En principio se pone en duda una realidad innegable, y en segundo lugar se ofende la inteligencia y el sentido comun de lectores, opinión pública y estudiantes en general. En consecuencia, muchas personas sienten estar ante una situación imposible de comprender. Pero lo que verdaderamente esta ocurriendo es muy sencillo de interpretar para aquellos que saben entender lo que es un típico caso árabe por excelencia, lo cual es lo mismo que decir que es un problema sin solución, o al menos sin solución con sentido común, un vulgar y falaz escenario que siempre se publicita desde el prisma de ser la victima y donde no hay ganadores ni perdedores.
Estos montajes son similares a los que vimos cuando Saddam Hussein ocupó Kuwait o cuando en 2006 Hezbollah provocó intencionalmente una guerra injustificable con Israel que llevo a la destrucción de gran parte de la infraestructura del Líbano, y lo propio vimos en las acciones de los islamistas de Hamas cuando ejecutaron un golpe de Estado por la fuerza de las armas contra sus hermanos de la ANP en Gaza. En los casos mencionados, muchas personas justificaron y defendieron estas acciones violentas a sabiendas que eran flagrantemente ilegales y reñidas con el derecho internacional. Estos ejemplos que ya he mencionado en 2010 en mi libro sobre la Yihad Global y el terrorismo del siglo XXI son casos concretos que describen la idiosincrasia árabe por excelencia, es decir, situaciones carentes de toda lógica y racionalidad. Por citar otros ejemplos puntuales, en el Irak de hoy, el señor Al-Maliki perdió las elecciones pero permanece en el poder, mientras que en Líbano, Hezbollah se adueño del gobierno a través de su grupo paramilitar con el fin de obtener el poder sin ganar ese derecho en las urnas. Tales hechos, grafican pristinamente el caso de los pueblos árabes derrotados por sus propias elites y marcan claramente que todo marcha de mal en peor desde Abdel Gamal Nasser a Saddam Hussein, desde Hassan Nasrallah a Usama Ben Laden y de Bachar Al-Assad al régimen islamista -persa- iraní. Pero esto no es todo para las apócrifas democracias árabes donde lo que se denominan repúblicas no son mas que dictaduras criminales o monarquías hereditarias no menos sangrientas, y el ejemplo mejor acabado de tal estado de situación es el régimen de Bachar Al-Assad y la Siria actual.
Si nos detenemos en el presente y analizamos la violencia estatal de la dictadura Siria y si contrastamos estas conductas con las acciones que Israel ha ejecutado contra sus enemigos en los últimos tiempos, especialmente en las guerras ordenadas por Irán y Siria en Líbano y Gaza, observaremos claramente que la comunidad internacional se ocupo rápidamente en detener las acciones de Israel contra Líbano en 2006. Aquella guerra, desatada por Nasrallah y ordenada desde Teherán acabo después de treinta y tres días saldándose con la vida de 1.200 libaneses. Lo mismo aplica a la operación plomo fundido en Gaza, que tuvo aproximadamente el mismo número de palestinos muertos. En ambas guerras, la opinión pública dentro y fuera del mundo árabe como así la dirigencia política del mundo libre tomo acciones contundentes contra los israelíes, hasta se emitieron listas de informaciones falsas y de masacres con armas prohibidas por parte de Israel. Muchas de estas operaciones de propaganda política anti-israelí y judeofoba fueron organizadas y manipuladas desde la sombra por el régimen de Bachar Al-Assad; de hecho un gran número de políticos árabes tomo ventaja y provecho de ambas tragedias ocasionadas por dos grupos terroristas claramente identificados (Hezbollah en el caso del Líbano y Hamas en el conflicto de Gaza). Sin embargo, no escuchamos a nadie, ni antes ni ahora preguntarse ¿Por qué ocurrieron estas guerras? ¿A que intereses sirvieron? Y más aun ¿Quiénes fueron los responsables de ellas, tanto en Líbano como en Gaza?
Hoy, en el caso de la dictadura de Bachar Al-Assad, el mundo ha visto en directo a través de las pantallas de sus televisores como las fuerzas sirias asesinan brutalmente su propio pueblo por los últimos doce meses, no durante ¨treinta y tres días¨, el número de muertos que indica Naciones Unidas supera los 9.000 y las tropas del tirano de Damasco destruyen mezquitas, torturan y exterminan ancianos, mujeres y niños, además de secuestrar y desaparecer a unos 10.000 ciudadanos sirios cuyos paraderos sus familiares desconocen. Y todo ello, nada más que para permitir permanecer en el poder. Sin embargo, a pesar de estos crímenes, vemos que algunos países, organizaciones políticas, medios de comunicación e instituciones árabes de la diáspora se demoran en declarar y asumir como árabes y musulmanes que el asesino ¨es un árabe¨. Esto es algo que podríamos aceptar y entender desde sus posiciones militantes fanáticas y fascistas en apoyo al tirano de Damasco. Pero si Bachar Al-Assad fuera israelí, seguramente todo el mundo se uniría para avanzar como uno solo para denostar, repudiar y poner fin a estos crímenes. Pero Bachar es un alawita árabe, esta es la triste y vergonzosa realidad que la comunidad internacional, los árabes y esos militantes de saldo y pancarta no podrán explicar jamás, ni ahora ni nunca, menos aun cuando alguien como Hassan Nasrallah o Mahmud Ahmadinejad descaradamente salen a defender públicamente al régimen de Al-Assad.
En consecuencia, si comparamos los crímenes de Bachar Al-Assad con las acciones de defensa de Israel descubriremos la magnitud de la hipocresía reinante no solo en la comunidad internacional, sino en el mundo árabe islámico que insiste en la mentira de la resistencia árabe al tiempo que masacra a sus propios pueblos. Por lo tanto, es muy claro que la partida del tirano sirio debería servir para erradicar la hipocresía árabe y reivindicar su honor si es que lo tienen. Y lo mismo para la comunidad internacional que sostiene y es cómplice del símbolo más prominente del fraude y el crimen, que en definitiva, eso es lo que encarna el régimen de Bachar Al-Assad.