Supura el fútbol
A finales de 2011, Simone Farina, jugador de la segunda división del fútbol italiano, denunció que un compañero de equipo había intentado convencerlo de aceptar un soborno de 200.000 euros para dejarse ganar un partido de copa. La policía detuvo a 17 personas, cinco de ellas futbolistas profesionales.
Detrás de los amaños se encontraba una organización, basada en Singapur, que apostaba hasta 1,5 millones de euros en los partidos del fútbol italiano. También se sospechaba de una posible implicación de la mafia.
Convencido de que cumplió con su deber, Farina consideró exagerados los calificativos de “héroe” de la prensa y rechazó la oferta que le hizo la federación de su país de entrenarse con la selección italiana como “premio a su conducta”. Su historia demandaba un “final feliz” para que todo se olvidara y volviera a la “normalidad”: liga, copa y Champions. Más pan y más circo que los pueblos europeos engullen para distraerse de tantos recortes y de la conmoción que supone no tener hombres de Estado que encabecen una salida a la crisis.
Seis meses después, el fútbol italiano vuelve al epicentro del escándalo, con jugadores de alto nivel y el entrenador del Juventus, uno de los equipos más conocidos de Italia y Europa, implicado en una trama de partidos amañados a favor del negocio de las apuestas. Hace unos años el equipo de Turín descendía a la Segunda División como castigo por el mismo motivo y otros equipos, el Milan de Berlusconi entre ellos, sólo sufrieron una penalización de puntos.
Ante la conmoción que han provocado las nuevas investigaciones, algunos futbolistas han exigido respeto a la presunción de inocencia de sus compañeros. Gianluigi Buffon insistía en que no tenía sentido la propuesta del Primer Ministro, Mario Monti, de suspender el campeonato durante tres años porque “penalizaría” al 85% de los jugadores que se rigen por principios éticos. El portero internacional se quejó de las filtraciones a periodistas, que esperaban con sus cámaras afuera del hotel donde se concentraban los jugadores de la selección antes de que llegaran los agentes para llevarse a uno de los implicados.
Los mismos medios de comunicación que endiosan a futbolistas y entrenadores disparan ahora contra ellos. Pero desde que Farina denunciara hace meses el intento de soborno, pocos han mantenido debates que profundicen en las causas y que hablen del negocio de las apuestas. La posible implicación de mafias y grupos delictivos dificultan la labor periodística, pero no faltan ejemplos de periodistas que arriesgan su vida en países azotados por la violencia y el crimen organizado.
Sólo en Europa, las apuestas “deportivas” por Internet generan más de 10.000 millones de euros cada año. Las letras BWIN de la camiseta del Real Madrid corresponden a uno de estos negocios de apuestas, que patrocina al equipo por más de 15 millones de euros anuales. Los usuarios han encontrado una forma de obtener dinero fácil y rápido y las empresas que se dedican a ello se asientan en paraísos fiscales para incrementar sus beneficios.
En lugar de repetir “noticias” sobre la vida personal de los futbolistas y sus declaraciones tantas veces vacías de contenido, los medios de comunicación podrían mantener sus audiencias con otro tipo de contenidos. Faltan debates sobre lo que pueden suponer estas cantidades de dinero para la limpieza del deporte que juegan los hijos, sobrinos o nietos de cualquier espectador que ame el deporte. En lugar de acusar a los árbitros de que benefician más al Barcelona o al Real Madrid, podrían llamar la atención del peligro que corren los árbitros como objetivo principal de las mafias relacionadas a las apuestas debido al peso que tienen sus decisiones en los resultados.
La FIFA y sus órganos adscritos no han sabido ahuyentar estos peligros para la esencia de un deporte, como el de muchos otros, en el que se inspiran miles de millones de niños y jóvenes en su vida diaria. No tiene sentido sermonearlos con lecciones de valores éticos, fair play, espíritu de superación, compañerismo, saber perder y saber ganar y honestidad en su escuela para que, cuando se pongan frente al televisor, vean a sus “héroes” caídos en desgracia por una falta de esos valores.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)