Los abuelos y abuelas, por encima de modas pasajeras, son el símbolo de la defensa de aquellos valores y estilos de vida que deben permanecer por encima de toda la farfolla estéril que nos inunda y nos aturde.
Sin darme cuenta, me he ido convirtiendo en un abuelo veterano y experimentado. Me siento al borde del mar y pienso sobre la importancia de ser abuelo: ¿cuál debe ser la misión de un buen abuelo o abuela? ¿Qué esperan los nietos de sus abuelos? ¿Hasta dónde llega la influencia que hoy día tienen los abuelos/as en sus nietos, aunque éstos sean ya jóvenes-adolescentes? ¿Qué opinión tienen estos chicos y chicas de sus abuelos?
A bote pronto se me ocurre que, en nuestro tiempo, a la cultura del éxito, del poder, del músculo, de “lo apolíneo”, de lo estético por encima de lo ético, de lo rentable y útil más allá de lo verdadero, poco tendrían que decir la figura y la función de los abuelos: ellos representan, por el contrario, el camino de la decadencia física (aunque intenten mantenerse en forma), del cansancio del largo camino ya andado, de cierto “escepticismo sano” que sabe valorar sólo lo importante y sustancial frente a lo que sólo es oropel y apariencia.
Y sin embargo, a pesar de los tiempos, a los abuelos se les quiere y se les busca. Aunque sea inevitable que la energía física disminuya, no cabe duda de que un abuelo, una abuela, pueden irradiar buen sentido, serenidad, paciencia, experiencia, comprensión, ternura… y que todas esas actitudes las perciban sus nietos con mucha facilidad y les gusta.
En estos tiempos que corren, deshumanizados, agresivos e inciertos, en los que la ley moral natural es muchas veces oscurecida y despreciada por unas leyes positivas fácilmente manipuladoras y relativistas, parecería normal que los abuelos, tan pacíficos ellos, tan dóciles, tan “buenas personas”, tan “gente de bien”, fuesen ninguneados, olvidados, ridiculizados, en definitiva, no tenidos en cuenta…
Parecería normal que no se apreciara demasiado la figura de los abuelos.
Casi el 90% de jóvenes afirma rotundamente que “significan mucho para ellos”. Seremos tan jóvenes como lo sean nuestros horizontes siempre renovados, nuestro “volver a empezar” cada día, nuestras ganas de vivir “a pesar de los pesares”, nuestra serena paz interior que hemos de saber transmitir a nuestros nietos, aunque tengamos más arrugas y menos agilidad en nuestras piernas.
En otras épocas, cuando las familias eran patriarcales y convivían bajo el mismo techo tres generaciones (abuelos, padres e hijos), los abuelos ejercían un papel decisivo en la formación integral de los miembros de la familia, transmitiendo conocimientos, destrezas y creencias, teniendo un papel relevante en el aprendizaje de las palabras, técnicas y oficios, relatando historias, cuentos y vivencias en torno a la mesa o a la chimenea, alimentando así el alma y la imaginación de los hijos y nietos.
Ahora, las cosas han cambiado radicalmente: se han transformado las estructuras familiares, el espacio y la disposición de las casas, las formas y el tiempo de los trabajos, el nivel de estudios y las actividades de los padres y de las madres dentro y fuera del hogar, los medios de aprendizaje e inmersión social, por lo que los abuelos del siglo XXI tienen que desarrollar dentro de la familia otras funciones, otras misiones, otros menesteres, también muy importantes y decisivos.
No cabe duda de que la función educadora de los padres es primordial y no puede ser sustituida por la de los abuelos, ni éstos deben interferir en la dirección que marquen los padres; son los padres, junto con sus hijos, los verdaderos protagonistas de la educación, por más que los abuelos les echen, siempre que se lo pidan, una mano generosa. Los padres harían bien en no convertir a los abuelos en unos “niñeros permanentes” en una especie de “esclavos sonrientes y bonachones”.
Al no tener la responsabilidad directa de la educación, al estar más distendidos porque ya no les aprietan las exigencias de la vida laboral ni del escalafón, los abuelos y las abuelas suelen ser más receptivos y pacientes, más tranquilos y comprensivos, y saben escuchar sin prisas: si se les da cariño y se les tiene en cuenta, suelen contribuir a calmar y superar los pequeños enfrentamientos que pudieran surgir entre los distintos miembros de las familia.
Los nietos, al entrar en contacto con el mundo de los abuelos, se dan cuenta de que éstos pueden enriquecer sus vidas: oyendo a los abuelos perciben que los sentimientos y valores humanos no pasan nunca de moda y valen para todas las épocas y personas: también para ellos. Muchos de estos jóvenes-adolescentes hacen hincapié en la capacidad de escucha y de cariño de sus abuelos.
José Luis Rozalén Medina
Catedrático de Filosofía