– Vulgarmente, tendemos a asociar lo realista con lo pesimista. Pero éste es un hecho que ya lleva a sus espaldas siglos de tradición: la corriente del Realismo siempre ha estado caracterizada (según los críticos de fuera) por sus altas dosis de pesimismo, de oscuridad en las formas, de des-sensibilización de los fenómenos y de mostrar, de forma clara y directa, los aspectos más ‘crudos’ y duros de la realidad de la época.
– Según mi parecer, el realismo no implica de ninguna manera que exista pesimismo; más bien, esta disfunción es un error causado por una incorrecta asociación y valoración de los fenómenos.
– Podríamos decir del optimismo que es una cualidad que confiere a la persona -y que la persona confiere a la cualidad- mediante la cuál, éste, capta de la realidad una serie de matices mediante los cuáles ejecuta una valoración al alza de los fenómenos; del pesimismo podríamos decir justamente lo contrario, que es una cualidad que confiere a la persona -y la persona que confiere a la cualidad- mediante la cuál, éste, capta de la realidad una serie de matices de los cuáles ejecuta una valoración a la baja de los fenómenos.
– Pero como se acaba de entender, a raíz del párrafo anterior, tanto el optimismo como el pesimismo requieren de un factor común: valorar la realidad. Y es en los juicios de valor, sometidos a la moral y la costumbre de una Comunidad en un momento concreto, donde tanto el optimismo y el pesimismo se transforman, ipso facto, en métodos de transfiguración de la realidad. Ambas cualidades son el cristal a través del cuál la luz de la realidad se refracta, se distorsiona y adquiere cualidades, tanto positivas como negativas -según criterios puramente subjetivos- haciendo del conjunto de la realidad un licor cargado de exóticos perfumes.
– Es decir; si aceptamos que al pesimismo le es inherente un juicio de valor, y si aceptamos -nuevamente- que al realismo no le es inherente ningún juicio de valor (sino más bien todo lo contrario), ¿por qué definimos todo aquello que es realista como algo cargado de pesimismo? ¿por qué hemos transfigurado hasta tal grado estos conceptos, expresamente diferentes, para convertirlos en uno mismo? ¿por qué se afirma, a modo de tópico, que ‘la verdad duele’? ¿Acaso la realidad es mala? ¿Acaso definir -o tratar de- la realidad sin emitir juicios de valor positivos es malo? ¿es, en todo caso, el optimismo una virtud sobre la realidad y el pesimismo un defecto sobre la misma?
– El optimismo y el pesimismo cargan -o aligeran- la realidad con un saco de expectativas personales, subjetivas y carentes de rigor con el fin de apaciguar, para disfrute propio, la cruda realidad con el modo individual de percibir la misma. Es por esto por lo que el realismo jamás debiere ser tachado de pesimista, oscuro, triste, rudo o desfavorable para el ser.
– Sin embargo, la pregunta abierta es la siguiente: ¿por qué hay que tomar una actitud optimista ante la realidad? Si bien una actitud pesimista puede hundir al practicante en un estado depresivo, llenar su existencia de penas innecesarias y malestar gratuito, ¿por qué hay que tomar la vía del optimismo? ¿no es, acaso, éste, otro modo de vivir una fantasía, en este caso, para bien?
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