Una característica representativa de todas las personas con síndrome de Down, sea cual sea su nivel intelectual, su edad, su sexo y su país de origen es el gusto por la música. Todas ellas disfrutan, adoran la música y cantan y bailan entusiasmadas en cuanto tienen ocasión. Si te encuentras con un grupo de personas con síndrome de Down y notas que la situación se enfría, pon música y todo cambiará.
Algunas personas con síndrome de Down han llegado a tocar con relativa maestría un instrumento musical, a pesar de sus dificultades de coordinación motriz, pero no es esa habilidad a la que nos referimos. Hay algo que comparten todas: el gusto por escuchar música, por cantar canciones y por bailar siempre que pueden. Es quizás una capacidad innata, escondida entre los genes del cromosoma 21 y que los demás tenemos en una proporción 1/3 menor a ellas.
Escuchar música, cantar y bailar provocan estados positivos y está demostrado que son un buen tratamiento contra la depresión. La música es un lenguaje universal en el síndrome de Down y una muestra de su gusto por los placeres gratuitos de la vida. Hemos perdido la costumbre y el placer del baile. Imitemos a quienes tienen síndrome de Down y encendiendo la radio o poniendo en marcha un CD, sigamos la melodía, cantemos, bailemos y disfrutemos de ese sencillo placer con frecuencia. Es uno de los pequeños regalos cotidianos que nos podemos dar a nosotros mismos con facilidad.
Aprecian el silencio. Dos amigos con síndrome de Down permanecen en una cafetería durante horas, sentados uno frente a otro, sin hablarse. No necesitan palabras, no las buscan porque saben que les costaría encontrarlas.
Están a gusto y el mero hecho de estar juntas, de compartir la situación, un refresco, unos pinchos, les hace sentirse felices. No esperan más y no desean más.
Es posible que sus dificultades de expresión les dificulten la comunicación verbal, y que eso les haga sentirse cómodas sin palabras. Su lenguaje es tan limitado que el silencio es su principal medio de comunicación.
Están transmitiéndose la sensación de bienestar compartido, por medio del lenguaje del síndrome de Down, un lenguaje universal que solamente ellos entienden.
Las palabras enredan, confunden, engañan y ellos no necesitan palabras para sentir. Y se sienten incómodos en la marabunta de expresiones en las que los demás ahogamos nuestra falta de entendimiento y que a ellos les resulta tan costosa de seguir.
Pascal observaba: “Todas las desgracias del hombre derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. El silencio nos aterroriza. Necesitamos la música en el coche, los ruidos de fondo de la ciudad, el parloteo constante, para sentirnos bien. El exceso de silencio nos pone nerviosos porque nos encontramos con nosotros mismos.
Sin embargo, es cuando nos fundimos en el silencio y nos hacemos uno con él, cuando nos conectamos de nuevo con nuestra fuente y conocemos la paz. “Dios es amigo del silencio. Observa cómo la naturaleza – los árboles, la hierba – crece en silencio; observa las estrellas, la luna y el sol: cómo se mueven en silencio. Necesitamos el silencio para poder tocar las almas”, nos decía la madre Teresa. Otra gran idea que nos transmiten las personas con síndrome de Down es que no es necesario hablar para entenderse. Escuchemos su mensaje sin palabras.