Soberanía
Se habla en el contexto de la política española, por parte de algunos nacionalistas, de “independencia” y, últimamente, de “un Estado propio”. Ambos (el segundo va ganando terreno al primero) me parecen términos inapropiados.
La independencia en un concepto que admite gradaciones y, en realidad, no existe en grado máximo. España, por ejemplo, no es totalmente independiente porque algunos aspectos de su administración (la política monetaria, la agricultura) no dependen de ella, de su Estado. No hay, en rigor, ninguna Nación-Estado independiente en el mundo.
Tampoco me convence la expresión “Estado propio”, que es una flagrante redundancia, ya que el concepto de Estado no puede incidir sino en sí mismo.
La expresión que echo en falta en este guirigay político y mediático es “soberanía”. El pensador francés Jean Bodin (siglo XVI), su primer teórico, la definió como el poder absoluto y perpetuo de una república (esta palabra, en esta época, es sinónimo de gobierno). El concepto de soberanía es, precisamente, el que fundamenta el Estado moderno. Si la independencia es una situación, la soberanía es un valor: un valor fundamento en el que todos los demás que conforman el edificio político se apoyan. Y un valor absoluto (como indica Bodin) e indivisible.
España pierde funciones y, por tanto, independencia, dentro de la Unión Europea, porque como Estado soberano decide libremente integrarse en esta institución. En virtud de su soberanía, teóricamente, un día puede salir de aquí.
La soberanía, por definición, no puede compartirse ni dividirse. Puede, en todo caso, perderse y traspasarse al otro. Por todo esto, el problema planteado por algunos nacionalistas es más profundo y radical (y, por lo tanto, más grave) que una mera cuestión de independencia.