democráticas, por la oligocracia disfrazada de democracia. Sin esta oligocracia, la oligarquía no puede gobernar en la sombra. En mi pequeño libro Las falacias del capitalismo intento quitarle la careta al sistema capitalista y mostrar su auténtico rostro. A él remito al lector para no extenderme demasiado en el presente trabajo.
La combinación de factores objetivos (la crisis actual) y de factores subjetivos (la concienciación que ha posibilitado Internet, el talón de Aquiles del actual sistema, que ha roto el monopolio de las ideas, que ataca al pensamiento único) ha posibilitado que cada vez más gente, aunque todavía no la mayoría, haya podido ver con claridad que “lo llaman democracia y no lo es”. Cuando miles de personas se juntan en el centro de la capital de un Estado para proclamar en voz bien alta, en vísperas de unas elecciones “democráticas”, que no tenemos democracia, que “no nos representan”, que “no somos antisistema, el sistema es antinosotros”, que “sabemos lo que falla: el sistema”, que “el pueblo unido jamás será vencido”, ¿no están las masas declarando la “guerra” (de manera pacífica) al sistema? Cuando uno ve la plaza llena de carteles reivindicativos de todo tipo que critican al propio sistema, que piden “¡Democracia Real ya!”, que dicen que “Revolución no es botellón”, que dicen bien en grande “Cambio de régimen, sin miedo, por el pueblo”, ¿no están esas personas empezando una revolución? Si no es así que me explique alguien qué demonios es una revolución. Si entendemos que una revolución social busca, y a veces logra, cambios más o menos profundos, más o menos inmediatos, del sistema político y económico, entonces no nos queda más remedio que llamar a lo acontecido a raíz del 15-M como una revolución. Estamos en los inicios de una revolución que, probablemente, aunque esto nunca se sabe seguro, será larga, que no logrará cambiar el sistema rápidamente, que tendrá altibajos, momentos en los que parecerá que el fenómeno ha muerto, y momentos en los que se intensificará. Probablemente, será una lucha a largo plazo y de irregular intensidad. ¡Pero es que todas las revoluciones han sido más o menos así!
El movimiento 15-M ha hecho un ataque frontal, pero muy inteligente, al corazón del sistema. Dicho ataque ha sido exitoso por la estrategia desarrollada que, desde luego, no parece fruto de la improvisación. La cosa estaba más preparada de lo que aparentaba. Sin embargo, mucha gente tiene una visión demasiado simplista de lo que es una revolución. Creen que una revolución dura siempre unos pocos días. Que, de repente, las masas toman el poder y cae un gobierno o régimen. Esto no siempre ocurre así. Basta estudiar un poco las principales revoluciones de la historia. Las revoluciones no tienen realmente un día en que se declara oficialmente inaugurada ni un día en que se declara finalizada. Tienen ciertos días especiales, desde luego, pero no puede asociarse una revolución a dichos días sólo. Las revoluciones son procesos muy complejos que duran muchos años. Son los acontecimientos históricos más complejos (y más interesantes) de la sociedad humana. Entran en juego muchos factores que se interrelacionan de forma compleja. Muy someramente, sólo puede producirse una revolución si se da cierta combinación de factores: objetivos (necesidad de cambios sociales) y subjetivos (conciencia, organización, estrategia), espontaneísmo de las masas y vanguardias más o menos organizadas, más o menos visibles, teoría revolucionaria y práctica revolucionaria,…. Si la historia humana es dialéctica en acción, las revoluciones son dialéctica hiperactiva. Asimismo, ninguna revolución tiene un resultado asegurado único, ni una sola manera de producirse. Las revoluciones nacen, crecen y triunfan, o mueren, de diversas maneras. Como cualquier cosa que tiene que ver con la sociedad humana cambiante, las formas de las revoluciones cambian con el tiempo. Hay mucha gente que piensa que las revoluciones del siglo XXI serán exactamente como las de los siglos anteriores. Toda revolución se atiene a ciertas leyes más o menos generales, que traspasan fronteras y épocas, pero las revoluciones dependen también del espacio y del tiempo, al menos en gran parte. El fondo de la cuestión permanece más o menos igual, pero no así las formas.
Si en Egipto o Túnez, donde se pedían cambios de régimen, o “simplemente” cambios de gobiernos, las protestas masivas fueron declaradas en general como revoluciones, ¿cómo puede declararse las protestas masivas que piden cambios del sistema, y no sólo de gobiernos en España? Aquí, por ahora, no han sido tan masivas como en esos países (ninguna revolución lo es en verdad en sus inicios), pero nunca hasta ahora se había cuestionado el sistema de manera tan masiva en este país. Esto es sólo el principio del cuestionamiento y de la lucha contra el sistema actual, el cual tarde o pronto agudizará aún más sus contradicciones, por su propia lógica de funcionamiento. Es en parte lógico que las protestas en España aún no hayan sido tan masivas como en los países del Magreb. Aquí la gente no está tan mal, por ahora. Aquí tenemos un disfraz más elaborado de la oligocracia. Los pueblos árabes que han sufrido dictaduras sin disfraz, o con apenas disfraz, lógicamente, se conformarán con las dictablandas del tipo occidental. Pero en los países que ya conocen en qué consiste la falsa democracia capitalista ya no nos conformamos con ella. Los árabes reivindicaban la democracia porque tenían dictadura. Los españoles reivindican la democracia real porque ya conocen la “democracia” formal. Los islandeses ya lo han visto claro y están en ello, están logrando ciertos cambios sistémicos importantes. En unos casos, en los países árabes, se reivindica el derecho a votar, en los otros, en Europa, se reivindica que dicho voto sirva para algo. Si lo ocurrido en Egipto o Túnez puede ser calificado como revoluciones, que salvo milagros, mejor dicho, si sus respectivos pueblos no lo remedian, sólo “perfeccionarán” las dictaduras existentes, ¿por qué no decir claramente que lo ocurrido en España, que pretende pasar a mejor vida toda dictadura, es revolucionario? Me reafirmo en lo ya dicho, yo no tengo miedo de decirlo claramente, el movimiento iniciado en España es mucho más revolucionario que las revoluciones recientes en nuestros países vecinos árabes, incluso que el famoso mayo del 68 francés. Nosotros ahora sabemos lo que queremos, nosotros concretamos, sabemos que es necesario, que es posible, aquí y ahora, una democracia real. El germen de la revolución social ha empezado a florecer en Iberia y ya se está propagando por Europa. Tal vez, incluso llegue a Norteamérica donde la conflictividad social está aumentando.
De hecho, en el momento de escribir estas líneas, ya ha empezado a cundir el ejemplo español en Grecia y en Italia, y se preparan nuevas protestas al estilo del movimiento 15-M en varios países europeos. La #SpanishRevolution va transformándose en la #EuropeanRevolution. Es evidente que el espíritu revolucionario está traspasando fronteras, como no podía ser de otra manera en este mundo nuestro tan globalizado. Del Magreb la revolución ha cruzado el Mediterráneo y se propaga rápidamente por Europa. El caso español ha marcado un importante cambio cualitativo: se trata ahora de países supuestamente democráticos los que reivindican una democracia real, y la ciudadanía se ha organizado desde abajo, mediante las redes sociales de Internet, al margen de cualquier partido u organización preexistentes. Estamos, sin duda, ante un nuevo tipo de revoluciones: las revoluciones del siglo XXI, de la era digital.
Por otro lado, el movimiento 15-M se generaliza, se extiende a más plazas del Estado español (aunque esto es ocultado o suavizado por los grandes medios para no realimentar la Revolución), se convocan más manifestaciones para los próximos días, se convoca a la ciudadanía para participar en asambleas populares en los distintos barrios de las ciudades, activistas entran en algunas televisiones para denunciar la manipulación de los medios de comunicación, etc., etc., etc. Se trata, repito, sin duda, de un ataque sistemático contra el Estado, contra el sistema. Y esto no puede ser calificado de otra manera que como revolución. Estamos ante una revolución pacífica, plenamente justificada. Poco importa en verdad cómo denominemos el inédito fenómeno que está ocurriendo en todo el Estado español. Lo verdaderamente importante es que, por fin, ha empezado la lucha contra el sistema a gran escala. Lo realmente crucial es seguir luchando, y tener claros los objetivos y los métodos a emplear. Aunque no lo llamen revolución, muchos de nosotros sabemos que lo es. También lo llaman democracia y nosotros sabemos que no lo es.
2) El sistema se defiende
Así como mucha gente duda del carácter revolucionario del movimiento 15-M, incluso algunos supuestos “profesionales” de la revolución (políticos antisistema, intelectuales anticapitalistas, periodistas de la prensa alternativa), por el contrario, el Estado, el sistema, es perfectamente consciente de la gravedad de la situación. Á‰l sí ha percibido muy bien el peligro que supone la Spanish Revolution. Y, desde luego, desde el primer momento en que fueron conscientes de dicho peligro, quienes controlan nuestra sociedad, se pusieron manos a la obra. ¡No dudemos de esto! Dudar de esto sería mostrar mucha ingenuidad e infravalorar al enemigo. ¡Si reprimen las acampadas es porque saben que no son simples acampadas! No es peligroso que unos cuantos miles de personas salgan unas horas a manifestarse a la calle, incluso contra el sistema, si luego vuelven tranquilamente a sus casas y la vida sigue igual, es decir, el sistema sigue igual. Si, además, se controla los medios a través de los cuales la gente se “informa”, entonces no hay serios motivos para preocuparse. Incluso es sano para el sistema, es decir, para su disfraz de “democracia”, el permitir manifestaciones de todos los signos, incluso “antisistema”. Si estas manifestaciones derivan en violencia, mejor que mejor, el sistema puede presentar ante la sociedad lo que significa, según él, ser “antisistema”: violencia absurda, rebeldía sin causa. Así, los ciudadanos que son, sin saberlo muchos de ellos, “antisistema”, se vuelven, muy a su pesar, y sin percibirse, “pro-sistema”. Así, el sistema, que es “antiellos”, se justifica ante las masas. No hay alternativas. O el orden actual (antisocial) o el caos. La violencia beneficia al Estado burgués, por esto éste procura provocarla. El Estado oligárquico se sustenta en la violencia. No puede haber peor estrategia que luchar contra el actual Estado con la violencia.
Por supuesto, también pueden eliminarse de las informaciones emitidas a la ciudadanía aquellas reivindicaciones más peligrosas para el sistema, puede suavizarse el carácter más o menos revolucionario de una manifestación. En el caso de “¡Democracia Real ya!” lo tuvieron un poco más difícil, pero los profesionales de la manipulación tienen sus recursos. Llevan años y años manipulando, lo que no se esfuerzan en informar o en investigar (el periodismo de investigación es apenas un recuerdo entre muchos profesionales del cuarto poder), se esfuerzan en manipular. Por algo mucha gente en la Puerta del sol no quería colaborar inicialmente con los medios que querían hacerse eco del histórico evento de esa noche del 20 de mayo de 2011, por algo uno de los lemas más coreados era “manipulación en la televisión”. La gente está harta de la manipulación sistemática en los grandes medios. Siempre puede decirse que unos cuantos miles, o cientos de personas (la guerra de cifras es muy útil para restar fuerza a una protesta potencialmente peligrosa), “se manifestaron a favor de lo que ellos consideran una democracia real”. Sin que sepan los comunes mortales que, ingenuamente, aún creen en los medios de comunicación de masas “plurales”, que aún piensan que una mentira repetida mil veces es verdad (¡si Goebbels levantara la cabeza!), que aún creen que si todos los medios dicen que la Tierra es plana, es que no puede ser más que plana; sin que, decía, sepan dichos ingenuos ciudadanos, que todavía no han podido probar el sabor del contraste que posibilita la prensa alternativa de Internet, por qué dicen los manifestantes que ahora no hay democracia y qué creen ellos que debería hacerse para que la haya. Esto es realmente lo peligroso: permitir que los enemigos del sistema argumenten, expliquen concretando. Siempre queda el recurso de preguntar a varios de los manifestantes y quedarse con la declaración que menos diga o que peor diga, la más inofensiva de todas, pero que aparente cierta “radicalidad” (como echar la culpa a los banqueros, pero no al sistema, que puede cambiarse de tal o cual manera concreta). Siempre puede sacarse “explicaciones” a medias (¡cómo les encanta a los manipuladores cortar las frases!, no hay tiempo para que alguien explique por qué no hay democracia o cómo puede mejorarse, pero sí para que cualquier testigo que no ha visto nada pueda explicar con pelos y señales cómo fue asesinado tal o cual desgraciado). En la tele la ley de leyes es hablar mucho para no decir nada. ¡No va a ser menos cuando se cuestiona al propio sistema, en el cual el cuarto poder es uno de sus pilares esenciales! ¡Periodismo real se reivindica también desde las plazas de las Soluciones! La revolución no será televisada, al menos como tal. Si así es, el sistema está fallando, el sistema se ha visto sorprendido. Los medios no van a retransmitir lo que pone en cuestión a todo el sistema, incluidos ellos mismos. Por lo menos van a hacer todo lo posible para no retransmitir, ni hacerse eco de la revolución. Y si no tienen más remedio que retransmitirla, entonces procurarán que tan sólo parezca una protesta, como tantas y tantas que han ocurrido antes. ¡Pero estas protestas, como cualquiera que las viva en directo sabe perfectamente, no tienen antecedente en nuestro país! No al menos en décadas. Los cánticos coreados no son cualesquiera, cuestionan esta “democracia”. Los medios, a pesar de sus tácticas de desinformación, tienen cada vez más difícil ocultar la verdadera naturaleza y magnitud del movimiento 15-M.
El sistema puede soportar cierta presión, pues es flexible, y, precisamente, su flexibilidad le hace sobrevivir más (la cuerda se rompe menos que la barra rígida). El sistema tiene controlada a la mayor parte de la ciudadanía, tiene controlada la situación, y esto es lo más eficaz e inteligente de estas oligocracias, sin que apenas se perciba la mayoría de la población. Pero nada es perfecto. El control tampoco. El cuestionamiento a gran escala del sistema se acaba de inaugurar. Y es que han empezado a perder el control que ostentaban. Cuando las protestas no se acaban y se hacen persistentes, recurrentes, generalizadas, entonces la presión ya empieza a no gustar, ya empieza a ser una seria amenaza. Cuando cometen “errores” tan elementales como la brutal carga en la plaza de Catalunya del viernes 27 de mayo, es que el sistema está realmente nervioso. Si tuviéramos que decir en qué momento preciso empezó a hacer camino la Revolución española del siglo XXI, podríamos dudar, podríamos pensar que ya se andaba gestando en la Red desde hacía cierto tiempo, que empezó cuando la gente desafió masivamente al Estado represor que no pudo ejercer su represión en forma de ley electoral (sí, esa misma ley que incumple el principio elemental de toda democracia, “una persona, un voto”), pero yo no puedo evitar pensar en aquellos primeros jóvenes que decidieron dar continuidad a las protestas acampando en la Puerta del Sol. ¿Por qué? Porque se enfrentaron solos al Estado, como tantos otros en otras ocasiones. Un Estado que no dudó, que nunca duda en cuanto tiene la ocasión, en mostrar su auténtico rostro, que los reprimió por la fuerza bruta sin contemplaciones. Existe un manifiesto donde los detenidos esos días denuncian la brutalidad policial (¿no tiene interés esto para la ciudadanía, señores “periodistas” de los grandes medios?). Y sobre todo porque así, esos “héroes”, mejor dicho, héroes, vamos a decirlo sin comillas, porque quienes se enfrentan al poderoso pacíficamente, por el bien de ellos, pero también por el bien de todos, no pueden ser calificados de otra manera; esos héroes anónimos, decía, transformaron la protesta en revolución. Porque, en el fondo, una revolución no es más que protestas masivas populares sostenidas en el tiempo con el objetivo de producir cambios en el sistema vigente. En el momento en que las protestas pasaron de ser temporales a permanentes, puntuales a generalizadas, se dio el salto cualitativo. Este salto es fundamental, es lo que caracteriza a una revolución. Como se dice en la dialéctica, la cantidad se transformó en calidad.
La ejemplar resistencia pacífica de los ciudadanos catalanes frente a la brutal, injustificada (al menos cara a la galería, pues la justificación es evidente: el Estado de esta falsa democracia no puede consentir un movimiento que reivindica más democracia), y desproporcionada violencia “legal”, sin duda, supondrá otro hito importante, crucial, en esta revolución que acaba de lanzarse al camino. Una revolución pretende cambiar el sistema luchando de manera sostenida, ejerciendo una presión persistente contra el Estado, intentando de manera continua, pero con altibajos, lógicamente, concienciar al resto de ciudadanos para que se sumen a dicha lucha. Todas estas características las cumple el movimiento que se inició el 15 de mayo de 2011. Fecha que, independientemente, de cómo acabe todo esto, ya ha pasado a la historia. Insisto, independientemente de las formas que adopte, una revolución es una lucha sostenida de cierta envergadura contra el sistema establecido, en la cual ya no puede decirse que participan cuatro gatos. Revolución es lucha a gran escala sostenida para cambiar en primer lugar el Estado. Pero toda revolución, como todo en la vida, necesita crecer o puede morir prematuramente. La Revolución española del siglo XXI ha comenzado. Ášsese el término que se desee para calificar la nacida en el Estado español.
Yo no soy nacionalista, ni unionista ni separatista, si bien respeto el derecho de autodeterminación de los pueblos y de las personas. Considero que lo más importante es la soberanía popular. No me importa pertenecer a un Estado u otro, con tal de que realmente haya democracia en tal Estado. Yo soy de donde estoy. Lo verdaderamente primordial para mí es que podamos vivir dignamente, en un sistema donde todos tengamos las mismas opciones de sobrevivir y vivir, donde todos nos respetemos unos a otros. Pero comprendo, y respeto, que haya gente que no piense como yo, que necesite sentirse de cierto lugar, que luche por su nación, se llame ésta como se llame. Siempre que luche de manera pacífica y democrática. Si alguien tiene una mejor manera de denominar a la revolución nacida en todo el Estado español, pues que la proponga. Lo importante es que ha surgido en el Estado llamado actualmente España. Los lacayos del sistema disfrazados de “antisistema” se agarrarán al calificativo española para combatir esta revolución, sin explicar cómo va a triunfar una revolución en todo el Estado si no es apoyada en todas las regiones o naciones que lo componen. Intentarán usar el nacionalismo para dividir a los revolucionarios, para que no pueda prosperar en todo el Estado, para que aquellas zonas de tradición más combativa no se sientan identificadas con la revolución que nació, para bien o para mal, objetivamente, en el centro de Madrid, pero que no pertenece a los madrileños, pertenece a todos. ¡Si es necesario hasta son capaces de recurrir al fútbol, a la estúpida rivalidad entre Madrid y Barcelona! ¡Todo vale con tal de desarmar a la revolución recién nacida! ¡Hasta se “limpian” los campamentos revolucionarios en nombre del fútbol! Pero cuando el pan empieza a escasear el circo deja de ser tan eficaz. ¡Vete a saber si la legalización a última hora de la izquierda abertzale en Euskadi se hizo para que allí los vascos no se apuntasen a la revolución que tal vez ya sabían latente, que ya sospechaban como posible! Yo no puedo evitar sospecharlo. Pero no puedo demostrarlo. Y que conste que yo no estoy en contra de dicha legalización, que yo estoy en contra de la actual ley de partidos.
La derecha más inteligente, el PSOE, hace su papel. Como la menos disimulada, el PP, hace el suyo en este teatro de democracia que montaron en la “transición”. El partido del capital, el partido único de facto, el PPSOE, sabe muy bien lo que hace, más de lo que parece, aunque se está viendo desbordado por la situación revolucionaria. Ha infravalorado a su enemigo. Ya empieza a ser consciente de la seriedad de esta Spanish Revolution. En mi opinión, el “error” de la carga policial recién acontecida en Barcelona no fue un simple error de un inexperto nuevo Conseller, fue un tanteo premeditado por parte del Estado y sus tentáculos, como las actuales Comunidades Autónomas, para ver cómo reacciona el enemigo, para intentar acojonarlo, para desanimarlo, para cansarlo, para provocarlo, además de para quitarle su infraestructura informática. ¡Cuando daño está haciendo Internet a las oligocracias! A por la Red van a ir, a por ella están yendo ya. La ley “Sinde” es sólo el principio. El aparente caos de nuestro sistema no lo es en verdad tanto. Las minorías dominantes intentan contener el caos a que condena el anárquico sistema económico capitalista a la sociedad. Las medidas que toman el poder económico y su lacayo, el político, no son improvisadas, no son tan erráticas como nos las presentan. Pero tampoco están exentas de errores, como así ocurre en cualquier guerra donde los bandos enfrentados discuten largo y tendido en sus respectivos cuarteles generales las tácticas y estrategias a emplear. Las apariencias engañan, como muy bien sabemos quienes denunciamos que “lo llaman democracia y no lo es”. El teatro está siendo descubierto. Tal vez estemos asistiendo a su último acto. Difícil de demostrar todo esto que digo, yo no puedo hacerlo. Pero también difícil de no sospecharlo ya a estas alturas, yo, como tantos otros, no puedo evitarlo.
El caso es que la Revolución en Euskal Herria, por ahora, no ha calado mucho. Asimismo ocurrió con las huelgas generales recientes que no coincidieron en el País Vasco y en el resto del Estado. El nacionalismo separatista, en estos casos, le ha venido muy bien al Estado monárquico español, pues ciertas zonas tradicionalmente combativas se han mantenido, por el momento, bastante pasivas, pues la unidad no ha sido la que tenía que haber sido entre los trabajadores y ciudadanos de todo el Estado. Sólo es posible derrotar al enemigo si se lucha de manera unitaria. ¿No cuadraría esto con la actual ley electoral que da excesiva importancia a ciertas fuerzas nacionalistas en las instituciones estatales? ¿No le ha servido el nacionalismo periférico al Estado central post-franquista para desactivar a la izquierda más combativa estatal? ¿No le está siendo útil en estas horas peligrosas para él? ¿Cuándo se darán cuenta los vascos que se necesita una democracia real en todo el Estado, al cual por ahora pertenecen, para lograr que todas las comunidades o naciones puedan elegir libremente su destino, dentro o fuera del Estado actual? ¿De verdad creen que el actual Estado con su falsa democracia permitirá la autodeterminación de ninguna de sus partes? La democracia real no es una cuestión puramente española, atañe a toda la ciudadanía mundial. De poco sirve la soberanía nacional sin soberanía popular. Las miles de personas que abarrotaron la Puerta del Sol en la noche del 20 al 21 de mayo de 2011 eran muy conscientes de que estaban viviendo un momento histórico. En muchas ciudades del Estado muchos ciudadanos están luchando ejemplarmente. En Terrasa, en Barcelona, por ejemplo, se ha producido una de las mayores acampadas. Barcelona, tras la carga policial del día 27 de mayo, tiene visos, por fin, de compartir capitalidad revolucionaria con Madrid (como no podía ser de otra manera).
El Estado, que sabe que está siendo atacado, se defiende, como siempre así ha sido en cualquier lugar y en cualquier época. Si el pan y circo sirvió para intentar evitar la revolución, se intentará usar para matar cuanto antes la recién nacida revolución. Esta ley de las revoluciones sí que es indefinida, impepinable. Nunca el poder ha cedido el poder por su propia voluntad, siempre ha sido necesaria la presión sostenida desde abajo. Sin suficiente presión no hay cambios dignos de interés. Lo que cambian a lo largo de la historia son las formas en que el pueblo lucha contra las minorías que lo oprimen, como también cambian las formas de opresión. El primer, y último, recurso del Estado es la violencia física. El ejército y los cuerpos de seguridad del Estado están para salvar al Estado, incluso en contra de sus ciudadanos si no hay más remedio. Este método de la represión violenta, la razón de la fuerza física, funciona bien cuando quienes se enfrentan al Estado son pocos, están dispersos, o le dan una excusa perfecta al Estado para ejercer su deseada represión: protestar de manera violenta, usando la razón de la fuerza en vez de la fuerza de la razón. Funciona bien porque o bien la opinión pública no conoce dicha represión (cuando la sufren unos pocos sin testigos) o bien es justificada por la supuesta defensa contra “radicales violentos”. Los manifestantes del 15-M ejercieron su derecho a la protesta de manera pacífica, salvo cuatro gatos (vete a saber si pagados). No digo nada nuevo si digo que en la historia ha habido muchos casos, incluso documentados, de provocadores a sueldo del Estado para reventar manifestaciones desde dentro y así poder reprimirlas mediante el método que más le gusta al Estado, mediante el más contundente y rápido: el garrote. No digo que esto haya ocurrido esta vez también, pero ha ocurrido muchas veces y todos debemos preguntarnos a quién beneficia dicha violencia innecesaria. Las imágenes de la PlaÁ§a Catalunya de Barcelona del 27 de mayo hablan por sí solas. En este caso no han podido ni siquiera disimular la violencia estatal. Todos hemos visto cómo ponen “orden” las fuerzas del orden. Y es que el orden que le interesa al Estado no coincide con el orden social. Es el orden establecido, es decir, el statu quo de las minorías dominantes el que hay que salvaguardar.
Los primeros acampados de Sol sufrieron la violencia física policial en primera persona, pero se resistieron de forma pacífica, de la mejor forma que puede uno resistir frente a la fuerza bruta. Y esto le dio alas al movimiento. Como los resistentes de la plaÁ§a de Catalunya acaban de hacer también. Toda resistencia pacífica frente a la brutal represión es un paso adelante rumbo a la democracia real. La indignación, por culpa de la cual mucha gente salió a protestar contra el sistema actual, se disparó y superó al miedo. Se produjo un efecto rebote: pocas horas después la Puerta del Sol fue invadida por miles de acampados y se estableció la “Comuna de Madrid”, pocas horas después de la masiva carga policial indiscriminada en la PlaÁ§a Catalunya, ésta fue invadida por miles de ciudadanos todavía más indignados. El Estado, cuando se ve desbordado por las masas, ya no puede seguir ejerciendo la violencia directa y desnuda. Los eventos ya tienen demasiada publicidad, ya hay demasiada gente que reprimir. En la Puerta del Sol de Madrid, más difícil de tomar por parte de las fuerzas policiales, pues es mucho más cerrada que la plaza barcelonesa, la represión violenta de los recién acampados sólo podría haberse hecho mediante un auténtico campo de batalla en pleno centro de la capital (¡y en vísperas de unas elecciones!, el momento elegido para iniciar la revolución fue muy bien escogido). Un periodista, que no es más que un trabajador más, me refiero al currito al que le dictan lo que hay que hacer o decir, puede soportar mentir o manipular por el bien de su familia o para pagar su hipoteca, pero ante la violencia despiadada del Estado, dicho periodista, que al fin y al cabo es un ser humano, corre el grave riesgo de indignarse y sacar el auténtico periodista que hay dentro de él e informar realmente, aunque sea entrelíneas para conservar su puesto de trabajo, de lo que sucede en cualquier plaza tomada por la violencia más despiadada y masiva del Estado. Como así ha ocurrido en la represión violenta en Barcelona: incluso los periodistas de los medios del régimen se indignaron y hablaron entre líneas. Todos, o casi todos, somos, unos más que otros, es verdad, capaces de comportarnos dignamente, al menos en determinados momentos. Por otro lado, a la mayoría de los mismos periodistas, que son, al fin y al cabo, trabajadores, les interesa también una democracia real en la que puedan hacer un periodismo real. ¡La democracia verdadera interesa a la inmensa mayoría de la población! No puede descartarse que algunos trabajadores de los medios de desinformación masiva eludan la censura en determinados momentos, que logren filtrar ciertas informaciones, que logren informar entre líneas. Y esto es especialmente posible cuando el sistema se ve atacado por sorpresa, cuando ocurren sucesos fuera de guión o cuando el sistema se “supera” a sí mismo en su lógica represora. ¡Compañeros periodistas de los grandes medios, tenéis ahora una gran responsabilidad!
Tras el efecto rebote producido al disolver por la fuerza los primeros campistas de la Puerta del Sol, y más en vísperas de unas elecciones, el Estado no podía ya ejercer su habitual hoja de ruta represora. Había que seguir reprimiendo, pero de otra manera. Había que cambiar de estrategia. Había que pasar a la segunda fase. Si la violencia física es la primera, y última, muralla de defensa del sistema, entre medias hay unas cuantas más. La más importante es la ley. Había que declarar ilegal la revolución que estaba pariendo la Puerta del Sol, que, por ironías del destino, en su mismo nombre nos mostraba el amanecer revolucionario. En ella el Sol revolucionario brillaba por primera vez, ella nos mostraba la Puerta hacia otro sistema. ¡Pero es que las rebeliones, las revoluciones, no entienden de legalidades! Atienden a una ley superior a las leyes de cualquier Estado: los derechos humanos. El ser humano tiene derecho a rebelarse contra la injusticia, contra la opresión. Tiene derecho a indignarse. Más, si cabe, si no conculca los derechos humanos fundamentales de otros seres humanos, si practica la no violencia. No puede evitarse incumplir, aunque sólo sea en una pequeña parte, la ley en una rebelión popular, pues la rebelión contra el orden establecido es el incumplimiento del orden establecido, por lo menos en algunos momentos. Y, esa “Justicia”, que tan lenta es para tantas cosas, rápidamente se puso manos a la obra. Pero, dado que la ley es premeditadamente confusa para que el pueblo no la entienda, o le cueste entenderla, ¡ni los propios máximos intérpretes se aclaraban entre sí sobre lo que decía la ley respecto a este tipo de situaciones! Y decidieron declarar ilegal toda concentración popular el día de la jornada de reflexión. Acordes con el espíritu de la sociedad antisocial (“nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”, ¡qué gran lema!), se declaró ilegal la reflexión social. El pueblo no tiene derecho a expresarse en público aunque no incumpla la absurda ley que declara un día de reflexión, esa misma ley que ataca a la esencia de la democracia haciendo que unos votos valgan más que otros. La ley decía que ninguna organización puede hacer campaña en el día de la “reflexión”. ¡Pero es que ninguna organización había organizado la acampada masiva en la Plaza de la Solución! Sin embargo, sus señorías, decidieron poner una ambigua ley electoral por encima de la propia Constitución del país, de la ley de leyes, e impedir la libertad de expresión de los ciudadanos en nombre de una ley que no decía, al menos claramente, lo que sus majestades de la “Justicia” interpretaron (de ahí sus grandes discrepancias). ¿Hace falta ser un experto para percatar la incoherencia deslumbrante de la “Justicia” en este país? Esta “Justicia” la entiende hasta un niño de cuatro años. ¡Qué me traigan ahora mismo un niño de cuatro años! Como diría Marx, el Groucho, no el otro.
Ante esta absurdez, las masas respondieron con valentía, determinación y coherencia, algo propio de cualquier episodio revolucionario, en el cual el orden establecido ya no impone respeto moral a las masas. Ese día en que las masas en pleno centro de la capital se declararon insumisos, ese día, podemos decir que la revolución tomaba, por fin, forma. Ese día la sociedad española parió la nueva revolución, la cual se llevaba ya gestando desde hacía unos cuantos meses, sino años. El Estado sólo pudo ejercer, por lo menos temporalmente, su violencia psicológica, pero no la física. Sólo pudo jugar con la amenaza, con el miedo. La derecha más extrema y rancia, presa aún de su mentalidad abiertamente franquista, pedía la represión, el inmediato cumplimiento del respeto a la autoridad. ¡Pero es que las masas perdieron el respeto a la autoridad! Esto es típico en cualquier revolución, la cual es, en primer lugar, un desafío a la autoridad. Por supuesto, la gente en la plaza de la Revolución tenía algo de miedo ante la posible intervención policial, pero ese miedo fue superado por lo absurdo de la ley en nombre de la cual se quería coartar el inalienable derecho de un pueblo a indignarse, por la magnífica organización del hecho revolucionario, es decir, por el hecho de que no hubiera ninguna organización responsable del mismo, y sobre todo por el grandísimo número de personas que invadían la plaza y las calles de los alrededores. Esta primera batalla la ganó el pueblo. Y la ganó porque se mantuvo unido, firme, porque superó su miedo. La fuerza del pueblo es su unidad, su número, su indignación. En la plaza no entraba nadie más. No podían entrar ni los furgones de la policía. No podían detener a ningún responsable porque no lo había. Si ellos usan su ambigua ley para atacarnos, nosotros podemos usarla para defendernos. Su calculada ambigÁ¼edad, se vuelve contra ellos. Debemos recurrir a nuestra verdadera fuerza: la unidad de las masas pacíficas. ¡No podían detener a toda la plaza! ¡No podían multar a nadie!
El Estado, consciente de la situación, no sin seguras discusiones en su cuartel general (podemos estar seguros de que al gobierno, al régimen, lo único que le preocupaba era la situación en la Puerta del Sol, y no unas elecciones cuyo resultado estaba cantado desde hacía tiempo y cuyos resultados, como siempre, no iban a cambiar las cosas), debió adoptar otro tipo de medidas. Sin embargo, el ataque contra él fue tan sorpresivo que no pudo evitar que mucha gente viera que algo gordo se cocía en la plaza central de Madrid, y no precisamente el paso de un año a otro. Los medios de desinformación, que llevaban una semana ejerciendo su labor, la cual es su razón de ser, de manipular los hechos, se vieron también desbordados por los acontecimientos. Esta revolución pilló por sorpresa al sistema y éste no supo cómo contenerla porque la manera en que se hacía no estaba programada, estaba fuera de guión. Aquel “periodista” que se atrevía a preguntar a los ciudadanos que hacían historia esa noche en Sol, obtenía respuestas difíciles de controlar (¡gajes del directo, de ese directo que casi ha desaparecido de las teles de nuestro país!), incluso hubo que inventarse ciudadanos “indignados” y montar entrevistas falsas en los siguientes días. ¡Pero ni siquiera así! Por mor de la competencia entre los medios (¡esas contradicciones del capitalismo!), dada también la desorientación general existente en los ejércitos (también mediáticos) del sistema, algunos medios empezaron a decir, eso sí con cierto miedo, con la boca pequeña, que estábamos viviendo momentos históricos, que se trataba de una revolución, de una “Spanish Revolution” (para ser un poco más suaves). Poca gente tenía dudas en la misma plaza donde se paría la nueva revolución de lo inédito y trascendental del hecho que se estaba viviendo.
Sin embargo, el Estado, que es poderoso, cuyo poder es aún mayor en nuestros tiempos por ser poco visible normalmente, puso sus resortes a funcionar a tope en los siguientes días, como era de prever. Los medios seguían medio informando e intentando evitar dar demasiado bombo a los acontecimientos, para no realimentarlos. Si no puedes con ellos, confúndelos. Divide y vencerás. Ábvialos. Los medios no hacían más que preguntarse y preguntarles a los protagonistas del 15-M, hasta cuándo iban a durar las acampadas. ¡Y siguen haciéndolo! ¡Qué ganas tienen de que acaben rápido! La presión sostenida en el tiempo es peligrosa. No se interesan tanto por las reivindicaciones. No nos mostraban lo que realmente acontecía en la Comuna de Sol o de tantas y tantas plazas de todo el Estado, no. Viendo que las acampadas proseguían más de lo que conviene, empezaron a dar “voces” a los comerciantes, ¡cuanta voz tienen los que se quejan del “evento”, cuán poca tienen sus protagonistas, los acampados, o quienes les apoyan, que son muchos, como cualquiera puede comprobar si acude en vivo! Y, cómo no, ya que estamos en crisis, había que soltar el argumento económico. ¡La Comuna afecta a los negocios del lugar! ¡Hasta un 80% de pérdidas! No se sabe de dónde sacaron semejantes cifras pero allí están, para dar credibilidad “científica” al deseo fervoroso, a la necesidad imperiosa, de que tal acontecimiento, que ha atraído a más visitantes que el oso y el madroño (visitantes que tienen de vez en cuando que comer y beber en los restaurantes de la zona), desaparezca cuanto antes. Por supuesto, que lo que ocurre en el kilómetro cero ocasiona algunas molestias, que hay que minimizar, ¡pero es que muchas más “molestias” produce el sistema a millones y millones de personas! En la plaza de Catalunya barcelonesa la excusa fue la limpieza, el fútbol, allí la excusa de los comercios no cuela, por ser una plaza mucho más amplia. ¡No hay más que ver cómo reacciona el sistema para darse cuenta del daño que se le está causando! Y es que una revolución es la mayor amenaza a la que puede enfrentarse cualquier sistema político-económico. El Estado no usa la fuerza física más que en contadas ocasiones, mucho menos de lo que desearía, por miedo a un nuevo efecto rebote. Están esperando que los acampados se cansen y que interpreten los lógicos e inevitables ciclos bajos de cualquier tipo de acontecimientos como la señal de que hay que retirarse. ¡Cómo si hubiera alguien capaz de estar los 7 días de la semana protestando a vivo grito las 24 horas! ¡Como si los trabajadores pudiéramos acudir todos los días allí tras una larga y agotadora jornada laboral!
Así pues, como era de esperar, si no funciona un método de represión, se intenta otro. No sería de extrañar que en los próximos días, si las acampadas no se autodisuelven, si no caen presas del agotamiento y del acojonamiento, hasta propongan que dichas comunas puedan establecerse libremente en terrenos alejados de los lugares más concurridos y visibles, con todas las ayudas posibles. Sí, esas que no existen para quienes necesitan una vivienda digna. Es evidente que están intentando que el movimiento se caiga por sí mismo, dándole eso sí un pequeño empujón, pero sin que se note mucho, salvo cuando meten la pata (pues están nerviosos y no saben cómo atajar el tema cuanto antes). Les quitan el acceso a Internet en las plazas de las Soluciones, cada vez es más difícil ver en directo lo que ocurre en dichas plazas a través de la Red. ¿No hay leyes para evitar todo esto? ¿No interesa esto a la opinión pública? Si son tan inofensivas las acampadas, sin son sólo molestas, ¿por qué se intenta incomunicarlas?, ¿por qué no se les da voz a los indignados para que expliquen sus motivos? Les ningunean en los medios todo lo que pueden (si lo hacen más, su manipulación ya no podría pasar desapercibida a nadie), los banalizan, niegan el carácter revolucionario del movimiento evitando el uso de la palabra prohibida revolución, y hablando lo menos posible de que se pide una democracia real, y no sólo trabajo y vivienda, etc., etc. ¿Cortarán el acceso a Internet como en las dictaduras que tanto critican hipócritamente? Ya lo van haciendo sutilmente en los alrededores de las plazas revolucionarias. No por casualidad “limpiaron” las plazas de ordenadores, que como todo el mundo sabe son muy peligrosos, para el sistema, que está acostumbrando a la dictadura ideológica e informativa. Es típico que cuando el sistema se ve sorprendido, al principio reaccione de cierta manera (es en esos momentos cuando puede cometer sus errores más graves), y más adelante cuando analiza mejor la situación cambie su estrategia. Tras el ataque sorpresa inicial de unos pocos jóvenes que decidieron prolongar las protestas más allá de lo estrictamente permitido por esta falsa democracia, los medios de desinformación, sin duda, recibieron nuevas instrucciones: obviar todo lo posible el movimiento del 15-M, suavizarlo, quitarle importancia, hablar de vez en cuando de él pero sin decir mucho, para que pase desapercibida la autocensura practicada. Frente a esto la Revolución tendrá que crecerse y practicar la imaginación para darle continuidad a la lucha y llamar la atención de la gente y de los medios. De vez en cuando, el Estado “ayuda” a la Revolución cuando comete sus garrafales “errores”, su impaciencia le pasa factura.
El Estado se defiende de muchas maneras, de todas las posibles. La violencia física es sólo la punta del iceberg. También lo hace en el terreno ideológico desde dentro de las propias filas de la izquierda anticapitalista. Hay que confundir al enemigo, dividirlo desde dentro. Estas reglas son tan antiguas como las revoluciones, como las guerras, como la propia humanidad “civilizada”. En esto las revoluciones siempre serán iguales, sólo cambiarán las formas en que dichas reglas se ejecutan, sofisticándose con el tiempo. Resulta que algunos de quienes están hablando y hablando, bla, bla, bla, durante años de anticapitalismo, de socialismo, de lo malo que es el capitalismo, de lo mal que va la sociedad, entrando en debates eternos sobre si los traidores son los estalinistas, los trotskistas o los anarquistas, que si dijo tal o cual cosa Marx, Lenin, etc., etc., etc.; ahora, que se nos presenta una ocasión única de “atacar” al sistema capitalista y su falsa democracia, nos salen con que esto es un montaje, con que si están detrás los humanistas, con que si huele a fascismo, bla, bla, bla. Me suenan mucho estas tácticas. Son las mismas empleadas por la derecha más extrema. De esta forma, consciente o inconscientemente (habrá de todo supongo, pero yo a estas alturas no dudo de la existencia de quintas columnas burguesas), le hacen el juego al sistema, le salvan de la mayor amenaza que ha tenido en los últimos años, y con mucho. Quienes critican al movimiento 15-M (que ha logrado en pocos días más que ellos en décadas), “extrañamente”, sospechosamente, no aportan nada, no se molestan en decir cómo creen ellos que hay que hacer las cosas si es que se están haciendo tan mal, como ellos dicen. No dicen cómo evitar que la incipiente revolución degenere en algo indeseable, que esté acaparada por fuerzas peligrosas. Se limitan a hacer la crítica destructiva. Ante la duda, que muchos tenemos (nadie puede estar seguro de casi nada en esta vida, menos de un acontecimiento tan complejo como una revolución), ellos, “expertos” en revoluciones, se decantan por la opción que, en la práctica, produce el mejor resultado para el sistema actual: su perpetuación indefinida. Y cuando dicen cómo hacer las cosas, cuando lo dicen, no hacen más que repetir las mismas consignas y estrategias que ya han demostrado sobradamente su ineficacia, sin explicarnos por qué esas estrategias van a funcionar ahora si nunca han funcionado en los últimos tiempos. ¿No tenemos serios motivos para sospechar de semejantes “izquierdistas”?
Ante este tipo de situaciones no cabe más que tomar partido, y muchos supuestos “revolucionarios” se decantan por el orden establecido, o se agarran a fórmulas imposibles, aduciendo que este movimiento es sospechoso porque no se ajusta a sus rígidos y anticuados cánones, o empeñándose en emplear tácticas fracasadas que, lógicamente, volverían a fracasar. Si no es su revolución no es revolución. ¡Como si la revolución tuviese derechos de autor! Si no se hace a su manera no merece la pena hacerla. ¡Si Lenin levantara la cabeza! ¿Qué haría, qué pensaría? Pues vería enfrente a los mencheviques de su época, a los vacilantes de turno, a los revolucionarios de palabra y reaccionarios de hecho, a las fuerzas contrarrevolucionarias intentando evitar aprovechar la oportunidad histórica surgida (¡cómo si fuera normal que las masas se levantasen contra el orden establecido!, ¡como si esto ocurriera todos los días!), intentando que el enemigo no haga nada o meta la pata, trabajando para el sistema contra el que se supone que están. Y no es que me importe lo que dijo tal o cual personaje histórico para justificar tal o cual argumento, pero es cuando menos gracioso ver cómo algunos presuntos “revolucionarios” hacen todo lo posible por no hacer la revolución, por incumplir los postulados más elementales de sus “maestros”. ¿No decía Lenin que “únicamente quien no hace nada no se equivoca”? Algunos supuestos revolucionarios, por si acaso, no hacen nada, ¡no vaya a ser que se equivoquen! Yo prefiero hacer el ridículo, equivocarme, decir claramente que estamos ante una posible revolución, que quedarme de brazos cruzados para no estropear mi “prestigio” intelectual (en caso de que lo tuviera). Algunos (no todos, por supuesto) intelectuales “marxistas” incumplen la razón de ser de la filosofía de la praxis: de lo que se trata es de transformar el mundo, no sólo de comprenderlo. Se trata de pasar a la acción. La teoría no es un fin en sí mismo. Dichos intelectuales se limitan a hacer análisis y análisis pero no aportan ideas prácticas, concretas, para intentar mejorar las cosas. Diagnostican la enfermedad de nuestra sociedad pero no proponen curas, o lo hacen muy vagamente. ¿Tan difícil es dar un paso más y llevar los razonamientos más adelante para intentar aportar también soluciones concretas? Y cuando aparecen acontecimientos bien calentitos ellos se mantienen fríos, y distantes. Se limitan a ejercer de espectadores, de sesudos espectadores, no hacen nada y encima critican a quienes lo intentan. ¿A quién beneficia tal actitud? ¿Hace falta decirlo? Yo creo que ya no. En momentos como éstos se demuestra de qué lado están las personas. Es útil y sana la discrepancia, por supuesto, no se trata de evitar la crítica, imprescindible para avanzar en la Revolución, pero también debemos prevenirnos frente a quienes realmente trabajan para el sistema, a pesar de proclamarse como antisistema. La manera de enfrentarnos a esos manipuladores es razonando, contrastando, debatiendo con ellos, nunca reprimiéndolos, no eludiendo el enfrentamiento ideológico con ellos. Sus mentiras, sus incoherencias, deben ser inmediatamente combatidas en la guerra ideológica, pero con la máxima libertad y el máximo respeto. Si no, la revolución corre el grave riesgo de caer en la contrarrevolución. La revolución debe hacerse con las “armas” de las palabras, del librepensamiento. La sociedad libre que buscamos debemos empezar a practicarla todo lo posible desde el principio. El fin está contenido en los medios.
Francamente, yo ya no puedo evitar sospechar que dado que el sistema está tan podrido, no sólo están podridos, más o menos podridos, todos los partidos y organizaciones que viven en él, salvo alguna honrosa excepción, sino que también gran parte de las organizaciones que se dicen antisistema, anticapitalistas. Una de dos: o están ciegas o están vendidas. También habrá gente equivocada, por supuesto. Pero ¿no han leído un poco a los clásicos? ¿No había que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo? ¿No decía Rosa Luxemburgo que la autocrítica era la luz vital del proletariado? Yo les pregunto a quienes tanto critican a los jóvenes y no tan jóvenes que están intentando luchar contra este sistema: ¿por qué vosotros no habéis hecho nada serio todos estos años, por qué no habéis logrado nada, por qué no aprendéis de vuestros errores, por qué no readaptáis las estrategias a las circunstancias? ¿Qué demonios hacéis, además de criticar a otros y contemplar? ¿Qué habéis hecho para intentar cambios sistémicos, aparte de alguna que otra manifestación inofensiva, agitar algunas banderitas y cantar la Internacional? Si pensáis que no se están haciendo bien las cosas, decid cómo hay que hacerlas, y no os guardéis el secreto de la “receta” revolucionaria. Pero no, según esos revolucionarios de salón, de boquilla, ésta no es una revolución y habrá que esperar a otra ocasión, una vez más habrá que posponerla indefinidamente. ¡La historia se repite! Esto mismo denunciaba Lenin en su día. Basta leer a los grandes revolucionarios de la historia (que ellos sí lo eran, al margen de sus errores), para ver cómo estos revolucionarios de pacotilla de nuestros días contradicen los postulados más esenciales de sus supuestos “maestros”. Estos “revolucionarios profesionales” de nuestros tiempos no han hecho nada por la revolución, más que algunos actos simbólicos totalmente inofensivos (a los resultados podemos atenernos), no lo hacen ahora, ni lo harán. Porque son falsos profetas, porque ellos trabajan para evitar la revolución. ¡Á‰sta sí es una vieja ley de toda revolución! El capitalismo lleva trabajando desde hace mucho tiempo para evitar la revolución, que tanto le puso contra las cuerdas a principios del siglo XX, y ahora recoge los frutos: la izquierda, desde la más moderada, hasta la más radical, está plagada de contrarrevolucionarios, de gente acomodada, como mínimo, incluso vendida. Debemos estar muy alerta porque ya es muy difícil no sospechar esto. A las personas se las conoce cuando los hechos les ponen a prueba. ¿Paranoia por mi parte? Puede ser. Pero le invito al lector bienintencionado a encontrar alguna explicación más lógica ante la extraña actitud de quienes se las dan de anticapitalistas y luego no hacen nada por derrocar al capitalismo. Los hechos les delatan. Sus evidentes contradicciones les delatan. Si esto no es una revolución, ni puede serlo según ellos, ¿a qué esperan para trabajar por la Revolución, aunque sea “su” revolución?, ¿cómo creen ellos que puede surgir? Y si no lo saben, entonces, ¿cómo pueden saber que lo iniciado el 15-M no lo es, ni puede serlo? ¿No son evidentes sus contradicciones? Las contradicciones son las huellas dactilares de las mentiras y de las manipulaciones. Si queremos buscar la verdad debemos buscar obsesivamente contradicciones, incoherencias.
No es muy descabellado pensar que existan personas que entran en los foros de la prensa alternativa o en las redes sociales revolucionarias para crear confusión, para evitar que el enemigo esté unido, para evitar que adopte estrategias peligrosas. Y es que una revolución, por muy pacífica que sea, es una guerra, de las clases populares contra las élites que las dominan, también ideológicamente. Y como en toda guerra la estrategia es fundamental. Sin estrategia no hay revolución. Sin la estrategia adecuada, la revolución, como la guerra, se pierde. En cualquier guerra existen quintas columnas, espías. ¡Y no va a ser menos en las revoluciones, no va a ser menos en la guerra ideológica! Nadie puede realmente fiarse ciegamente, por completo, de nadie. Á‰sta es la cruda realidad. Pero esta desconfianza preventiva no debe tampoco paralizarnos. Debemos arriesgarnos. Sin riesgos no hay revolución. La manera de combatir contra las quintas columnas es mediante la razón, es practicando, por encima de todo, el método científico, el mejor método inventado hasta la fecha contra la mentira. Contrastar, contrastar, contrastar. Contrastemos lo que dicen con lo que hacen, lo que dicen ahora con lo que decían antaño, lo que dicen unos con lo que dicen otros, lo que hacen unos con lo que hacen otros. Preguntémonos quién sale beneficiado por tal o cual idea. Así, no sin esfuerzo, pero sin tampoco excesivo esfuerzo, lograremos distinguir, más pronto que tarde, a los falsos revolucionarios de los verdaderos. Un verdadero revolucionario aprovecha la ocasión que se presenta y no la deja escapar, juzga la botella por el contenido y no por la etiqueta, se arriesga, actúa, se implica, cuando critica aporta alternativas, cuando detecta errores busca soluciones, se corrige a sí mismo,… Ante todo, un revolucionario no se queda pasivo, menos cuando los acontecimientos huelen a revolución. Estos días podemos ver cómo algunos supuestos revolucionarios colaboran con el sistema para desmontar este movimiento que amaneció en la Puerta del Sol. Es una buena ocasión para que, con ayuda de la razón, podamos desenmascarar a muchos falsos profetas que inundan, como una plaga, a la izquierda más auténtica. Cuestionar, cuestionar, cuestionar. Á‰sta es la receta esencial para luchar intelectualmente contra el sistema, y todos sus lacayos, que haberlos haylos y muchos, para desmontar el chiringuito que han montado llamado sistema capitalista. A medida que vaya cayendo el pensamiento único, irá también cayendo el capitalismo. La revolución mental, traspasada a la acción (¡ya ha traspasado!), irá poco a poco acabando con el sistema.
3) La estrategia de la #SpanishRevolution
El enemigo es poderoso y muy inteligente. ¡Pero no es perfecto! Comete sus errores. Más cuando está nervioso. A media que pase el tiempo, y la revolución no se apague, se pondrá más nervioso, cometerá más errores. Habrá que aprovechar dichos errores. Habrá que usar una estrategia que, aun siendo fiel a sus líneas generales, hasta ahora plenamente acertadas, se adapte a las circunstancias, sea flexible. Habrá que usar la originalidad para superar los numerosos obstáculos que nos pondrán en el largo camino que hemos iniciado. Habrá que diversificar las formas de lucha. Uno de los grandes inconvenientes para hacer la revolución en nuestros tiempos es el enorme predominio ideológico del sistema actual, hasta el punto de contagiar incluso a muchos elementos honestos de la izquierda más genuina. El actual predominio ideológico capitalista es más eficaz que antaño porque es más elaborado, pasa más desapercibido. No hay control social más eficaz que aquel que parece que no existe. El gran obstáculo actual es el de los prejuicios de la mayor parte de la gente, bien incrustados en las mentes de millones de personas. La clave del éxito inicial de esta nueva revolución ha sido la estrategia empleada sustentada en dos pilares: la lucha pacífica, exquisita en las formas, y el declararse apartidista y no vinculada oficialmente a ninguna ideología preexistente. Esta revolución ha nacido de una manera muy inteligente, usando la no violencia y superando dichos prejuicios, prescindiendo de todo aquello que los pudiera despertar: siglas, banderas, partidos, colores, palabras, etc. Además, al declarar el movimiento revolucionario que no tenía ningún objetivo en cuanto a las elecciones municipales y autonómicas que se avecinaban, se desvinculó de sus resultados, además de mostrar gran coherencia, pues si se declara apartidista y proclama que la democracia actual no es real, entonces poco importan los resultados de cualesquiera elecciones: las cosas seguirán igual en esencia, como ya hemos comprobado tantas veces. El no haber propugnado ninguna opción concreta, el desvincularse del resultado de las elecciones en cuya campaña surgió la Revolución, fue un gran acierto, uno más de los muchos que ha habido por parte del movimiento 15-M. Pues en tan poco tiempo era imposible cambiar la mentalidad de millones de ciudadanos que sólo podían “informarse” a través de los medios de desinformación. El resultado de las elecciones hubiera “desautorizado” moralmente al movimiento 15-M si éste hubiera cometido el error de vincularse a él o propugnar cierto tipo de voto o no voto.
Y es que la coherencia es la mejor arma en la lucha ideológica. No podía haberse empleado mejor estrategia. El enemigo está deseando que dejemos de usar esta estrategia. Al enemigo le hubiera sido más fácil combatir si hubiésemos empleado banderas rojas, tricolores, de cualquier otro signo político, si nos hubiésemos declarado abiertamente de tal o cual ideología. Hubiera bastado con descalificar y ya está, como han hecho hasta ahora tantas veces. Con acusar a los revolucionarios de rojos, de radicales antisistema, o de lo que sea, como así intentó infructuosamente esta vez. Al enemigo le hubiera gustado que el movimiento 15-M hubiese propugnado tal o cual opción en las elecciones municipales, pues sabía que el sistema jugaba con mucha ventaja. Ahora, dado que la Revolución se desvinculó del resultado de dichas elecciones, la Revolución no se ve desautorizada por dicho resultado. No hay argumentos serios en contra del movimiento del 15-M. Ahora, dado que el movimiento del 15-M no ha caído en la trampa de autoproclamarse de tal o cual tendencia política, el sistema procura quitar a dicho movimiento su carácter político, hay que presentar ante la opinión pública que se trata de jóvenes inofensivos que no saben muy bien cómo protestar por su situación, la cual lógicamente, no pueden admitir. Hay que procurar presentar a este movimiento como apolítico y no sólo apartidista. ¡Cuando este movimiento es, desde el principio, lo más político que puede ser! ¡Aspira a cambiar el sistema político! ¡A que la política vuelva de verdad! O bien, la estrategia del sistema va basculando de unas tendencias a las opuestas, hay que presentar este movimiento como político con oscuras intenciones, como sospechoso. Tan pronto se le acusa de apolítico, como de utopista, como de político conspiranoico, como de okupa, como de indigente,.. Tan pronto se le acusa de blanco como de negro. A diferencia de quienes le critican, el movimiento 15-M ha mostrado gran coherencia. ¡Debe seguir mostrándola!
Todo vale con tal de obviar lo realmente importante: si las medidas propuestas son razonables o no, cómo forzar al sistema político a tomarlas. Resulta que aun reconociendo que dichas medidas son posibles y asumibles por toda la población, se llega a decir que no hace falta seguir presionando en la calle para que se tomen, que basta con canalizar esas medidas a través de los partidos políticos existentes, los cuales han convertido la democracia en partitocracia. ¡Pero es que precisamente el sistema se niega a llevarlas a cabo por los cauces tradicionales del sistema político! El sistema de esta democracia falsa se niega a cualquier reforma democrática, por pequeña que sea. Diversos partidos minoritarios han solicitado la reforma de la ley electoral y los partidos mayoritarios del bipartidismo y sus cómplices se han negado en rotundo. ¿Cómo liberar a la democracia del secuestro que sufre por parte de los grandes partidos y de los mercados? ¿A través del propio sistema que lo causa? No hay otra forma de forzar cambios que desde las calles, mediante la presión popular. El pueblo debe forzar la evolución de nuestra democracia. Si la humanidad hubiese esperado a que los cambios fuesen promovidos o realizados desde arriba, desde el poder, aún seguiríamos en las cavernas. No hay evolución sin revolución. Esto podemos comprobarlo de pleno en nuestra “democracia” actual, totalmente estancada y que reprime sin contemplaciones a quien osa plantear simples reformas. El sistema irá poniendo trampas para intentar, por fin, acabar con este movimiento que pone en cuestión al régimen. Deberemos estar muy alerta y no caer en sus trampas. Deberemos mantener las grandes líneas estratégicas usadas hasta ahora, que tanto éxito han logrado, que tanto daño están haciendo al sistema.
Las quintas columnas pro-sistema, disfrazadas de antisistema, trabajan insistentemente, lo seguirán haciendo, para que el movimiento revolucionario cometa errores estratégicos, para que abandone la gran línea estratégica que ha empleado hasta el momento. Habrá que estar muy atentos frente a dichas quintas columnas, ¡pero también habrá que evitar cualquier represión de las críticas para no abandonar la senda de la revolución, para que ésta no degenere! La crítica es imprescindible para acercarse a la verdad. Deberemos usar el método científico, que se basa esencialmente en el contraste entre teorías y entre teoría y práctica. La Revolución tiene que ir mejorando su práctica a medida que avance, cualquier error cometido puede hacer fracasar por completo todo el proceso. La democracia se hará más alcanzable a medida que la vayamos practicando por el camino. Quien dice democracia, dice debates con contenido, pluralidad, igualdad de oportunidades, libertad, respeto, pacifismo.
Quienes tanto reivindican que saquemos tales o cuales banderas, de manera insistente, en nombre de la revolución “pura” (¿es que no se acuerdan de lo que decía Lenin de que quien espere una revolución pura no la verá?), sin considerar el éxito de la estrategia empleada hasta el momento, sin corregirse (yo también me equivoqué en determinado momento al reivindicar el uso de banderas tricolores, pero procuré rectificar a tiempo), no nos dicen cómo superar los obstáculos ideológicos, cómo combatir esos prejuicios que el sistema ha incrustado en las mentes de la mayor parte de la población. Quienes llevan años abanderando las banderas rojas o tricolores, como yo mismo, saben, sabemos bien que en cuanto sacamos dichas banderas, desgraciadamente, mucha gente las rechaza, o no se siente identificadas con ellas (¡a pesar de defender también sus intereses!). ¿Cómo superar dichos prejuicios? No hay otra manera que prescindiendo de todos aquellos símbolos que se asocien a cualquier ideología preexistente. ¿Que así existe el peligro de perder el Norte? Sin duda, lo hay. ¿Que existe el riesgo de que el movimiento se vaya por derroteros peligrosos? Sin duda, lo hay también. Pero, insisto: ¿Cómo logramos que las grandes masas se sumen a nosotros y al mismo tiempo emprendamos el camino en la dirección correcta, que superemos las barreras que nos impone el sistema? No hay más respuesta posible que la siguiente: yendo donde están las masas y trabajando activamente para que el contenido de esta revolución merezca la pena. Hay que luchar por la democracia real, en la que todas las tendencias políticas, incluida la auténtica izquierda, que no tiene ningún presente, ni ningún futuro, con la actual oligocracia, tengan opciones reales de gobernar. Si podemos luchar en igualdad de condiciones con el resto de opciones políticas, si defendemos los intereses generales, si la razón y la ética están de nuestro lado, nos basta con una democracia donde podamos realmente competir libremente, realmente, con nuestros enemigos. Si alguien piensa que hay otra manera, que la diga. Se admiten ideas. ¡Pero no basta con decir que así no! ¡Hay que decir, además, cómo! No podemos obviar la realidad: mucha gente está desencantada con los partidos e ideologías “tradicionales”. Esto es lógico, tal como funciona el sistema, dado lo podrido que está el sistema de arriba a abajo, de izquierda a derecha. El sistema ha demonizado ciertas ideologías mediante el control ideológico que ostenta.
Quisiera aclarar, por si acaso, que todo lo expresado por mí en este trabajo o en cualquier escrito mío, es simplemente mi opinión. Yo no hablo en nombre de nadie. Yo sólo hablo en mi nombre. Yo interpreto lo que está ocurriendo según mi criterio. Yo no he participado en la organización de ningún movimiento, ni siquiera milito en ningún partido o sindicato. No vaya a ser que a los manipuladores, que estos días se ganan con creces sus sueldos, les dé por utilizar este documento como “prueba” irrefutable de que la ultraizquierda está detrás de este “complot”. ¡Yo ya me espero de todo! Yo no tengo pruebas para demostrar todo lo que digo aquí, mis únicas “armas” son la observación de hechos que todo el mundo puede comprobar (no hay nada como acudir en primera persona a las acampadas para ver lo que se cuece allí) y el uso de la razón. Yo pienso que observando y razonando es posible acercarse a la verdad. Yo le expreso al lector lo que yo creo que es la verdad, pero al mismo tiempo, le incito a cuestionarme a mí también. ¡Debemos cuestionarlo todo! ¡Incluso a nosotros mismos! Por lo menos de vez en cuando, pues no podemos vivir cuestionando absolutamente todo constantemente, nos volveríamos locos. Sin embargo, hay momentos en que debemos intensificar nuestra actitud de cuestionamiento. ¡Estos momentos revolucionarios deben agudizar nuestro espíritu crítico! ¡Sin librepensamiento no hay revolución!
La estrategia que puede vencer al capitalismo ha sido marcada por el movimiento 15-M: juzguemos, y defendamos, a las ideas por sí mismas, sin etiquetas, luchemos por las ideas, no perdamos de vista que lo importante es el contenido de la botella, y no su etiqueta. Si las anteriores etiquetas no valen, prescindamos de ellas, usemos otras etiquetas, inventemos otras si consideramos importante que las botellas tengan etiquetas. Con esto no quiero decir que deba prescindirse de las actuales organizaciones políticas, las cuales deben persistir, no sin renovarse bien por dentro, por cierto. No estamos hablando de finiquitar los partidos políticos, estamos hablando, precisamente, de cómo superar la situación actual para que los partidos políticos puedan volver a hacer política. Una vez alcanzada la democracia real, que no será real sin pluripartidismo real y no sólo formal, sin un sistema donde existan cualesquiera partidos y puedan competir entre ellos en igualdad de condiciones, a diferencia de lo que ocurre ahora, dichos partidos podrán tener alguna opción de alcanzar el poder, será el pueblo quien decidirá, y no leyes electorales o sistemas políticos viciados que en la práctica condenan a la marginalidad perpetua a ciertas opciones políticas.
Hay que formar una plataforma ciudadana apartidista y no asociada a ninguna ideología, por lo menos oficialmente, como así se ha empezado a hacer. En mi opinión, convertir este movimiento del 15-M en un partido político para presentarse a unas elecciones, al menos por ahora, sería un grave error. Pero, por supuesto, puedo estar equivocado, como ya lo estuve en otras cosas. Esta trascendental cuestión será necesario discutirla amplia y tranquilamente. Ahora no es el tiempo de elecciones. Ahora es tiempo de lucha en la calle, de concienciación masiva, del despertar ciudadano. Alrededor de dicha plataforma, la ciudadanía de todos los signos políticos, libre de prejuicios, debe unirse para presionar al sistema. Incluso muchos votantes de los partidos del bipartidismo se apuntarán a la causa de la regeneración democrática, en cuanto la conozcan suficientemente, en cuanto conozcan lo que reivindica en concreto. ¡La democracia interesa a la inmensa mayoría de la población! Como decía una de las pancartas de los indignados: “Por una democracia de verdad, olvidemos nuestras diferencias ideológicas”. Una democracia real no podrá ser negada por nadie, salvo para sus adentros por ciertas minorías que, lógicamente, saben perfectamente que dicha democracia supone el fin de su dominio. ¡No se “limpian” las plazas con policías por casualidad!
Dicha plataforma ciudadana del 15-M debe mantenerse independiente de cualquier organización política o sindical, centrándose en aglutinar a la mayor parte de la ciudadanía alrededor de un programa mínimo de regeneración democrática. Esto no impide que la izquierda auténtica constituya un frente unido (¡ya es hora!) en base a un programa común que pivotaría sobre dos ejes: regeneración democrática y salida social a la actual crisis. Pero declarándose siempre ese frente de izquierdas ajeno (salvo en las ideas) a la plataforma ciudadana 15-M. Dada la realidad actual, la izquierda más radical no tiene ninguna opción de aglutinar a grandes masas de la población. No es posible vencer en unos pocos días, meses, e incluso años, en las condiciones actuales, con los medios de comunicación totalmente controlados por la burguesía, los prejuicios trabajados por ella durante décadas, incluso siglos. Si presentamos un programa inequívocamente democrático mediante una plataforma libre de lastres ideológicos del pasado, que así podrá presentarse ante la sociedad sin que ésta tenga prejuicios contra ella, la mayor parte de la población, tarde o pronto, si trabajamos sin parar, lo apoyará, una vez esté mínimamente informada sobre el mismo, independientemente de a qué partidos vote actualmente. Hay muchos ciudadanos que votan al PSOE o al PP que, con toda seguridad, si se les presenta un programa inequívocamente democrático lo apoyarán (no así lo harán dichos partidos, conscientes de lo que implica la democracia real, de la amenaza que supone para su partitocracia). Dicha plataforma del 15-M va dirigida a la ciudadanía, a los votantes, no a los partidos. Como sin organización no es posible la revolución, la única manera de unir a la mayor parte de la población para que presione al sistema es alrededor de una plataforma ciudadana que no se vincule a ninguna ideología, a ninguna corriente “clásica” política, que se declare apartidista, que no apolítica, tal como así ha hecho el movimiento del 15-M. Aquellos partidos que deseen capitalizar el éxito de dicha plataforma apartidista, no tendrán más remedio que incluir en sus programas sus reivindicaciones, así podrá producirse, por fin, una verdadera competencia entre los partidos por cuestiones concretas, así la política volverá poco a poco a tener contenido de calado. Si dicha plataforma 15-M no se casa con ninguna corriente política, no se manchará por el juego de la conquista de los votos, ni se verá afectada por las reglas viciadas de esta escasa y simbólica democracia actual. Dicha plataforma, para tener suficiente fuerza, deberá ejercer una continua labor a corto, medio y largo plazo. ¡Bravo por los estrategas que han preparado esta revolución! ¡Han dado en la llaga! Sea cual sea su resultado, han iniciado una dinámica que puede llevarnos a desbloquear la actual “democracia”, a superar la actual oligocracia, a un ritmo más o menos rápido. ¡Hemos logrado ya quitar el freno de mano! ¡Pero no perdamos la ocasión de intentar acelerar todo lo posible, por si acaso! ¡No olvidemos que el enemigo no se queda de brazos cruzados! ¡No olvidemos que el destino nunca está escrito!
Contra las ideas desnudas, sin etiquetas de presentación, que no sin contenido, el sistema no tiene nada que hacer. Por lo menos lo tiene mucho más difícil. Desarmado de prejuicios, la labor del enemigo en la guerra ideológica es mucho más complicada. Por esto esta nueva estrategia le ha pillado totalmente desprevenido y no sabe muy bien cómo combatirla. Por esto está tan nervioso y comete errores tan burdos como el que acaba de cometer en la PlaÁ§a de la Solució en Barcelona. Para evitar cualquier tipo de sospecha, dicha plataforma 15-M debería indicar claramente que el objetivo es una sociedad más libre, más justa, más democrática, donde todos los seres humanos, independientemente de raza, sexo, o cualquier otra consideración, tengan las mismas posibilidades de tener una vida digna y de ser felices. Debe decir claramente que se reivindica más y mejor democracia, que es posible y necesario desarrollar mucho más la democracia. Que una democracia sin una real igualdad de oportunidades entre las personas, las organizaciones o las ideas no puede llamarse democracia. Hay que alejar cualquier sospecha de totalitarismo, de racismo, de xenofobia. El fantasma del fascismo, o de cualquier totalitarismo de cualquier signo político, debe ser alejado desde el principio con contundencia. Como yo creo que así ha sido ya. ¡Pero nunca está de más insistir en esto! ¡Cuantas veces sean necesarias! Luchar contra el actual sistema no debe ser visto como luchar contra la democracia, sino, precisamente, todo lo contrario, luchar por la democracia real. ¡Qué gran lema “Democracia real ya”! Además, dicha plataforma del 15-M, en cuanto tenga claro que no se quiere transformar en partido político, que tan sólo es un movimiento ciudadano político apartidista y libre de ideologías (salvo la “ideología” democrática), debe decir claramente que no tiene ninguna intención de participar en ningunas elecciones, que no busca entrar en el juego por el poder político, que no busca participar en las instituciones. Esta contundencia, esta claridad en las intenciones, confirmada con la práctica, es decir, su coherencia, le hará ganar cada vez más simpatizantes entre la población, la cual le escuchará cada vez más y comprobará de primera mano sus intenciones: una sociedad más democrática donde realmente el poder sea del pueblo. El día que se logre una democracia suficiente, que se asiente la democracia real, que la democracia eche raíces profundas en el pueblo, entonces podrá plantearse la autodisolución de la plataforma 15-M. Hasta que así sea será necesaria para que el pueblo presione hacia arriba con eficacia.
Es imprescindible aprovechar cualquier ocasión que se presente para denunciar la represión, de cualquier tipo, ejercida por el Estado, contrariando incluso sus propias leyes más fundamentales, como el derecho de reunión. Estos días, por las mañanas, al ir a trabajar me encuentro pegatinas en la calle convocando a asambleas populares en los barrios, y sin embargo, por las tardes, al regresar a casa ya no están. Sin embargo, no han quitado las pegatinas de los anuncios comerciales. ¿Por qué? ¿No reconoce nuestra Constitución el derecho de reunión de los ciudadanos en los lugares públicos, sin necesidad de autorización previa? ¿Qué “democracia” es ésta que impide, o intenta impedir, que la gente se reúna en los lugares públicos para hablar de sus problemas? El Estado, a medida que vaya siendo acosado, cometerá errores, se delatará cada vez más. Ya lo va haciendo, como era de prever. Habrá que aprovechar sus errores para ponerlo todavía más en evidencia ante la opinión pública. De esta manera la Revolución se realimentará a sí misma, la indignación afectará a cada vez más personas. Cuando la mayor parte de la gente esté suficientemente indignada, el régimen podrá caer. Tal vez no estemos tan lejos de ese momento. Habrá que insistir e insistir, aunque sea de distintas maneras.
Es necesario definir unos objetivos concretos mínimos consensuados entre todos los campamentos revolucionarios y centrar las demandas en ellos de forma insistente, pero haciéndolo de diversas maneras para despertar la simpatía de la población y no cansarla o aburrirla. Objetivos asumibles por la inmensa mayoría de la ciudadanía. El objetivo básico debería ser indicar que este movimiento persigue un nuevo sistema democrático, una democracia real y concretar cómo podría lograrse. Como ya dije en otros artículos precedentes (15-M: Cómo lograr una democracia real ya) las medidas a reivindicar, en mi opinión, serían las siguientes:
- Nueva ley electoral (donde se cumpla el principio “una persona, un voto”).
- Elegibilidad de todos los cargos.
- Revocabilidad de todos los cargos.
- Verdadera separación de todos los poderes (ejecutivo, legislativo, judicial, prensa, económico, sindical, eclesiástico).
- Libertad de prensa.
- Referendos vinculantes.
- Mandato imperativo.
- Autofinanciación de partidos políticos y sindicatos.
- Incompatibilidad entre la acción pública y la acción privada. Ningún cargo público debería poder pasarse a la empresa privada tras acabar su mandato.
- Democracia interna en los partidos políticos y en los sindicatos.
- Referéndum para elegir el modelo de Estado, para elegir una nueva Constitución, para elegir entre República y Monarquía. Diciendo muy claramente que la Tercera República no tiene por que ser una continuación de la Segunda, que será lo que decida el pueblo que sea, que se desea que el pueblo tenga el máximo protagonismo posible para construir la democracia real. Diciendo claramente que no se desea imponer la República, que no se desea imponer ningún modelo concreto de república, que esto debe decidirlo el pueblo, que el pueblo dirá qué quiere, si seguir con la actual monarquía o una república, si una república u otra. Eso sí, siempre que se recuerde a la ciudadanía que dicho referéndum debe ser precedido por amplios debates en los grandes medios para que todas las opciones puedan ser igualmente conocidas.
Por supuesto, no tiene por que pedirse todo en una primera fase, podemos ir pidiendo cada vez más (sin tampoco llegar a un programa donde haya demasiadas cosas) a medida que el proceso revolucionario vaya avanzando, podemos ir abriendo algunos frentes cuando hayamos superado ciertos prejuicios (como el de la República). Pero, a grandes rasgos, ¿no aceptaría este programa básico de “reformas” (reformas que revolucionarían la democracia) la inmensa mayoría de los ciudadanos? ¿Tal democracia no sería mejor que la actual? ¿En tal democracia no sería más posible gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? ¿En tal democracia no sería más posible que gobernara la auténtica izquierda y pudiera aplicar su programa? No hay evolución sin revolución, decía uno de los grandes lemas usados en la Puerta del Sol revolucionaria. La “democracia” actual no quiere evolucionar porque si no el chiringuito puede desmoronarse. Tienen miedo de retocar lo más mínimo el castillo de naipes. ¡Hagamos que se desmorone! En cuanto tengamos una democracia donde se cumpla el elemental principio “una persona, un voto”, en cuanto el voto sirva para algo, en cuanto los gobernantes respondan por sus acciones de gobierno, en cuanto estén más controlados desde abajo y desde el resto de poderes, en cuanto los poderes estén realmente separados, en cuanto las ideas fluyan libremente por la sociedad, en cuanto la prensa informe de verdad, en cuanto el poder económico no controle al resto de poderes, el sentido común, que ahora está secuestrado, que ahora es casi el menos común de los sentidos, tarde o pronto, no muy tarde tal vez, se impondrá de forma natural, por la fuerza de la razón. Por fin tendremos una sociedad con un sistema político al servicio del conjunto de la sociedad. Debemos lograr cambios democráticos suficientes. Sin revolución democrática, sin presión popular, no hay evolución democrática. Debemos desbloquear la situación actual. Y esto sólo puede hacerse desde abajo, “violentando” pacíficamente al Estado. Y esto sólo puede hacerse si la gran mayoría se pone de acuerdo en las más elementales reglas del juego político. Es hora de cambiar el régimen democrático, de dar un importante salto. Si alguien tiene una solución mejor, que la comparta con todos. Critiquemos, por supuesto, pero al mismo tiempo aportemos alternativas.
Si uno considera cómo suceden las revoluciones normalmente, no sería raro que el actual régimen, con tal de mantenerse, sacrifique alguna de sus cabezas, ceda un mínimo para no perder su esencia, ceda un poco de control para no perderlo por completo, con la esperanza de recuperarlo cuando las aguas se vuelvan a calmar. No pueden descartarse dimisiones, incluso un adelanto de las elecciones generales para sacrificar al actual gobierno, y, de paso, para distraer la atención e intentar apagar el fuego que se hace cada vez más vivo. Incluso, llegado el caso, si no hubiera más remedio, el actual Rey, o la propia institución monárquica, podrían ser sacrificados con tal de mantener la oligocracia, se llegaría a elaborar todavía más el disfraz para mantener lo esencial: el poder de la oligarquía que gobierna en la sombra, parapetada tras los distintos “gobiernos” o regímenes políticos. No debemos conformarnos con cambios superficiales o minúsculos que perpetuarían esta democracia irreal. La democracia real no se alcanzará con un simple cambio de gobierno, como la experiencia nos ha demostrado de sobras. La democracia real tampoco se alcanzará con un simple cambio del nombre de régimen. Ni siquiera con algunas reformas puntuales, por muy necesarias que sean, como la reforma de la ley electoral. Podremos acercarnos un poco más a la democracia real, pero el sistema, como nos ha demostrado tantas veces, es capaz de readaptarse y convertir en papel mojado las pequeñas mejoras democráticas que estaría dispuesto a asumir con tal de evitar las que le condenarían irremisiblemente a dejar de ser una oligocracia. La democracia real llegará cuando se lleven a la práctica de manera eficaz un amplio paquete de reformas democráticas concretas y con mucho contenido (ver 15-M: Cómo lograr una democracia real ya).
La democracia real sólo puede ser construida con el protagonismo del pueblo. Llegará cuando la ciudadanía pueda debatir sobre cómo construirla libre y tranquilamente en las calles, en los barrios, en las instituciones, pero también en los grandes medios de comunicación. Cuando el debate plural y con contenido abarque a toda la sociedad. Una vez iniciada la marcha rumbo a la democracia no nos debemos conformar con cualquier cosa. El régimen actual primero intentará no ceder, y en caso inevitable, cederá lo mínimo o aparentará ceder. Cuanto más se le presione más cederá, por lo menos temporalmente. Pero si no cede suficientemente, si no logramos un verdadero cambio, contraatacará o convertirá en inútiles los triunfos del pueblo. Deberemos tener muy claro hasta dónde deseamos llegar, hasta dónde podemos hacerlo. Si tenemos claro en qué consiste la democracia real por la que luchamos, no nos deberemos conformar con una democracia menos falsa, pero que siga siendo irreal. No debemos conformarnos con lograr que el sistema ceda, debe ceder suficientemente. Tampoco podemos pecar de poco realistas, la nueva sociedad no podrá construirse en dos días. Debemos lograr implantar un régimen que cumpla unos mínimos requisitos, un marco suficiente, para que, por fin, el pueblo tenga el control de la situación. Lo imprescindible es construir una infraestructura política suficiente.
Vamos por buen camino. La estrategia usada está logrando resultados mayores de lo que puede incluso parecer a primera vista. Tal vez no lo logremos a la primera, aunque debemos hacer todo lo posible para no posponer para el futuro indefinido lo que se nos aparece ya en el horizonte. Quizás la lucha dure mucho tiempo. Esto nadie puede saberlo con certeza. El tiempo dirá. Pero el pueblo ha despertado, el pueblo está cada vez más despierto. El movimiento 15-M ha agitado, como mínimo, muchas conciencias. Ha puesto aún más en evidencia esta falsa democracia. La reacción del Estado delata su estado de nerviosismo. Y este estado del Estado nos demuestra que se siente realmente amenazado. La oligocracia, la falsa democracia, se siente amenazada por la democracia, por la democracia real. El Estado “democrático” nos está demostrando, por su manera de actuar, por qué no es realmente democrático. Miles de ciudadanos que protestan pacíficamente y que reivindican una democracia real, planteando medidas concretas y factibles a corto plazo, nada utópicas, totalmente razonables, son apaleados por un Estado que se dice democrático. ¿No es ésta la mejor prueba de que no tenemos una democracia real? El Estado actual nos está demostrando que estamos usando la estrategia que más le duele. Se nos ha abierto la puerta hacia la democracia. Crucémosla, intentémoslo. ¡Atrevámonos!
Practiquemos el librepensamiento, el pensamiento crítico, liberémonos de dogmas y de sectarismos, devolvamos a las ideas el protagonismo perdido. Prescindamos de viejas etiquetas, si ya no nos sirven, que no necesariamente de sus ideas correspondientes. Usemos nuevas estrategias. Descoloquemos al enemigo. No entremos en su juego, hagamos otro juego. Su violencia será respondida con nuestro pacifismo. Su confusionismo con claridad de planteamientos. Su sinrazón con razón. Su incoherencia con coherencia. Su barbarie con civilización. La #SpanishRevolution puede marcar un antes y un después en la lucha contra el nefasto sistema capitalista actual, sustentado en su falsa democracia. Si logramos una democracia política real, estaremos más cerca de propagar la democracia a todos los rincones de la sociedad, incluido a su núcleo, el sistema económico. La clave está en la democracia. Y la clave de cualquier revolución, de cualquier lucha, está en la estrategia empleada. Sin estrategia no hay revolución.
¡Somos muchos más que ellos!
¡Tenemos a la razón y a la ética de nuestro lado!
¡Somos conscientes, de lo que queremos y de cómo lograrlo!